La Mort de Louis XIV

Por Marcos Rodríguez

La Mort de Louis XIV
Francia, 2016, 115′
Dirigida por Albert Serra
Con Jean-Pierre Léaud, Patrick d’Assumçao, Marc Susini, Bernard Belin, Irène Silvagni, Vicenç Altaió

Durazno pasado

Por Marcos Rodriguez

Hay algo indefiniblemente material, físico -que tiene que ver con los cuerpos y las superficies que se disponen frente a la cámara- que hace que resulte muy difícil hablar sobre una película de Serra. Los objetos y los cuerpos adquieren un peso tal que las palabras parecen resbalar sin lograr adherirse verdaderamente a nada. Vemos a un hombre morir lentamente, en otro siglo, y su cuerpo se va descomponiendo frente a nosotros como si nada más que ese cuerpo (y la luz que lo rodea) capturado por la cámara pudiera tener sentido en el cine.

Por supuesto que hay sentidos metafóricos y políticos en las elecciones de Serra. No es casual que ese ser humano que vemos echado entre terciopelos y que se va pudriendo como durazno pasado no sea ni más ni menos que Luis XIV, la personificación del Estado absolutista, de la concentración del poder político, de la identificación entre persona y poder. El Rey Sol, la política concentrada en cada gesto (que se exhibe constantemente como en un teatro), no es a fin de cuentas más que un viejo al cual le empieza a oler el pie a podrido.

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Sus elecciones tampoco son casuales en términos de la historia del cine: Luis XIV remite directamente a la obra maestra (una entre tantas) de Roberto Rossellini La toma del poder de Luis XIV. Así como es profundamente significativa la elección de Jean-Pierre Leaud para interpretar a Luis XIV: ese rey que se va consumiendo lentamente no es otro que el actor, el cuerpo, que encarnó como ningún otro el advenimiento del cine moderno. El rey ya ni se puede levantar de la cama.

También podría hablarse, si uno quisiera interpretar o explicar, sobre el retrato que hace Serra de la medicina: un saber supuestamente moderno, “científico”, que pone en perspectiva la verdad del conocimiento humano. Los médicos de Luis XIV debaten con un charlatán holístico, cuyo saber inespecífico y místico ellos creen definitivamente superado por los avances de la ciencia; y a su vez nosotros vemos que sus métodos de diagnóstico y tratamiento se acercan más a un despliegue de intuición y tradición cuestionable que a lo que hoy entendemos por diagnóstico y análisis.

Pero la realidad es que todos estos temas importan en La mort de Louis XIV tanto o posiblemente menos que, por ejemplo, una sábana, un cuello de piel de animal, un gesto, un retrato, un ungüento o el sonido constante de pájaros, bichos y chicharras. Podría decirse, si uno quisiera ser realmente preciso, que La muerte de Luis XIV trata menos sobre el fallecimiento de un rey francés que sobre una peluca o, para ser más precisos todavía, que un desfile de pelucas. Son esas pelucas, y la luz que baile dentro de ellas, lo verdaderamente importante.

Los Médicos

Uno de los grandes hallazgos de Serra es el de construir un verosímil propio para esta película de época. No se trata, en este caso, de ese milagro del trabajo de cámara que hace que cada plano adquiera texturas que remiten directamente a formas de otra época o a las representaciones de otra época que hoy conocemos. Los planos de Serra parecen cuadros, pero no porque busque constantemente un preciosismo pictórico ni porque cite constantemente uno u otro cuadro famoso (al modo de esa cosa llamada Loving Vincent), sino simplemente porque la lógica de la luz en su película parece haberse adaptado a una lógica de la luz que es diferente a la nuestra. Y es, por supuesto, una mentira. Lo mismo pasa con los modos de hablar y moverse de los personajes: nadie se mueve, habla o reacciona con el menor grado de naturalidad. Hay una artificialidad del gesto que es pura arbitrariedad y maravilla. El recurso queda escondido por el contexto: todos los que hablan, hablan alrededor del Rey, y hablan con o sobre un enfermo. Pero ni siquiera eso es suficiente para explicar ese modo hipnótico de estar en un espacio y con otros seres humanos, que puede parecer una reconstrucción histórica, que es en realidad un artificio de verosimilitud particular (y que, por tanto, no busca destacarse como recurso evidente) y que le presta a la película una lógica propia.

Luis XIV muere, tal como indica de entrada el título. No hay trama: llegamos a él enfermo, lo vemos descomponerse de a poco, asistimos al angustiante trabajo de su médico por intentar lograr que trague un poquito de agua, y finalmente el rey ha muerto. ¿Hay metáforas y grandes sentidos en esta operación? Por supuesto. Pero inmediatamente después de que el rey muere, un conciliábulo de médicos se dedica a realizar la autopsia de ese cuerpo, que todavía no debe estar del todo frío. Se reúnen todos, abren el vientre y empiezan a sacar, de adentro del Rey Sol, intestinos, hígado, estómago y demás menudencias para analizar y sopesar el peso de esa carne ya sin vida.

La verdad de Serra está en esos intestinos manoseados.

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