Sully: Hazaña en el Hudson

Por Federico Karstulovich

Sully: Hazaña en el Hudson (Sully)
Estados Unidos, 2016, 96’
Dirección: Clint Eastwood.
Con Tom Hanks, Aaron Eckhart, Laura Linney, Valerie Mahaffey, Delphi Harrington, Mike O’Malley, Jamey Sheridan, Anna Gunn, Holt McCallany y Ahmed Lucan.

Las felicidades posibles

Por Federico Karstulovich

A Mila, mi hija-gata, que trabaja conmigo silenciosa y amorosamente

Hay quienes no pueden -a lo largo de toda una vida inclusive, por no haberlo experimentado jamás- diferenciar entre un empleo y un trabajo. Ojo, es entendible la indistinción cuando el principio compositivo es el mismo: pelarse las manos, los pies, los brazos, la espalda, los ojos, el cerebro o lo que sea a cambio de una remuneración potencial.

Pero no. El empleo, a diferencia del trabajo, nos sustrae de la pasión inherente del segundo, precisamente porque el componente humano, el factor humano está presente en el trabajo y ausente en el empleo. En el empleo media la explotación, en el trabajo la pasión por el acto de hacer. El primero es maquínico, el segundo es un acto de construcción humana, que como todo acto humano tiene oscilaciones, que dependen de la pasión que los tracciona.

Intentaré explicarme mejor.

El trabajo es una labor humana que emerge como una forma de pasión tímida. Esto se debe ni más ni menos a que el trabajo, como toda práctica no espectacular, implica una acción silenciosa, precisamente por su ausencia de pretensiones, por su exceso de pudor.
En cierta medida todo trabajo es prospectivo porque es un acto de fe cotidiana en un hecho cuyo horizonte imaginamos terminado pero a veces tarda mucho en aparecer. Por eso el club del trabajador silencioso no tiene demasiados adeptos: el sacrificio se hace y a veces los resultados no se ven (o al menos no rápidamente).

El trabajo, a diferencia del empleo -que solo nos pide cumplimentar una actividad y una carga horaria- supone esa carga extra que excede lo contractual y que implica una pérdida (de tiempo, de ocio, de descanso para nuestro cuerpo y mente): el trabajo es una necesidad vital y como tal su presencia es inescindible de nuestra vida cotidiana. Trabajamos en nuestros empleos, si. A veces esos empleos son viles y despreciables, otras veces son elegidos y disfrutados. Pero trabajamos también más allá de un empleo en particular.

A su vez el trabajo como acto vital nos demanda una ética, que es la de la constancia y la profesionalidad. Y no porque “nos pongamos la camiseta” (eso es un eufemismo de explotación sin medias tintas), sino porque el trabajo como pasión humana por construir las formas del mundo, diariamente (sea cual sea nuestra labor), es también una forma posible de la felicidad. O en todo caso es una de esas felicidades posibles que tímidamente nos sostienen incluso en los peores momentos (porque a veces cuando todo se derrumba en la vida personal solo el trabajo está ahí para juntarnos con palita y ayudarnos a la reconstrucción). El trabajo salva porque es una forma laica y materialista de lo religioso (re-ligar: volver a unir), es un ritual amoroso de reconstrucción por medios que solemos minimizar.

Sobre esa felicidad posible y sobre esa ética de la profesionalidad de bajo perfil como un modo de construir un mundo más humano y vivible habla Sully, que nos retrotrae al Eastwood de las presuntas “películas menores” de los 90’s, películas alejadas de lo rimbombante (aunque en este caso se reconstruya un hecho real), que organizan su centro en torno a las labores de los protagonistas como una configuración ética del contrato que media entre lo social y lo individual.
Eastwood, durante buena parte de su carrera, como buen pragmático y contradictorio, supo construir un cine con un eje articulado en el anarquismo de individuos anti-sistema (los outsiders y a veces outlaws) a su vez que un cine que valorara lo comunitario como una continuidad de valores ancestrales, articulándose sobre ideas más conservadoras que hagan pie en el valor de los principios constitutivos de una comunidad.

Y si de intersecciones entre el sujeto y la comunidad hablamos, el cine de Eastwood es especialista. No obstante durante años el viejo Clint no hizo más que distraernos de esa relación, que si bien siempre fue fluiída, nunca fue explícita. Por eso en Sully se produce un bienvenido formalismo que incluso emociona en su sencillez, precisamente porque evidencia una capacidad de síntesis poética notable en lo que hace a la construcción del lenguaje audiovisual. Pero volveremos luego a ese punto para fundamentar otro que es importante dejar en claro previamente: la construcción del espacio compartido entre lo personal y lo colectivo.

