La villana

Por Federico Karstulovich

La villana (Ak-nyeo)
Corea del Sur, 2017, 123′
Dirigida por Jung Byung-gil.
Con Kim Ok-vin, Shin Ha-kyun, Sung June, Kim Seo-hyung y Cho Eun-ji.

Tracción a sangre

Por Federico Karstulovich

Ya no hay que demostrarle nada a nadie. De Hong Kong a China, de Corea a Tailandia, de Japón a Malasia un cine físico se despliega, se multiplica con tentáculos y encuentra sus variaciones. No es igual, es cierto. En algunos casos este cine se aferra a tradiciones locales, a veces a otros géneros (como el melodrama, el policial, el cine de gangsters u otros) a una historia necesaria o a una serie de referencias culturales. En otros este cine se asienta en los componentes más superficiales del género de artes marciales (de hecho ni siquiera es exactamente un género, más bien es una superficie de cruces genéricos, una verdadera licuadora multigenérica) para explotar sus componentes plásticos. Cuando se asienta en otros géneros o en tramas históricas nos cruzamos con algunas barbaridades de Ang Lee o de John Woo. Cuando lo que importa es el movimiento y la plasticidad ahí está(ba) Jackie Chan trabajando con tipos como Tsui Hark o Stanley Tong, pero también está el cine demencial de Prachya Pinkaew o incluso el Takashi Miike de principio de este siglo. Ojo, hay y mucho. El problema es cuando el caballo se queda a mitad del rio, problema central de esta película esquizofrénica llamada La villana.

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Como si la película fuera plenamente consciente de su problema, en el centro mismo está el inconveniente de las identidades como motor de todo lo que sucede. Por un lado un culebrón insertado en la lógica de una película de agente de una agencia paraestatal (al mejor estilo de Nikita, de Luz Besson, la historia cuenta el arco de un personaje que debe cumplir con un último trabajo de la mafia…estatal o paraestatal, al fin y al cabo es lo que menos importa saber para quién se mata), por otro una película de traiciones dobles, triples, cuádruples y hasta por cinco. En medio de todo eso una estructura narrativa que apela a flashbacks dentro de flashbacks, que no deberían ser tomados muy en serio. Y como complemento una película que, cuando confía en los cuerpos y en las acciones físicas adquiere otra vida, como si se tratara de Leónidas en 300, que se quitaba el yelmo y la armadura porque sentía mucho peso para pelear con libertad. Bueno: cuando La villana se libera del peso de su propia importancia (que tampoco es demasiada, pero que molesta porque no hace sino multiplicar todos y cada uno de los tropos previsibles de esta clase de historias sin aportarle un mínimo giro de originalidad al tratamiento de las ideas ni de su concreción particular) es cuando crece, se hace grande y particularmente cinemática como pocas cosas vayamos a ver en cine este año (quien haya visto esa sorpresa del año pasado llamada Hardcore: Misión extrema reconocerá la estrategia de la subjetiva inicial de esta película).

The Villainess

Cuando a principios de año se estrenó John Wick 2 festejamos varios porque vimos que alguien de este lado del Atlántico (o deberíamos decir del Pacífico, ya que comparamos con el cine oriental?) había aprendido que lo que importaba no era el backstory sino la capacidad de lograr que el cine se materializara como acto de espiritismo en medio de la magia del movimiento cinético de las piñas y las patadas (ya lo había entendido Keaton, Fairbanks, también Jackie Chan…por qué no lo podría entender Keanu? Bueno, Atómica no lo entendió casi por los mismos problemas que La villana). Pero el tema es que la película de Jung Byung-gil avanza espasmódicamente, cuando pierde la memoria de su intento multigenérico de llevar a cabo una historia de venganza pero con contenido y crítica política es cuando mejor funciona. El inicio de la película, de hecho, es un ejemplo espectacular de uso de una cámara simil Go Pro (pero bastante mejor), que deja, por comparación, a la escena del pasillo y la pelea a martillazos de Oldboy como una práctica de estudiante de cine de primer año. De hecho todas y cada una de las escenas de pelea que implican planos secuencia (uno de los componentes claves del cine de artes marciales más lúcido: ser bazinianos siempre y que el cuerpo se la ponga con todo el peso de la ley de los huesos rotos y las caras magulladas) son ejemplos de extraordinaria capacidad cinética, en donde  Oscar Wilde viene y nos recuerda que en efecto no hay nada más profundo que la piel y la superficie. En pasillos, en escaleras, en un ómnibus en movimiento, entre automóviles, en dos motos, lanzándose por ventanas: no hay límites visuales y la película sabe aprovechar dramáticamente esa violencia en primera persona. No es solo una subjetiva: es la venganza en primera persona justificada como pocas veces.

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La villana con su doble cara, con su necesidad de folletín tardío y melodrama de cuarta hongkongues  a la vez que con su precisión quirúrgica y seca para las peleas, para los enfrentamientos, es un ejemplo de un horizonte posible: un cine distinto (en este caso parcialmente fallido, parcialmente logrado) que puede estrenarse en nuestro país, que puede funcionar, que puede abrir posibilidades para acceder a alguna forma de diversidad inexistente e incluso a mejores exponentes. A veces algunos deben morir en el camino para que otros sobrevivan. Aunque sea con tracción a sangre. Algo es algo

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