Las dos reinas

Por Carla Leonardi

Mary Queen of Scots
Reino Unido-EE.UU., 2018, 124′
Dirigida por Josie Rourke
Con Saoirse Ronan, Margot Robbie, Guy Pearce, Ian Hart, David Tennant, Jack Lowden, Ismael Cruz Cordova y James McArdle.


Sola entre los hombres


Siempre implica un riesgo llevar al cine la vida de personajes históricos tanto porque la complejidad de esas vidas puede caer en un reduccionismo banal al acotar hechos y personas complejas en un par de horas, como por la inevitable comparación con el original, que puede implicar una decepción no pocas veces mayúscula. Frente a estos problemas se enfrenta la directora inglesa Josie Rourke en su ópera prima, que toma como figura central a la fascinante María Estuardo y cuyo guión está basado en el libro Queen of Scots: The True Life of Mary Stuart, (2007) del historiador y biógrafo inglés John Guy.

La película comienza situándonos en el contexto histórico: María Estuardo, reina de Escocia y católica regresa a su tierra a los 18 años, luego del fallecimiento de su esposo, Rey de Francia. Todo esto sucede en medio de tiempos convulsos en los cuales los protestantes ingleses buscaban controlar Escocia a través de su medio hermano que gobernaba como regente. La llegada de María pone en cuestión el trono de la reina protestante Isabel de Inglaterra, pues por derecho de linaje (María e Isabel son primas) podría pretender ocupar su lugar. El montaje une dos momentos a partir de una misma acción, el rezo: rezando María apoya la cabeza sobre un trozo de madera para ser decapitada en 1587; de la misma forma, rezando, apoya su cabeza sobre la arena de la orilla de Escocia en su retorno en 1561, situando este regreso como el comienzo de una etapa de su vida que la conducirá a esa fatalidad. A partir de aquí la película se mueve en una temporalidad lineal cronológica buscando dar cuenta de los acontecimientos que la llevarán a ese desenlace trágico.

Genero & género y género. Drama histórico-biográfico o biopic en torno de la vida de María Estuardo, como plantea el titulo original del film que es María, reina de Escocia, hace que la opera prima de Rourke encuentre su atractivo no tanto en las intrigas, traiciones y conspiraciones palaciegas -tan trilladas en los retratos audiovisuales de la realeza y que aquí se vuelve bastante reiterativas- como en la posibilidad de ir más allá de ellas, analizando el complejo vínculo entre las reinas Isabel de Inglaterra y Maria de Escocia, así como la singular posición de cada una de ellas. Esta línea es la que enfatiza el título en español: Las dos reinas, imprimiendo a la película un estilo teatral que, si bien no cae en el melodrama, no está dotado de la sutileza poética shakespeareana que por ejemplo logra muy bien el escritor Stefan Zweig en su biografía de la mismísima María Estuardo. 

Para trabajar el contrapunto la película irá alternando pasajes del periplo vital de María en conjunto a las repercusiones y las respuestas que sus actos tendrán en su prima la reina Isabel de Inglaterra (Margot Robbie). De esta manera se establecerá un contraste de estrategias y estilos de ambas mujeres para sostenerse en el poder, precisamente en un mundo donde el poder fue siempre fue ejercido por hombres. No obstante, si algo tienen en común, tanto María como Isabel, es mantenerse fiel a si mismas y tomar sus propias decisiones, sin dejarse controlar por los hombres. Las diferencias, tal y como dijimos, se presentarán en la estrategia de ambas para mantenerse en el poder, acaso consecuencia de la posición de cada una respecto del goce. Al fin y al cabo la posición sexuada en relación al goce va más allá del sexo biológico de cada quien. 

