La crónica francesa

Por Luciano Salgado

The French Dispatch (of the Liberty Kansas Evening Sun)
EE.UU., 2021, 108′
Dirigida por Wes Anderson
Con Benicio del Toro, Frances McDormand, Jeffrey Wright, Adrien Brody, Tilda Swinton, Timothée Chalamet, Léa Seydoux, Owen Wilson, Mathieu Amalric, Lyna Khoudri, Steve Park, Bill Murray, Saoirse Ronan, Willem Dafoe, Alex Lawther, Cécile De France, Henry Winkler, Elisabeth Moss, Christoph Waltz, Rupert Friend, Jason Schwartzman, Fisher Stevens, Sam Haygarth, Denis Menochet, Bob Balaban, Lois Smith, Tony Revolori, Larry Pine, Morgane Polanski, Félix Moati, Nicolas Avinée, Guillaume Gallienne, Liev Schreiber, Edward Norton, Tom Hudson, Hippolyte Girardot

Aire y humo

A veces hay que escribir contra el propio deseo, contra las propias ideas, contra los propios principios, contra las propias posibilidades. En algún momento la teoría de autor atentó contra esto y nos convenció que la identidad era un gran negocio, uno de esos negocios que no pueden perderse. Y a partir de ese momento muchas de las películas que alguna vez amamos pasaron a ser parte de obras que eventualmente podríamos admirar. Dijimos adiós a las películas cada vez que nos adentrábamos en la obra de un autor? No, sería una tontería infantil señalar cosa semejante. De hecho hay autores estimulantes cuya obra es una fuente constante de sorpresas. En todo caso lo que siempre debimos haber repensado fue la concepción de autoría como aquella en la cual la obra preexiste a la película. En ese sentido los autores programáticos, herméticos, cerrados sobre si, explicarían la ausencia de vida de su recorrido precisamente en su incapacidad para adaptarse a los cambios. Cuestionemos, entonces, a una teoría autoral que cerrada sobre si misma no da lugar a que las películas aparezcan, con todas y cada una de sus imperfecciones y/o coordenadas de armado. Afortunadamente existe un cine no autoral que también nos entrega el aire que los nichos cerrados de las obras consolidadas y programáticas no entregan (aunque leo esto y pienso en Brian De Palma y me arrepiento, pero sigamos porque la vida esta hecha de contradicciones).

Todo esto viene al caso de que la última película de Wes Anderson entrega, a primera vista, menos de lo mismo, como si el responsable de la fulgurante Bottle Rocket hubiera puesto a un doble encargado de repetir todas y cada una de sus marcas de estilo, que en sus primeras dos películas ya estaban más o menos claras pero que a partir de La vida acuática se multiplicaron hasta el paroxismo: historias de familia o más específicamente de lazos rotos entre padres e hijos, historias de grupos de trabajo, colores pasteles o pimaros exaherados en la escenografía, brusco uso del zoom y de los paneos laterales, uso sistemático del travelling lateral de seguimiento rectilíneo, uso del plano cenital como organizador del espacio y/o de los pbjetos, uso del plano frontal con muy baja profundidad de campo o con una profundidad de campo muy proununciada en la que el desplazamiento de los personajes hacen valer al montaje interno, cortes abruptos en el montaje externo y evidencia del procedimiento gracias a la frontalidad a cámara. Y así la lista puede seguir. Pero saben qué? Siempre se trató de herramientas con las cuales poder configurar una obra personal. Por eso resulta injusto y dificil reclamarle a Wes Anderson en el presente lo que ya existía hace casi dos décadas atrás.

Tengo, debo admitir, una tentación personal con defender causas perdidas. O peor aún, con atacar vacas sagradas. Me pasó en algún momento con la obra de Lars Von Trier cuando ese nombre y apellido eran cosa del pasado y yo opté por defender cosas tales como The House That Jack Built. Pero me pasó también a la inversa, como cuando Wes Anderson estrenó El gran hotel Budapest (con la cual La crónica francesa está emparentada en más de un aspecto). que era celebrada por diestra y siniestra pero que a mi (a varios también, pero en abierta minoría) ya me sentaba de forma automatizada, como si todo el proceso que fue de 2004 a 2014 (con la saludable excepción de la luminosa Fantastic Mr Fox ) hubiera sido un proceso de endurecimiento de las marcas personales hasta convertirlas en un adjetivo. En ese recorrido, Isla de perros retomaba todas y cada una de las formas cristalizadas pero al mismo tiempo también tenía algo del remanso de la animación, como si en alguna medida la deshumanización del mundo de maquetas y escenografïas estructurados como miniaturas en El gran hotel Budapest hubiera encontradouna vida de escape y de juego. Asi las cosas, entonces, llegamos a La crónica francesa.

Debo decir que por primera vez en un poco mas de un lustro escucho y leo por primera vez cosas como “si, si, está muy bien pero es lo mismo de siempre”. Le habían soltado la mano al bueno de Wes? Hay algo de eso. Quizás haya sido el principal motivo por el cual me volqué a verla: era lo mismo de siempre?
La crónica francesa, en efecto, repite las herramientas, es cierto e ineludible. De hecho quien quiera ir a ver y corroborar lo conocido, podrá hacerlo. WA está ahí en sus materiales y en sus herramientas. Esa es la materialidad de su cine, por eso en ese aspecto la identidad autoral se mantiene dura e inconmovible.
Pero hay algo que cambió, motivo por el cual me toca defender a WA en esta ocasión. El cambio es “esrpiritual”. CÓMO? Si, el director construye una historia coral como en la mencionada El gran hotel Budapest, de la cual podría pensarse que La crónica francesa es una rescritura descontracturada y disociada del anclaje literario de Stefan Sweig que si estaba en aquella película de 2014.

Pero quisiera explicarme mejor: en LCF su director por primera vez en mucho tiempo se permite digresiones y discurrires que no llevan a nada, que no se vuelven parte de un sistema cerrado sobre si. Como si en alguna medida ese tren que lo llevaba de lleno a convertirse en una versión apta de Jean Pierre Jeunet (el director de Amelie) hubiera dado un giro. Ni el dueño de una obra inconmobible y determinada por el autocontrol que amputa libertades narrativas ni las veleidades publicitaria del cine de viñetas y turismo de Jeunet. No, lo de WA en La crónica francesa es un saludable columpio entre el control y la libertad. Esa oscilación a veces sale muy bien, en otros casos deja entrever mucho los hilos narrativos, pero nunca se percibe como producto de una constricción. Ese viraje habilita a que, aunque uds no lo crean, la película deje entrar aire suficiente y oxígeno como para que nuestros lagrimales produzcan alguna secreción. Si si, la emoción, a cuentagotas, también volvió al cine de WA. No sabemos durante cuánto tiempo ni a qué precio. Lo que si sabemos es que alguien ha abierto una ventana, aunque sea una rendija. Y hay aire para respirar.

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