La cordillera

Por Federico Karstulovich

Frente a las idas y vueltas que generó la película de Santiago Mitre, en Perro Blanco decidimos sentarnos a pensar un poco qué sucede con una película como La cordillera en relación a los géneros que aborda. Lo que resultó fue una charla sobre la política como tema narrativo para el cine argentino y sobre algunas (auto) limitaciones del medio frente a la posibilidad de pensar un discurso político que no caiga en lo previsible.

El arte-facto político

Por Andrés Cappiello, Federico Karstulovich, Diego Maté & Hernán Schell

FK: La primera impresión que me generó la película de Mitre es que estábamos ante un artefacto con funciones definidas, una suerte de electrodoméstico caro y con muchos botones antes que una película: parece que dice mucho de varias cosas, pero a la larga dice poco de nada. Pero como lo dice por muchos frentes (el del thriller político y el del fantástico-terror) parece más complicada que lo que realmente es: un thriller fallido y una película de terror reprimida.

DM: Es un thriller político inconcluso: ahí radicaba la gran novedad de la película, en el hecho de explorar un territorio que el cine argentino de ficción parece haber abandonado desde hace tiempo, mientras otras cinematografías, como la estadounidense, entendieron hace muchas décadas que la política es un material a aprovechar. Creo que el cambio (de género, de tema, de intereses) es un acto de renuncia en relación con el universo que la misma película había presentado en la primera mitad, como si se hubiera hallado alguna especie de depósito con un mineral precioso, pero se abandonara el lugar apenas empezada la extracción.

HS: A mí me pasó otra cosa cuando fui a ver la película. Quizás influido por notas que decían que tenía elementos hitchcockianos, fui al cine esperando alguna influencia de AH, y no sólo no encontré nada de eso, sino que además me resultó todo lo contrario del cine Hitchcock. Por empezar, no es una historia sobre un hombre común en situaciones extraordinarias, sino sobre alguien que finge ser común para ser otra cosa. Por otro lado, la película se construye desde un lugar completamente contrario al suspense. Si el suspense consiste en crearle tensión al espectador dándole más información de la que tiene el personaje, acá se hace todo lo contrario: se crea una tensión a partir de negarle información al espectador sobre quién es esta personaje, sobre lo que es capaz de hacer y sobre lo que pudo haber hecho. No es necesariamente malo ir contra Hitchcock, pero sí es una forma al menos facilista de crear tensión. O sea, creás un clima mediante un interrogante que nunca respondés, y ahí directamente cerrás la película. Creo que ahí también hay algo sintomático del cine argentino: el abuso de dejar cosas abiertas, de no dar todas las respuestas, como si eso fuese necesariamente una virtud. A veces creo que cerrar ideas, cerrar una narración, es también arriesgarse a cerrar una idea sobre el mundo, a cerrar lo que pensás sobre ese personaje. Y muchas veces el cine argentino, en su afán por no cerrar el cuento, termina por quitarle interés a la historia. Todo finalmente es un clima, un interrogante, un misterio.

AC: Yo no creo que el cambio de géneros sea un acto de renuncia, sino un intento (fallido) de disimular lo básico del “thriller político” que plantea. Ese conflicto central es bastante pobre: hay dos bandos y Darín tiene que elegir uno. No hay personajes con objetivos entrelazados ni entramados complejos de intereses; solo un tipo que tiene que elegir A o B, y así se lo plantean, literalmente: viene gente y le dice lo que quiere que haga. Ahí, para que parezca mas complicado, mete lo de la hija. Y ese asunto extraño, casi sobrenatural (ese pasado que se recuerda diferente, ese breve coma) rompe con la narrativa política y le da una tensión mucho mayor (la escena del teledirigido es lejos la mejor del film) pero que resulta de cotillón: al final no importa mucho, la pendeja se toma el palo, y todo culmina en esa votación pedorra y predecible.

