El otro hermano

Por Federico Karstulovich

El otro hermano
Argentina-Uruguay-España-Francia/2017, 112’.
Dirección: Israel Adrián Caetano.
Con: Leonardo Sbaraglia, Daniel Hendler, Alian Devetac, Ángela Molina, Pablo Cedrón y Alejandra Flechner.

La violencia está en nosotros

Por Carlos Federico Rey

Un plano detalle de los dientes putrefactos de Duarte (Leo Sbaraglia) anticipa el estado de descomposición de Lapachito, un pueblo infrahumano donde la fealdad y una estética aberrante se apoderaron de todo el espacio. Esta idea de obturación de lo agradable es representada con encuadres incómodos donde los personajes están descentrados o incluso sus cabezas quedan cortadas y salen de cuadro y otros planos generales hostiles y desagradables que colaboran con la degradación al mostrar el paisaje inhóspito donde transcurre la acción.

Duarte espera la llegada de Cetarti (Daniel Hendler) de BsAs para que reconozca el cuerpo de su madre y hermano asesinados por el amigo y ex compañero de Duarte en el ejercito llamado Molina y así proponerle cobrar a medias un seguro de vida que ofrecía la fuerza. Duarte (compañero de Molina en la época de la dictadura del 76-83), junto a un hijo de Molina de un antiguo matrimonio, se dedica a realizar secuestros extorsivos. Cetarti, impávido y gélido ante la muerte de la madre, casi como Meursault en El Extranjero, terminará por naturalizar la violencia. Y de la misma manera que sucede con el personaje de Albert Camus, cuando está fuera de su ámbito va cambiando y galopando firmemente hacia la violencia. Caetano muestra la inexpresividad de Hendler y lo convierte en testigo sobre cómo en Lapachito Duarte hace y deshace y donde el dinero constituye el único intercambio posible.

Luego de la subvalorada Mala (2013), Caetano retorna al realismo sucio con esta pesadilla sórdida, un híbrido de policial, thriller y western ambientado en el horror del provincialismo profundo, que encuentra en el territorio chaqueño su espacio sin ley (aunque el fenómeno de esa ausencia podría hacerse extensivo a un territorio más vasto).

La mirada política de Caetano en El Otro Hermano supone un estado ausente en los feudos del interior del país. Y esto se puede ver en cada plano. Incluso la idea central de la película está en el primer encuadre de Duarte, cuando Caetano lo filma en la ruta, delante de una pintada que anuncia una campaña electoral proponiendo a un intendente. Esa idea que en los feudos la democracia regresó a medias y hay estructuras paraestatales que administran la burocracia y que funcionan por delante de los organigramas oficiales se hace carne en Lapachito, donde si la muerte te atrapa caes en una morgue semi derruida, donde la cremación se hace en condiciones dudosas (el encargado del lugar ateniendo con la remera de Chaco For Ever es una idea brillante de esa desgradación) y donde las cenizas van a parar a una caja sucia, que empatiza con la fealdad y, fundamentalmente, con el abandono de todo el lugar.

La impunidad que tiene Duarte para manejar el pueblo, a la policía e incluso secuestrar y matar hacen cambiar de parecer a Certati que en lugar de regresar a Buenos Aires decide conseguir todo el dinero que pueda e irse a Brasil para no regresar. La idea de secuestro, muerte y fuga ponen a El Otro Hermano en una contextualización casi anacrónica. Caetano, a pesar de ser un reconocido simpatizante del peronismo, no oculta esfuerzos por mostrar cómo se vive en un feudo peronista. Tampoco como se roba, ese elefante blanco que es el Polo Científico de Lapachito, obra pública inconclusa, es un reflejo inexorable de lo ocurrido en el país en los últimos años. Caetano no le esquiva al bulto al problema político que describe (nunca lo hizo: estuvieron a punto de censurarle la película de Nestor Kirchner, por las expresas críticas al pasado de Néstor Kirchner, aunque después la catastrófica versión de Paula de Luque su película salió a la luz en una versión algo más morigerada que el primer corte), por eso su último largometraje termina siendo una de las grandes películas políticas sobre los estados feudales en nuestro país.

Por eso el Polo Científico de Lapachito no es solo una nota política al margen, ya que además de ser el lugar en el que se consuma el robo y vaciamiento del estado como sinécdoque es también, el lugar donde se dirime la tensión que va creciendo entre Duarte y Certati. Este último, como los grandes personajes de la tradición del cine clásico, se modifica desde el inicio del viaje y la ambición por el escape lo hace ser partícipe de un secuestro y estar dispuesto a desatar la violencia. Y nosotros somos testimonios de esa mutación. Otra vez, como en el Extranjero de Camus, la construcción de la violencia en alguien aparentemente no violento se puede desatar en un segundo. Por eso el territorio dramático del vaciamiento del estado con la obra pública es el que Caetano elige para mostrarnos el enfrentamiento final.

En el plano fijo final, a través del espejo retrovisor de la camioneta, vemos a Certati perderse en un punto de fuga. Caetano nos deja un recuerdo en el encuadre: el hijo de Molina muerto en el enfrentamiento final, no es un daño colateral derivado de un enfrentamiento entre morales opuestas (algo que podíamos sospechar al inicio pero que luego corroboramos: no hay tantas diferencias entre Cerati y Duarte al final de la jornada), por el contrario, el resultado de las miserias intestinas entre sujetos cortados con la misma (falta de) ética, en un espacio sin ley no se resuelve ni con el escape. Porque no hay salida. Y porque la violencia ya está en nosotros hace rato.

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