La Momia

Por Federico Karstulovich

La Momia (The Mummy)
Estados Unidos, 2017, 110′
Dirigida por Alex Kurtzman.
Con Tom Cruise, Russell Crowe, Annabelle Wallis, Sofia Boutella, Jake Johnson, Courtney B. Vance, Marwan Kenzari, Javier Botet y Shina Shihoko Nagai.

Constelaciones

Por Federico Karstulovich

¿Y si fuimos vilmente engañados?
Caemos, como quien no quiere, una y otra vez en la misma trampa. Quizás porque (los cinéfilos) somos campeones morales en eso de proyectar fantasmagorías que llenen espacios vacíos. Al fin y al cabo el telón de una pantalla de cine también es un espacio poroso, donde las partes de un átomo dejan huecos que nosotros (los espectadores) llenamos gustosamente con luz y sonido. Pero no hay, fisicamente, nada. La confianza es una cuestión de metafísica, un salto de fe. Y esos saltos son conexiones que hacemos entre cosas que a veces no tienen relación. Al menos no a priori. Es el mismo vacío que hay entre las estrellas. Y sin embargo establecemos constelaciones, porque disfrutamos construir lazos entre tanto vacío.

La puta que te parió, Tomás. No se te puede confiar nada, viejo. Ni la metafísica, ni el benemérito texto estrella. Nada. Dueño de una de las sagas más hermosas de la historia del cine (las cinco partes de Misión: Imposible no son nada sin el viejo y querido Cruise) y con un especial talento para descubrir proyectos apasionantes, justo en los últimos dos años venis a meter la pata como si se tratara de un principiante. Como si no supieras que siempre, SIEMPRE, tenés que elegir proyectos con volumen, vida e ideas cinematográficas. Porque nos enseñaste que el mainstream puede ser brillante, lustroso, inteligente (como si hubieras entendido desde la política de los actores-autores la gran lección de Hitchcock).

Pero elegiste la peor manera de continuar el bochorno de Jack Reacher: Sin regreso (Edward Zwick, 2016), que bastante floja era. Y te despachaste con La Momia, que es un engendro mutante entre el hambre (Dark Universe, un reboot de los monstruos de la Universal del período clásico: la momia, la criatura de Frankenstein, la novia de Frankenstein, el hombre lobo, Dr. Jeckyll & Mr Hyde, el fantasma de la ópera, Drácula, el monstruo de la laguna negra, el hombre invisible y alguno más…) y las ganas de comer (la desesperación de los estudios por atraer espectadores al cine, que se desangra de público frente a las plataformas hogareñas VOD). Y, como bien sabemos quienes la vimos, tu última película -que nos tiene acá pensando improperios contra vos- es un verdadero desastre.

Si me preguntan, La momia es menos una película que una voluntad nietzcheana de saga. Hay en ella voluntad de poder, si. Pero son solo ganas. Porque las ideas se las roba a Alan Quatermain and the league of extraordinary gentlemen (que también tuvo una adaptación cinematográfica verdaderamente penosa (La liga extraordinaria, Stephen Norrington, 2003) pero que al menos colaboró con la jubilación de Sean Connery, una década atrás o más de semejante mamotreto) y también a Van Helsing (Stephen Sommers, 2004). Les roba, como los niños sin imaginación, a otros niños. Pero les roba la superficie de un plan de acción y no un tono adecuado. A ver si nos entendemos: los mitos del cine de terror y el fanástico clásico están muertos y enterrados. Y el único modo de volver a ellos (supermegaarchicodificados) es de manera juguetona. Y para juego nada mejor que el folletín, que no es otra cosa que volver a las raices populares. Ojo, no hablo de distanciamiento y consumo irónico de los mitos de unos géneros, sino de una apropiación, de un tono que pide amor y empatía. Pero andá a explicárselo a gente que destapa one-liners pensando que el humor y la identificación pasan por un chiste de doble sentido. No, los muchachos de La Momia no solo no entendieron que se necesitaba corazón y personajes, sino que también se precisaban ideas. Y esto segundo es el otro gran ausente de este mainstream que parece una clase B pobre, como si se produjera la inversión del cine de Roger Corman. El berretismo, para aquel celebérrimo director-productor, era un punto de partida para desarmar convenciones de lo que ya había sido andado muchas veces pero que podía dar unos kilómetros más de placer a nuevos espectadores.

Pero cuando gestaron este engendro mutante (que tiene cuatro o cinco momentos simpáticos, casi todos ellos con el gordito Crowe pensando en cómo se va a pagar sus próximas dos mansiones, y apenas una sola gran escena, la de la caída del avión) lo que pensaron fue en una suerte de amnesia colectiva que hiciera pensar a una generación nueva de ignorantes que el reboot de una franquicia se hace en automático, como si nada. Porque confiaron que nosotros llenaríamos todos essos espacios vacíos con nuestras expectativas del género. Y que el resto las llenaría Juan Carisma (que debería ser el nombre latinoamericano de Tom Cruise). Pero no.

Quizás el tiempo demuestre que quisimos llenar un espacio, que quisimos armar constelaciones acompañados de estrellas. Que vimos conexiones en donde apenas había vacío. Y, mal que nos pese, quizás Tom nos vino cagando lindo y parejo durante años. Pero con algunas maravillas en el medio, encandilados, le entregamos nuestro corazón, como quinceañera que espera el siguiente encuentro con quien, dentro de poco, se lo va a romper.

 

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