HS: Sí, pero es un poco lo que pasa con la película. Crea climas de suspenso que después abandona haciéndolos puro interrogante. Hay veces en que una película hace eso y resulta fascinante, pero acá me sonó forzado, como un “imaginátelo” perezoso. De todos modos, creo que el mayor problema de la película no reside sólo en eso sino en la visión política simplista. Decir que la política es oscura, que nadie llega a presidente siendo un tipo normal, que los límites morales son difusos cuando llegás a ciertos lugares de poder, son cosas bastante básicas que la película expone, y lo hace con diálogos redundantes. No deja de resultarme por lo menos extraño que una periodista supuestamente incisiva, con años de experiencia y prestigio le diga a un presidente que la idea de bien y de mal es distinta para un político. Eso parece extraído de un resumen de CBC de Maquiavelo. No es creíble, y parece más un recurso para meter un pensamiento que debería decantarse solo con la narración antes de decirse verbalmente. Pero luego está también la otra cuestión de La Cordillera, y es esa concepción algo superficial de la política como complot y susurro permanente, donde no hay lugar para el azar, o siquiera para mezclar en la vida del político lo cotidiano con lo trascendente. Todo al final es una cuestión de estado, incluso la relación que Darín tiene con su hija, que termina encerrando aquel secreto que podría quizás perjudicar su imagen. Y hablando de mezclar lo cotidiano con lo político, ¿alguno sabe para qué corno meten esa escena inicial con el flaco que viene arreglar algo eléctrico a la Casa Rosada? ¿Qué sería?, ¿una forma de mostrar lo alejado que está el laburante común de ese mundo político misterioso? ¿o a alguno se le ocurre otra lectura más sofisticada? Pregunto nomás.

DM: La escena del técnico no pide ninguna lectura particular: la película entra a un espacio prácticamente inexplorado por el cine argentino, y lo hace a través de un agente externo a ese mundo, que es una manera bastante tradicional de presentar un entorno (conocido o desconocido, da lo mismo) desde una mirada extrañada. Ese comienzo es bastante bueno y muestra la mejor cara de La cordillera: cuando la película se interroga por la política y sus espacios, la película es ágil, no para de moverse, de presentar personajes. Toda la primera parte, hasta que el conflicto de la hija se adueña del relato, tiene ese ritmo veloz, con buenos diálogos (que no sobreexplican ni subrayan) y un conflicto que parece prometedor. Lo que comentan sobre esa presunta concepción “simplista” o “básica” de la política aparece después, justamente, cuando cambia el género y, por lo tanto, también lo hacen las reglas: la entrevista con la periodista (que no me gusta) ya se enmarca dentro del thriller psicológico, no trata de definir qué cosa es la política, sino de acentuar una figura, la del personaje atravesado por nociones del bien y del mal. La política quedó muy atrás para ese momento, por eso los personajes hablan en otro idioma (en otro género). En la primera parte, en cambio, los diálogos versan sobre otras cosas como protocolos, agendas, información y estrategia en general. Ignoro si el quiebre que se produce en la segunda parte es un intento de disimular algo (como dice Andrés): no me interesan las intenciones de los que hacen las películas, me interesan las películas. Sí creo que ese giro deja de lado una película potente, novedosa y más o menos inédita para el cine argentino.

FK: En relación a lo que dicen Hernán y Diego, yo creo que ese síntoma del abandono y de lo abierto está directamente ligado a un desprecio íntimo por el cine clásico. Pero es un deprecio de cinefilia creadora. Ahí donde un montón de directores usan los materiales de su pasión cinéfila (y asumo que Mitre y Llinás, su coguionista, las tienen) acá hay un esfuerzo por alejarse de la narración como producción de mundos. Y lo que queda es una imitación mala, a medio camino, que no es una cosa ni la otra y por eso precisa de los interrogantes: no sabe qué decir pero luego dice todo junto y lo simplifica.

AC: Donde mas diferimos es ahí: yo creo que la única potencia de la película estaba en ese giro, y al abandonarlo (nunca sabemos qué mierda pasó ni por qué lo recuerdan distinto), pierde todo. Lo demás, el principio, las discusiones políticas, me parece que todo carece de propósito. No hay sátira, análisis, nada; la política no sirve como medio para ningún discurso mas que establecer que es todo muy turbio. En ese sentido, la película posee el análisis de ese que solo se mete en la discusión política para decir “son todos iguales” con sonrisa socarrona.

FK: A su vez el problema es lo que dice Andrés: no hay una renuncia, es cierto, sino una vampirización de un género para que alimente lo que la película no puede/sabe/quiere decir sobre otro. Y el resultado es binario, que es diametralmente opuesto a las dudas que provocan las dos grandes escenas de la película: la de la hipnosis y la del teleférico. En ambas vive la película que no fue.