Intentaré explicarme: En la obra de Eastwood el sujeto es indisociable de la comunidad que lo aloja, a su vez que su cine no es sólo un cine de individuos como tampoco es un cine estrictamente social. Precisamente lo que hace grande a su cine en términos emocionales es el in-between, que es ese espacio en donde la comunidad es una expresión colectiva a la vez que expresa componentes individuales. La obra de Eastwood resuena en nosotros porque se trata de un dicrector que trabaja los procesos de individuación colectiva, que no es otra cosa que reconocerse como sujeto indivisible a la vez que partícipe de un conjunto.

Por esto su cine es un cine que precisa del rol social del trabajo a la vez que entiende que el tranajo es el medio que vincula e intersecta lo colectivo con lo privado y personal. Y tal como lo mencionara algunas líneas arriba, el viejo CE inventa un dispositivo formal perfecto: el paneo lateral como elemento de reunión.

Sin entrar en mayores tecnicismos un paneo no es otra cosa que un movmiento de la cámara sobre su mismo eje vertical. Ese movimiento puede ser circular, puede ser de izquierda a derecha o de derecha a izquierda. Puede ser con la cámara fija sobre un trípode o sobre un steady (para quienes no lo sepan es un dispositivo que evita que la cámara tiemble cuando se la opera al hombro).

El mencionado paneo, en este caso, tiene una función vinculante que no es gratuita, sino que es estrictamente funcional y emocional a la vez. Ojo: el paneo al que refiero hace un recorrido que siempre comienza con el rostro y la figura de Sully para luego desplazarse hacia el colectivo que lo rodea en ese momento, comenzando en el marco individual pero nunca disociándose de los demás. Ese barrido ausente de corte es el medio para re-ligar lo que el montaje clásico hubiera desarmado en un decoupage de planos y contraplanos.
Les parecerá un tecnicismo ocioso, pero no lo es. En ese paneo se concentra –lenguaje cinematográfico mediante- una idea noble sobre el mundo, que convierte al cine de Cint en un cine social sofisticado y amoroso. Eso es ética narrativa y corazón convertidos en idea sobre el mundo sensible: hay sujeto en tanto éste dialogue con la comunidad que lo rodea (no confundir diálogo con negación del individuo, sino, bien por el contrario, hay sujeto cuando hay interpelación de lo comunitario)

A ver si se entiende: Eastwood logra convencernos que en todo movimiento ejercido sobre el mundo hay responsabilidades individuales que afectan a un colectivo. Y que esa afectación nos vincula con los demás. Y que ese vínculo encuentra en el trabajo una pasión humana no recaudatoria (es decir, aquello que podría ser un empleo pero que se experimenta como algo más que eso). Por eso ya no importa si resuenan los ecos del cine de Frank Capra o de John Ford, directores obsesionados con la fundación de las instituciones, con la organización simbólica de una comunidad, con el carácter aglutinante de lo heroico. Eastwood es un director distinto a sus influencias y lo demuestra con la sutileza de lo imperceptible a los ojos. En el entremedio entre yo y los demás es donde el cine de Eastwood indaga. Ahí es donde Ford y Capra no entran. Por eso es también un personaje paradójico, porque en CE conviven el anarquista  y el conservador a la vez.

El trabajo, en definitiva, nos dice Eastwood, es una red invisible que nos cuida mutuamente. Y Sully no es otra cosa que una fábula heroica sobre ese cuidado diario e imperceptible que ejercemos cuando trabajamos responsable y profesionalmente para los demás. El trabajo es ese viejo secreto que nos une con el mundo en la experiencia de intercambiar cuidados con los demás, en ofrecer lo que otro no puede hacer tal como si el otro lo hiciera para si mismo. Trabajar profesionalmente es una forma de solidaridad y convivencia.

Eastwood no necesita gritar, no necesita actuar, no necesita musicalizar grandilocuentemente. Casi ni siquiera precisa de psicología para sus personajes (y sin embargo la película es un prodigio de gestos que nos permiten entrever información que no se revela pero que nos hace presumir que hay información que no sabemos: ver la relación de Sully con su esposa, acaso resuelta con pocos gestos que denotan que en esa pareja algo no estaba bien al momento de los hechos). Eastwood sólo necesita un corazón y una historia común y corriente como nuestras vidas. Porque en el fondo, nos dice, nunca sabremos a quién podemos inspirar y salvar con nuestro trabajo. Y quizás trabajar hasta tarde frente a una computadora no sea solo el empleo del tiempo que nos asegure un ingreso, quizás sea algo mejor: una silenciosa forma de hacer feliz a los demás sin que se den cuenta.

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