Resulta dramáticamente acertado el uso del vestuario. Veamos un poco esto.
María (Saoirse Ronan), es recibida como Reina en el castillo de Edimburgo por su medio hermano Jacobo, conde de Moray (James McArdle), líder de los protestantes. La puesta en escena la identifica con su cabellera roja recogida en un peinado típico cortesano y con su vestido de color gris. El color de su pelo, sin ir más lejos, no es pasado por alto. La película se vale del pelirrojo del cabello para destacarla como una mujer de carácter y fuerte personalidad, individualizándola. Al mismo tiempo, al estar recogido, nos anticipa que no será totalmente libre en sus decisiones, que sufrirá condicionamientos, aprietes y manipulaciones por parte del mundo de hombres entre los que deberá circular: nobles de la corte y protestantes, codiciosos de su poder y su trono. El color gris de su vestido, por otro lado, dará cuenta de un ánimo apagado, de sentimientos de vacío y monotonía, consecuentes al estado de duelo por la pérdida de su esposo. De hecho toda la escenografía en el castillo es lúgubre y oscura, en consonancia con las ropas de de color negro de quienes la acompañan: sus consejeros y sus damas de compañía, presagian un ambiente turbio, truculento y trágico, típico de las intrigas palaciegas que se tejerán a su alrededor. 
Pongamos atención a esto: María asumirá el color azul en su vestido, indicio de la confianza en si misma, de la fortaleza y la inteligencia a la hora de gobernar. María decidió mantener tanto en su Consejo, como en su corte a los nobles protestantes y al ministro de la iglesia protestante John Knox (David Tennant) -que predicará infamias e injurias hacia ella como puta, adúltera y asesina poniendo al pueblo en su contra- e incluso en su séquito íntimo de compañía a un juglar homosexual (en contra de los principios católicos), mestizo e italiano como David Rizzio (Ismael Cruz Cordova). Además permite la tolerancia religiosa para su pueblo, pudiendo ellos profesar la religión católica o la protestante, según su elección. En este sentido, la película la presenta entonces como una Reina tolerante, sensible, indulgente y misericordiosa con sus opositores y traidores. 

Sororidad. María enviará una carta a su prima, invitándola a celebrar un Tratado de las dos Reinas, mediante el cual se compromete a respetarla en su legitimidad en el trono inglés, a condición de nombrarla como su sucesora en el trono. Apelará a su hermandad en la feminidad, a esa solidaridad entre mujeres de la que tanto se habla hoy en día mediante la sororidad, para protegerse mutuamente de la amenaza de los hombre sobre ellas y reinar juntas y en armonía, pero se verá decepcionada. Isabel pavorosa y paranoica con la posibilidad de perder su trono, rechazará su propuesta, esquivará con falsas excusas la posibilidad de encontrarse en persona para resolver estos asuntos y su contra-propuesta será que se case con un noble protestante inglés, para de esta manera poder controlarla. 

Pero María es una mujer de profundas convicciones, que no permitirá bajo ninguna circunstancia que ni Isabel ni sus consejeros le impongan un casamiento con fines políticos, por encima de un casamiento basado en el deseo. En este punto María sostiene una clara posición femenina. Ella dice: “Me gustaría volver a casarme para saber lo que se siente por un hombre, pero no para pertenecerle.” En este punto ella no se interesa por ser “la esposa de”, por ser un objeto con valor posesivo para un hombre. Y sabe, en cierto sentido, que a través de la poética palabra de amor de un hombre puede llegar a experimentar un goce distinto. A ella le interesa experimentar ese goce femenino que se siente en el cuerpo cuando las palabras de amor de un hombre la tocan. De ahí que en el primer encuentro con su primo de la dinastía Estuardo, Enrique Dardley, conde de Lennox (Jack Lowden), será el verso que le recite lo que la anime y su amor por él lo que la llevará a decidir casarse con él (bajo promesa que solo será su leal príncipe sin derecho a sucederla en el trono) y a engendrar un hijo con él como su heredero. De este modo María obtiene las delicias del goce femenino a través del amor y a la vez por la vía del hijo, como representante del simbolismo masculino, un límite a la locura embriagadora del goce femenino. En esta decisión, en este acto de fe por el amor -y aunque no resulte como esperaba (porque Lord Darnley pretenderá mucho más y no será lo que aparentaba)- María se diferencia de Isabel porque en este punto esta dispuesta a perder el trono, a correrse de una posición que se sostiene en la posesión de los bienes. Será esta ética del goce femenino, en un mundo masculino que no quiere saber nada de la alteridad de la feminidad, la que conducirá a María a su destino final convirtiéndose para la historia en la Reina mártir. 

