La Nana

Por Federico Karstulovich

La Nana 
Chile/México, 2009, 95′
Dirigida por Sebastián Silva
Con Catalina Saavedra, Claudia Celedón, Mariana Loyola y Luis Dubó.

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Por Federico Karstulovich

La industria cultural siempre cuenta con un bastión que le permite revolear a los 4 vientos la última novedad de mercado. Dentro del llamado circuito artie alguna vez fue el cine iraní, también lo fue el cine mexicano, el taiwanés, el hongkonés, el rumano, el cine turco, el cine brasileño, el cine argentino. Hace unos 4 o 5 años comenzó una leve olita que comenzó a crecer con fuerza. Fue la del llamado Nuevo cine chileno. El cine trasandino supo tener una rica historia en la década del setenta, pero con los exilios y dictaduras, pero sobre todo con una nula política cultural de apoyo al cine, muy pronto se desvaneció.

No obstante, con el renovado interés en el cine latinoamericano fomentado fuertemente por las cinematografías mexicana, argentina y brasileña, algunos países que venían como furgón de cola comenzaron a desarrollar una cinematografía que volvió a ganar reconocimiento (al menos parcial). Entre ellas el cine peruano, el cine paraguayo pero sobretodo el cine chileno. En este último caso supieron destacarse algunos directores como Sebastián Silva, Sebastián Leiva, Dominga Sotomayor, Christian Jiménez.

La nana, podemos decir sin equivocarnos, fue una de las puntas de lanza de ese resurgir. Pero no es el único caso. De cualquier modo resulta más interesante pensar, más allá de las modas pasajeras, qué elementos hacen que la película no sea una más del montón. Antes que nada La Nana pertenece a ese grupo de películas rabiosamente contemporáneas que se construyen en torno a la espera, a la expectativa, a la morosidad de la llegada de una explosión. Esa tensa espera construye un suspenso que va delineando la mayor parte de la trama de la película: ¿Quién es esa empleada cuya vida privada quedó suspendida en un limbo desde que fue empleada por la familia pequeñoburguesa que la explota y la aloja?

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Un segundo elemento que hace de la película un ejemplo de narración efectiva y lograda es su obsesión por los detalles. En este punto La nana no es simplemente una película sobre la tensión de clases entre patrones y empleados sino una película sobre los sueños perdidos, abandonados en la ingratitud de la diaria entrega al trabajo.

En función de sus detalles y de la expectativa que construye en base al suspenso La nana se parte en momentos diferenciados: uno que juega con la previsibilidad y lo inminente (el costado clásico de la película) y otro que se abre a las posibilidades del azar y lo imprevisible (que es al costado más moderno de la película y se identifica con la llegada de la tercera “asistente”, que da vuelta el mundo de la protagonista en todo sentido). En este sentido la película permite una mirada estrábica que no se queda en un solo tono. Esa delicada dosificación permite que la película no se ahogue en el código de un género pero que tampoco se olvide de tomarse libertades (como si la misma película se hiciera cargo de la claustrofobia de la protagonista).

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La película tiene un registro visual propio del video (pero no pertenece al subgénero falso documental) y si bien no es exactamente preciosista (la cámara en mano funciona bien pero los encuadres son poco cuidados, por momentos casi amateurs) el efecto cotidiano funciona. En este sentido La nana le saca el jugo a cada uno de los ingredientes que explota. De todo esto se deriva la gran traición a nuestras expectativas: ¿pensábamos que íbamos a ver La ceremonia de Chabrol? Nada más lejano. Aquí nada sobra y todo está milimétricamente pensado en función de una necesidad narrativa (tiene algo de La separación pero sin el juego moralista de aquella) pero con la acertada decisión de borrar las marcas hasta que no se note. Podemos echarle en cara alguna que otra torpeza técnica, alguna sobreactuación que sale del conjunto, sí, pero en el fondo La nana demostró al cine chileno y latinoamericano en general que se podía narrar con inteligencia, con bajo costo y con ideas visuales.

Hoy, de aquí a un par de meses, cuando baje la espuma de la nominación al Oscar de NO de Pablo Larraín, todo volverá a su sitio, posiblemente, y el cine chileno recupere el lugar que había sabido tener antes del boom. Como toda moda algo habrá dejado en el camino. La nana es un ejemplo acabado de un cine latinoamericano posible más allá de las modas.

(*) Publicada en El amante Cine, Marzo de 2013

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