Bedoune Tarikh, Bedoune Emzaaka
Irán, 2017, 104′
Dirigida por Vahid Jalilvand.
Con Amir Aghaee, Zakieh Behbahani, Saeed Dakh, Navid Mohammadzadeh, Alireza Ostadi y Hediyeh Tehrani.
Prole (Jeckyll & Hyde)
Lo primero que se me pasó por la cabeza al ver la película de Jalilvand fue “Farhadi logró gerenar prole”. Hay hijos putativos, incluso que pueden ser hermanos generacionales. Pero en este caso había un efecto expandido: el farhadismo como etapa superior del exotismo sofisticado de un cine for export pero menos evidente, menos exhibicionista, pero con las mismas afectaciones que hemos reconocido en el cine exportable a festivales proveniente de la nación que alguna vez contuvo a directores como Abbas Kiarostami, hasta que este tuvo que exiliarse. Y que le prohibe filmar a otros como Jafar Panahi. Pero los Farhadi filman. Y su prole también.
En su momento, cuando se estrenó La separación, muchos de sus defensores supieron observar en ella a uno de esos casos de “es una película autocrítica con el régimen”. Acaso una de las mayores taras que nos proveyó el peor cine iraní fue que no pudiéramos separar vida privada de pública. O que en todo caso nos termináramos por acostumbrar que en el cine de ese origen, lo privado, en tanto vida personal, estaba tan plena y absolutamente atravesado por los condicionamientos del régimen que la separación entre esferas sería nula o absurda. Si me preguntan, yo creo que algo de eso puede ser efectivo, funcional o hasta incluso acertado. Pero otra parte terminó por convertirse en el perfecto caballito de batalla para sostener casi cualquier sentencia cargada de importancia. Como si, en efecto, la aplicación de esa matriz sustituyera a la dramaturgia más elemental.
De ahí lo de la infección del cine de Farhadi. En las películas de este director, incluso las que no realiza en Irán, los personajes son menos personas y más funciones que otra cosa. Ahora bien, aclaremos. La idea de la función confrontada al personaje responde, casi exclusivamente a una necesidad: las funciones se adaptan con mayor facilidad, con mayor plasticidad, a la dinámica de los postulados didácticos. Las funciones hacen eso: son moldes que se acoplan y que renuncian a la vitalidad a cambio de un conveniente comentario sobre el mundo circundante. Las funciones, trabajadas de ese modo, tienen menos que ver con el cine y más con una suerte de periodismo que precisa señalar, sentenciar, determinar, legislar.
Si algo ha sabido hacer el cine de Farhadi es eso: construir un estado de legislación por encima de las vidas de sus personajes. En esta dirección no sucede algo muy distinto con La decisión, precisamente porque esas marcas de la mano del director por encima de sus personajes sigue imponiéndose. Pero al mismo tiempo, ya que hay que decirlo todo, también hay una distancia. Porque tal como dijimos antes, ahí donde Farhadi utiliza el contexto político para hablar a sus personajes, Jalilvand les permite recuperar alguna somera libertad. En qué sentido? En permitirles recuperar el aspecto individual de las decisiones por encima de el aspecto político-colectivo que hace de las películas-laberinto kafkiano de Farhadi verdaderos films de tesis. No, en el caso de La decisión hay accidentes, hay decisiones de mierda, hay culpa, hay subtramas con vueltas de tuerca y corruptelas varias, pero quizás, por primera vez desde que el mencionado director de Todos lo saben se convirtió en una celebridad canonizable para el cine iraní, también hay personas que retornan y que habilitan la posibilidad de que lo privado, la vida personal y los personajes individuales tengan alguna clase de existencia. Claro está, eso también tiene un costo: el borramiento de las marcas de origen. Porque en buena medida este segundo movimiento, dota a la película de un rasgo de universalidad que hace permutable la experiencia de los personajes a otras latitudes, espacios y espectadores. Producto de esa tensión entre la identidad y la universalidad queda este extraño caso de Jeckyll & Hyde.