En Isabel, María no encontrará una hermana, sino más bien una rival, y más profundamente a un accionar asociado a los hombres y sus maneras. Como le dirá a su consejero William Cecil (Guy Pearce): “Yo elijo ser hombre. Por eso usted será lo más parecido a una esposa que jamás tendré”. Isabel eligió no casarse ni tener hijos porque priorizó aferrarse al trono, sabiendo que vivía en un tiempo que sólo veía a las mujeres como esposas o madres; de ahí que pasó a la historia como la Reina Virgen. Isabel envidia la juventud, la belleza y la inteligencia de María. Ve en ella todos los atributos de los cuales carece, como lo muestra la escena en la cual compare el retrato de María con su imagen en el espejo. María encarna para Isabel el misterio de lo femenino, ella encarna un enigma capaz de cautivar a los hombres; cualidades que ella con más edad, con menos belleza (que se acentuará con las secuelas de la viruela en su rostro) y con más predictibilidad en sus acciones (pues nadie dudaría de que su deseo es conservar el trono); siente no poseer. Pero encarnar un enigma para los hombres, no es precisamente un don que sea posea, sino el efecto de una posición subjetiva asumida. Detrás de la envidia de Isabel por María, hay en verdad un rechazo de la feminidad. De la feminidad de ella misma en primer lugar, y de allí que elija posicionarse como hombre, como defensa ante la dosis de vulnerabilidad y extravío que conllevan la posición femenina y que ella no está dispuesta a soportar. Isabel se sitúa como hombre, no tanto por estar en un lugar de poder como reina ni por su dureza o determinación, sino porque su posición sostiene el goce fálico, que es el efecto de apoyarse en el significante fálico como aquel que ordena los objetos bajo el dominio del tener. El trono, en la película, funciona así para Isabel: es un simbolismo masculino que se puede tener o perder. Isabel quiere poseer el trono a toda costa. De ahí que rechace el casamiento y la maternidad porque sabe que cualquier esposo que tenga conspirará para quitarle el poder, cuando se decepcione. Como hombre, Isabel sabe que en la lógica del macho el poseer cada vez más símbolos de poder (riquezas, mujeres, el poder mismo, títulos), es precisamente aquello que sostiene su narcisismo, en particular ante los sentimientos de impotencia. Incluso llegará a ceder al hombre que la ama, Lord Robert Dudley (Joe Alwyn) -con quien le propondrá casarse a María-, para controlar a quien considera como una amenaza a su poder. La obsesión de Isabel por el trono, está muy bien trabajada por la directora en la última parte del film, donde el maquillaje la asemeje a la Reina de Corazones de Alicia en el País de las maravillas, que sólo podía repetir insensatamente ¡Que le corten la cabeza!, momento en que dejará caer a María en la tragedia.

Todo el sobre sexo excepto el sexo, que es sobre el poder. En este punto es la diferencia de posición sexuada, lo que separa a las dos reinas. A Isabel le interesa tener, no se interesa por el misterio que encarna esa otra mujer, por esa alteridad que podría decirle algo, que podría abrirle un modo otro de goce. De ahí que el rechazo de lo femenino de Isabel, no se reduzca simplemente al rechazo de lo femenino en ella misma, sino que es también el rechazo de lo femenino en María. En tanto hombre, Isabel sólo puede ver a María como un hombre más de quien desconfiar y que querría deponerla en el trono. Por otro lado, experimenta horror por esa otra que osa gozar de la voluptuosidad de la carnalidad con un hombre, que encarna un goce diferente al suyo ligado a su ascetismo protestante y los deberes de monarca. De ahí que se muestre indiferente a sus reiterados pedidos de encuentro, que haga la vista gorda ante los complots urdidos por su consejero y sus opositores en contra de María, y que se muestre insensible negándole su ayuda en ese encuentro clandestino (que nunca ocurrió en realidad y es una licencia de la realizadora) cuando María se refugie en Inglaterra al ser obligada  abdicar e implore por su protección y su respaldo para ser restablecida en el trono. La película muestra entonces que el patriarcado no es sólo cuestión de hombres, sino que también es sostenido muchas veces por las propias mujeres y a la vez cuán poco solidarias podemos ser entre nosotras, siendo incluso muchas veces mucho más despiadadas que los hombre en el juicio y la indolencia con aquella que osa gozar de su sexualidad, de su libertad por fuera del matrimonio y de los ideales de la maternidad. 

Las dos reinas es un drama biográfico e histórico convencional, si. Pero también es contemporáneo, ya que reinterpreta en clave feminista una disyuntiva entre mujeres. Es una interesante puerta de entrada para incursionar en la fascinante historia de María Estuardo, una heroína que avanzó sola y traicionada, sin ceder en su estilo femenino de gobierno, apuntando a consolidar alianzas solidarias en pos de la reunión de las dos tierras hermanas. 

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