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DM: Yo noto otra cosa: creo que, en ese comienzo, el retrato que hace la película se abstiene de juzgar a los personajes. Se sugiere que es un mundo muy jerárquico y un poco brutal, pero eso es algo que hacen casi todos los relatos que giran en torno a la política. Creo que en la decisión de presentar detalles de ese universo (protocolos, reuniones, discusiones internas, etc.) justamente se derriba el estereotipo del político cínico y se toma partido por representar otra cosa, que es el funcionamiento de la política, algo bastante más ambiguo y poderoso que la crítica generalizada que hace, por ejemplo, El candidato. En relación con la vampirización que dice Fede: el problema es que la película se dedica de lleno a representar ese mundo y lo hace con bastante solvencia, en el contexto de un cine que rara vez representó la política desde la ficción. Por eso es que no sé por qué habría de recurrise a un género distinto (el thriller psicológico) cuando se abraza otro desde el comienzo (el thriller político).

FK: Lo que no entiendo es por qué para Diego el thriller político del inicio es potente y novedoso. Sólo comparándolo con El estudiante, pierde. No hablo ni siquiera de compararlo con el resto del cine argentino.

Por otra parte, la escena del técnico está en otras películas de Mitre: un ingreso de alguien ajeno a un mundo que tiene que conocer. Aunque en este caso no es el de su protagonista. Es como si entre El estudiante y La cordillera se hubiera ido difuminando toda esa zona de grises propias de un aprendizaje. No comparto lo de la velocidad y buenos diálogos. O hay, en todo caso, un intento porque la velocidad nos haga olvidar de algunas cosas simplonas de los diálogos puntualmente. Hay, es cierto, un intento realista por recomponer el mundo de la política. Es hábil con el oído, pero en la superficie es abismalmente simplificadora. Es más interesante verlos discutir que la explicación del por qué de esas discusiones. Esa visión maniquea no abandona nunca a la película. Por eso la presencia de esa película de terror fallida dentro del thriller se siente como una anomalía castrada y no como la potencia de una liberación futura.

A su vez, Diego dice que la película derriba estereotipos sobre la representación del político promedio….pero no sé. Si, es cierto, si la comparamos con la ingenuidad de El Candidato gana por goleada. Pero insisto: compárenla con El estudiante. Ahí si hay grises y una idea de que la política está repleta de agachadas, incluso detrás de lo que parecen triunfos morales.

AC: Lo que sí creo que Diego remarca, y tiene razón, es en lo inédito de la película en tanto se mete en política desde un universo sin relación con el panorama político real. Eso es lo que encuentro rescatable de La Cordillera, un aspecto en lo que sirve como Norte para el resto del cine nacional; en su afán de crear un universo propio (aunque sea berreta) que no hable de la coyuntura.

FK: Si el mérito es meterse con un tema poco explotado creo que nos quedamos cortos. O en todo caso caemos en el peligro de que cualquier irrupción de un tema novedoso es bienvenida solo por su condición de extraterrestre (más para un cine cagón con la política partidaria como el cine argentino de los últimos veinte años). Insisto con la comparación: con la misma obra de Mitre y con otras películas de estos años. La ausencia de la política en el cine argentino reciente crea un clima artificial en el que esta película parece más grande e importante de lo que es.

DM: Pero El estudiante no hablaba de la política nacional, solo de la estudiantil. Esa fue, si querés, una de las vías por las que el cine argentino se acercó a un mundo que en otros países tiene una vida en el cine desde hace tiempo (Los traidores, por ejemplo, lo hizo desde la política sindical). Creo que la fuerza del comienzo trasciende por lejos la moraleja de El estudiante (que Fede  resume bien en “la política está llena de agachadas”) cuando retrata cómo es que funciona esa maquinaria. De todas formas, no me interesa (como ya dije en otro lugar) evaluar la concepción política que pueda tener la película: creo que hay que ver cómo es que se apropia de ese mundo para contar algo, para volver interesante una historia. Eso es lo que hacía única a El estudiante, y no su comentario sobre la política universitaria.

