La Gomera

Por Federico Karstulovich

La Gomera (The Whistlers)
Rumania-Francia-Alemania-Suecia, 2019, 97′
Dirigida por Corneliu Porumboiu.
Con Vlad Ivanov, Catrinel Marlon, Rodica Lazar, Agustí Villaronga, Cristóbal Pinto, Antonio Buíl y George Pistereanu.

La zona de comfort

Por Federico Karstulovich

Para celebrar la gente sale. Se encuentra en las calles. En la casa de otros. En espacios que le son ajenos. Sale. Cuando festeja necesita aire, precisa mirar el cielo cada tanto. Pero fundamentalmente necesita verse con otros para desconocerse un poco. Quizás cuando salimos no hacemos otra cosa que eso: recordarnos que no somos solo lo que está entre cuatro paredes sino que también podemos extrañarnos un poquito de nosotros mismos, salirnos de nuestra zona de comfort. Bueno, eso mismo pensaba cuando miraba La Gomera (el espantoso título local que sustituye al internacional y algo más poético Los silbadores), el último largometraje de Corneliu Poromboiu, que logró, gracias a un atinado distribuidor local, colarse en la última semana de estrenos de 2019 (algo bastante usual para ciertas películas pequeñas: colocarse en las semanas en las que casi no hay competencia, aprovechar la inminencia de las vacaciones para varios y de paso tomar el viento de cola de las nominaciones a premios y el interés subsiguiente de un cierto público no muy habituado a ver cine comercial por acercarse a ver un cine que se estrena con cuentagotas). Más allá de que el experimento termine saliendo bien o mal aquí tenemos a la película menos esperable de origen rumano. Eso es bueno? Si, es excelente y digno de festejo. Y como bien dijimos previamente, en los festejos se sale de la casa.

Whist

La Gomera es un policial un tanto anómalo, que no se parece del todo a un policial contemporáneo. Más bien uno podría pensar en lo contrario, como si la película buscara encarnar algunas ideas arquetípicas del noir que va de Cosecha roja (y sus correspondientes y variadas adaptaciones cinematográficas) al Polar francés (hay mucho del cine de Melville dando vueltas por aquí, pero también en un tono menor). En este juego -que bien lejos está de ser un ejercicio de estilo y que bien podría ser un coqueteo posmoderno con ciertas formas estandarizadas algún tiempo atrás, pero que entraron en desuso- lo que hace Poromboiu es ponernos a circular dentro del sistema de referencias cinéfilas pero sin que estas se conviertan en un ejercicio determinante de lectura. Eso quiere decir que en ningún momento la película deja de funcionar si no reconocemos las referencias. En todo caso, activa otras interrelaciones, pero no nos deja afuera en un juego snob. La cinefilia de la película es productiva y complementaria, no es excluyente. Por eso mismo en ningún momento su sistema de relaciones nos hace rehenes. De hecho las idas y vueltas, las traiciones cruzadas, las formas en las que los personajes eligen deambular por las fronteras (en particular su protagonista) ya son lo suficientemente complejas como para aditarle mayores niveles de extrañamiento a la hora de comprender el rompecabezas.

La Gomera 3

Si bien el inicio de la película es desconcertante, como si el policial hiciera varios comienzos en falso, como si el engranaje narrativo de lo que se propone narrar estuviera algo oxidado y solo anduviera gracias a automatismos varios brindados por el género mismo -que le sirve de sistema de expectativas a un espectador quizás no demasiado convencido del verosímil que le están presentando-, con un leve movimiento la perspectiva cambia. Y el verosímil se acomoda. Acaso sea la cinefilia. Acaso sea que entramos en el juego de traiciones, femmes fatales, dineros malhabidos, aprietes y asesinatos. Pero en un determinado momento la película no nos demanda que le creamos porque su sistema es el de poner al realismo tradicional del género en suspenso, como si nos pidiera, nos exigiera que no le creamos todo lo que vemos. En ese movimiento la película funciona como policial, si, pero también como invocación fantasmagórica de las formas y modos de un género y un estilo imposibles de recrear hoy en día sin caer en el gesto cínico. Pero lo de Poromboiu no es cinismo. En lo más mínimo. Es, en todo caso, conciencia de su coqueteo, como si en su película hubiera decidido ir de visita por el cementerio, jugando entre las tumbas.

Entre la cinefilia descarada, el pacto de suspensión voluntaria (pero involuntaria también) de la incredulidad y las formas de un cine que ya no vemos más, como si se hubiera extinto por completo, la película saca al director de su zona de comfort. Y coloca al cine rumano todavía más lejos de la gloria, de los laureles fáciles, de la expectativa de un cine de ghetto y de explotación política.

Esta noche se sale fuerte, nos dice Poromboiu. Hay que festejar que se ha dejado de ser lo que se era.


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