La Mula

Por Federico Karstulovich

The Mule
Estados Unidos,
2018, 116′
Dirigida por Clint Eastwood.
Con Clint Eastwood, Bradley Cooper, Michael Peña, Taissa Farmiga, Laurence Fishburne, Ignacio Serricchio, Alison Eastwood, Dianne Wiest, Andy García y Clifton Collins Jr.

Un camino sin posadas

Una vida sin celebraciones es como un largo camino sin posadas

Democrito

La vi en una función de prensa, porque en esa semana contaba con algo mas de tiempo. Me dije “aprovechá para escribir ahora porque después va a ser imposible”. Pero ni eso. Al día siguiente volvieron las obligaciones. No, no hablo de las obligaciones laborales de la clase que uno ve y con las que carga durante el año, sino otra obligación extra, distinta. Intentaré explicarlo mejor: desde hace varios meses estoy construyendo (mejor dicho reformando) una casa desde cero, lo que implica resolver todas y cada una de las pequeñas cosas que la constituyen: caños de electricidad, desagües, conexiones, cemento, cal, arena, ventanas, pisos, revestimientos, baches para baño, canillas y todo lo que puedan imaginar (y que en general uno tiene naturalizado cuando ingresa a una casa ya terminada). Mi día a día, desde hace meses -pero que se ha intensificado durante los últimos dos- radica en resolver incendios pero con una buena causa. Nada se incendia en concreto, porque en el fondo de trata de la construcción de un proyecto muy querido y hermoso. Lo que se incendia es la cabeza, signada por el estrés de las resoluciones diarias hasta que un día el asunto termine y la demanda pare. Bueno, la cuestión es que en estos días de labores quien volvió fue Eastwood. Pero la vuelta para mi fue doble: volvió a protagonizar sus películas al mismo tiempo que volvió una idea de mundo que siempre fue cristalina, pero que ahora me afecta de una manera que antes no había podido dimensionar.

El viejo y querido abuelo Clint pertenece a una generación que no puede entenderse con el presente. Si lo calificáramos rápido y mal lo llamaríamos “un viejo conservador” cuando en realidad su conservadurismo no es otra cosa mas que una ética personal sostenida en el tiempo, una ética inoxidable que, a la luz de los cambios, parece avejentada. Pero quizás habría que tomarse el trabajo de pensar con un poco más de tranquilidad esos motes y esas ideas. Ya desde El principiante (1990) y Los imperdonables (1992), pasando por la extraordinaria Cazador Blanco, Corazón negro (1991), Eastwood nos viene hablando sobre finales de época. Sobre cambios acontecidos alrededor de su persona(je) en el cine, pero también sobre cambios exteriores. Esto pasa cuando un creador alcanza un nivel de plena conciencia sobre su propia obra, conciencia tal que implica cambios en el interior del trayecto. Porque si algo ha sabido hacer CE es cambiar durante la marcha. Acaso no haya mejor manera de graficar el cine del director que la del dibujo de un largo camino en el que paralelo a el abandono de ciertas tradiciones se van montando otras pero a la vez persiste un andamiaje que no se va. Porque si algo define al cine de Eastwood es, precisamente, las contradicciones cargadas sobre el propio cuerpo (el personal y el escénico, ese cuerpo que se arma de todos los cuerpos habitados durante años y que forman un gran imaginario cultura en torno al personaje público construído como actor y director a la vez).

Y si hablamos de contradicciones las películas están ahí para mostrarnos que en el cine del viejo Clint pueden confluir todas las contradicciones juntas, como si en el fondo este casi nonagenario se riera del mundo que demanda documentos de identidad, que demanda coherencia y que demanda univocidad. Es curioso: se lo señala como un señor conservador hacedor de películas conservadoras cuando en realidad no hay cosa menos conservadora que abrazar las contradicciones y lidiar con ellas sin pretensión de una identidad que te defina a priori. Lo curioso es que el presente (al que dije antes que Eastwood, como actor y director, no pretenden entender) termina quedando ya no a la izquierda o a la derecha, sino rezagado en un puritanismo obsesivo por las clasificaciones, puritanismo que no cuadra con el humanismo vigesimónico (del siglo XX) del director de Los puentes de Madison. Ese humanismo al que refiero, que entiende que las personas pueden ser varias cosas a la vez (y que Emerson comprendió e instaló en el imaginario americano  desde el siglo XIX en adelante como ningún otro, lo que vuelve a Eastwood un director emersoniano por excelencia) retorna de la manera más acabada en La Mula, sobre la cual no podemos asegurar que se trate de su película de despedida, pero de seguro sea su película más consciente del lugar que ocupa hoy ese imaginario humanista en la cultura estadounidense contemporánea.

