La reina del miedo

Por Federico Karstulovich

La reina del miedo
Argentina-Dinamarca, 2018, 107′
Dirigida por Valeria Bertuccelli y Fabiana Tiscornia.
Con Valeria Bertuccelli, Diego Velázquez, Sary López, Gabriel Goity, Darío Grandinetti.

Changes

Por Federico Karstulovich

Aceptar la necesidad de un cambio es una de las cosas más difíciles que pueden pasarle a una persona. Uno se habitúa a los propios comportamientos, a ciertas zonas de confort, a espacios en donde, en mayor o menos medida, tenemos elementos suficientes como para desempeñarnos sin mayores inconvenientes. El problema es que también naturalizamos esos comportamientos y, cuando estos cristalizan, terminan delimitando una conducta que, vista retrospectivamente, quizás no sea lo más agradable que podamos ver sobre nosotros.

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La ópera prima de Valeria Bertuccelli (en tándem con Fabiana Tiscornia) no solo no le hace asco al toro sino que lo enfrenta, lo toma de las astas, lo mira de frente y se pregunta cuánto hay de comodidad en eso que vemos como parte de una rutina y cuánto de espanto, cuánto de terror a lo desconocido, al sufrimiento, a dar un salto al vacío (que tiene menos de vacío que de abandono de comodidades y de certidumbres sobre las cuales no hay cuestionamiento alguno).

Uno de los puntos más interesantes para llevar esto a cabo es la manera en la cual la protagonista duplica un componente escénico en dos espacios distintos pero con los mismos efectos: el personaje en la vida privada y el personaje público de la actriz conflictuada/conflictiva. Esa doble inscripción hace que la película pueda aprovecharse plenamente del componente teatral y jugar así con la doble condición del acto de actuar: por un lado es llevar a cabo acciones, tomando decisiones y asumiendo consecuencias; por el otro representando, simulando un rol.

Sobre ese terror a actuar (como modalidad constitutiva que da cuenta de un cambio) es que la película avanza. Pero no lo hace con una progresión dramática previsible, sino que es consecuente con los vaivenes de su protagonista. Por ese mismo motivo su dispersión, su tendencia a ramificarse en distintos subconflictos, habla también de la estructura narrativa, que es escurridiza, que habla mucho más de lo que la misma protagonista dice sobre sí misma.

Pero hay otras decisiones de forma que hablan sobre esa indeterminación. Todo el modo en el que se producen los terrores nocturnos (que son terrores también casi escenográficos) es parte de una idea mayor: lo que vemos en la película no es otra cosa que un cuento dentro de otro dentro de otro. Pero que en el fondo nunca abandona su centro, que es el horror a salirse de sí y tomar caminos.

Sencilla en sus ideas pero a la vez precisa en el modo de agotar los recursos que usa, la película logra salir airosa de lo que, a primera vista, podría confundirse con las marcas, con los tics del nuevo cine argentino. Y lo hace porque conscientemente cuenta una historia más vieja que el mundo: la del terror a lanzarse al abismo y dejar de ser lo que se era.

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