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HS: Eso si es distinto en el cine nacional (aunque no internacional, de hecho House of Cards viene haciendo eso hace años). De lo que no estoy seguro es que la película muestre a la política como algo tan ambiguo. Ni siquiera es novedoso. La idea de pensar la política como sucesiones de secretos y jugadas y complots es bastante viejo. Y llevado al extremo como acá es bastante infantil.

DM: Eso es lo que me gusta de la primera parte de La cordillera, y el que creo es su principal problema: abandonar los detalles y el funcionamiento de ese mundo para contar otra cosa. (mi último comentario iba pegado al anterior, no responde al de Hernán; digo porque si no no se entiende bien)

FK: Es que ahí donde vos ves la interrupción del relato de un mundo complejo del que se apropia creo que nosotros vemos una superficialidad que no sale de la media. Y que todo eso puesto en un contexto de un cine nacional cagón con las tomas de posición política hace que la percepción de la película sea mejor de lo que en el fondo siempre creo que fue: el borrador de dos películas en un proceso de brainstorming.

DM: Yo igual no hablaría de algo “complejo”, sino de un mundo con cierto espesor que la película describe con pericia, sin caer en los facilismos al uso en las discusiones políticas, pero, sobre todo, que ese mundo es un lugar en el que se pueden contar cosas. Lo que dice Hernán de la política entendida como una serie de jugadas estratégicas ciertamente no tiene nada de nuevo (está incluso en el fantasy-no-tan-fantasy de Game of Thrones), pero es algo que el cine argentino nunca hizo. Y claro que no alcanza con la simple novedad (como decía Fede), no es la inclusión de un tema nuevo el mérito de esa primera parte, sino la forma en que se lo aborda, que trato de resumir (aunque no los convenza) en comentarios anteriores.

HS: Hay algo que no quiero dejar de remarcar (para bien por cierro)y es la escena del auto en la cual Fonzi y Darín se ponen a joder con los slogans y jingles de campaña. Es un momento muy hermoso en el que lo totalmente cotidiano (una charla normal de padre – hija) se junta con lo.político. Es una escena creíble y graciosa, y creo que tiene más profundidad respecto de la figura del político que cualquier otro momento de la película.

FK: Estoy pensando contraejemplos (no recientes: como dije, el cine argentino contemporáneo es LO CAGÓN en relación a la política y el mundo político en general). Creo que debería irme hasta El ausente, de Fillipelli. Pero debería pensarlo un poco más. Pero así, de memoria, tiendo a darle la razón a Diego con ese aspecto.

AC: En ese sentido estoy, en parte, con Diego. La película trata de usar la politica como un mundo en el que narrar historias sin bajar linea de política real. Me parece que Fede le exige a la película algo que no le interesa, ni debería, que es plantarse políticamente en la actualidad. Mi problema con la trama política no va por ese lado, sino por su construcción: su universo se cae porque no puede representar lo que quiere, plantea a sus personajes como jugadores políticos inteligentes y no paran de decir obviedades; por eso respeto sus ambiciones. Falla al concretarlas, pero me gusta lo que (sospecho) quería hacer.

FK: No, me leen mal. No le demando política real, sino un verosímil que no se limite solo a imitar mal sino que cree un mundo que no es interesante solo porque el medio argentino no lo es. Estoy más de acuerdo con lo que dijo Andrés de lo que parece.

DM: Bueno, muchachos, agotado, con la toalla encima y sudado, me retiro de la discusión. Le dije a Hernán que no quería quedar como “defensor”, pero el fragor del chat medio que me depositó en ese lugar.

HS: Cambiando de tema: ¿la teoría de que Hernán Blanco es Macri le cierra a alguno? A mí ni en pedo.

AC: Para mí siempre iba a estar ese paralelismo abierto al poner a Darín de Presidente, por middle aged white guy. Pero no me parece que haya alguna intención ahí.

FK: Darín es Macri. Pero es lo que menos importa. Las películas argentinas que comentan una realidad política reciente hacen volteretas para evitar decir “esto sucede entre 2003 y 2015” y a la vez dejan todas las huellas para que lo que se narra interpele lateralmente al post 2015 como presente o pensando en un postpopulismo, con un bloque latinoamericano roto “por las ambiciones neoliberales”. Pero me parece lo menos logrado, importante y es un tribunerismo en el que me parece estéril ingresar y por lo visto tentó a varios críticos.

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