Las contradicciones en el cine de CE tienen dos caras, cada una de ellas con un par contrapuesto. Una de ellas tiene que ver con el mundo del trabajo/responsabilidades frente al mundo del placer. La otra tiene que ver con la norma de la comunidad frente a la ética del individuo. Lo notable de esta película es que Eastwood logra reunir a todas y cada una de ellas en un mismo trago. Porque en el mundo del trabajo y las responsabilidades, para el humanismo de Eastwood (un humanismo de liberal de izquierda a la vieja usanza) si no hay disfrute, no hay nada. De la misma manera si el disfrute no llega con las responsabilidades del caso, tampoco es real, ni valedero ni verdadero. De ahí que La Mula no sea otra cosa que ese aprendizaje, en donde un adulto mayor parece comenzar a entender que debe hacer conciliar ambas posibilidades. Al fin y al cabo el padre ausente que fue Earl Stone no es algo muy distinto a otros padres ausentes de la filmografía esatwoodiana. Pero a diferencia de aquellos que en alguna medida buscaban balancear las cosas para hacer justicia en pos de un beneficio común (como el padre ladrón que se venga del presidente de EE.UU. en Poder absoluto (1996)) en su último largometraje la compensación no se equipara. Y es que de esa disparidad entre lo que se quiere balancear de un lado y del otro surgen los momentos de mayor conciencia: Earl Stone sabe que está cometiendo un delito pero también es consciente que solo cometiendo un delito y reparando algunas de sus faltas podrá volver a acercarse a la familia que perdió y lastimó. De ahí que el discurso de la película jamás termine cayendo en el lamento moralista de quien no hizo las cosas bien, sino, en el mejor de los casos, en la exposición de las mencionadas contradicciones: se puede asumir una responsabilidad al mismo tiempo que disfrutar los beneficios del mundo del delito (al que Eastwood no necesita señalar y al que se permite retratar de manera estereotipada, con la plena conciencia de que lo que menos importa es el costado policial del asunto, que aquí es meramente una excusa para disponer las coordenadas de un mundo personal de tensiones). Stone, en definitiva, OJO SPOILER, terminará pagando por haber sido partícipe de una red delictiva, si. Pero al mismo tiempo esto le habrá devuelto el ingreso a su familia y a los que consideraba perdido a la vez que lo retorna a las labor que lo apasionaba: el trabajo como horticultor (por eso el primer y el último plano de la película son especulares)

Quizás, dentro de las contradicciones que abundan en el cine de Clint Eastwood, la del trabajo y el placer sea una de las mas duras. Y acá tengamos que detenernos en la conciencia de la propia obra. Poco sé si hablamos de un director que se permite disfrutar de sus logros, si puede detenerse y mirar retrospectivamente lo que ha logrado. Lo que seguro sabemos es que se trata de un director que no para de trabajar. Y el trabajo, a veces, cuando no hay una mirada retrospectiva (además de prospectiva) puede convertirse en un yugo, en una atadura imposible. El trabajo, de esa manera, se convierte en una forma de hacer pasar el tiempo para que no se noten los huecos, para que los vacíos vitales no se hagan evidentes. Quizás, a la luz de otras películas sobre el trabajo – Sully (Clint Eastwood, 2016) es la primera que se me viene a la cabeza – CE comience a entender que en algún momento hay que detenerse y parar. Hay que mirar y disfrutar, como decía Demócrito en la frase que inicia esta crítica. Porque una vida sin celebraciones es como un largo camino sin fondas. Y a veces es indispensable parar y disfrutar, abrir los ojos y celebrar, aunque esto tenga consecuencias. Para Earl Stone las concecuencias de la libertad (sexual, moral y de distinto tipo) tienen a la carcel como lugar de recepción, si. Pero también tienen al reencuentro con las personas amadas por otro. Para Eastwood quizás tenga el sabor de poder parar, en algún momento. Y mirar todo lo logrado. Quizás, con estas películas y a su manera, nos está diciendo eso: que paremos y miremos.

Ayer, luego de mover cosas, entre cemento, cal y arena, decidimos parar con mi novia. Darnos un respiro. Y sentarnos a comer unos sanguchitos y tomar una cerveza en medio de la obra. Eran casi las 12 de la noche, luego de un dia de calor y bajo una leve brisa que se filtraba por el techo corredizo del patio de la casa nueva. Decidimos que esa fuera nuestra celebración, nuestra posada en el largo camino hacia la nueva casa, que nos espera para recibirnos pronto. A veces las lecciones llegan desde los lugares mas inesperados. Gracias, abuelo. Otra vez más.

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