Las herederas

Por Marcos Rodríguez

Las herederas
Paraguay-Uruguay-Brasil-Francia-Noruega-Alemania, 2018, 95′
Dirigida por Marcelo Martinessi.
Con Ana Brun, Margarita Irún, Ana Ivanova, María Martins, Alicia Guerra e Yverá Zayas.

El juego de comedor

Por Marcos Rodriguez

Hay algo aplomado, casi con un tinte conservador en Las herederas. No porque defienda valores viejos, no porque narre de una forma vieja. La película es estricta heredera del cine más moderno y sin embargo hay algo en el uso de sus formas, en la construcción de los espacios y los personajes, en el modo en el que relata y trabaja el tiempo y genera indicios y construye ese final tan bonito que se aleja irreparablemente de lo que la modernidad tenía de riesgo, de novedad, de salto al vacío. Las herederas narra con las herramientas del cine más nuevo y las usa como una serie de recursos que hoy ya están establecidos y disponibles. Los usa bien. La herencia de Martel ni siquiera molesta demasiado, los personajes uno los va queriendo. Hay algo de encanto en el aire. En términos razonables, uno no puede pedir mucho más a una película.

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La manera en que la película retrata el lesbianismo, por otro lado, es tan nueva que, paradójicamente, resulta poco interesante. Entre el cine de géneros fluidos y el cine militante, en un momento en que temas como el feminismo y las cuestiones de género se debaten de forma constante en nuestra sociedad, uno se entera de que existe una película paraguaya sobre una pareja de mujeres mayores y espera encontrar, por lo menos, algo controversial. En cambio, no. Las herederas elige ir por otro camino. Su protagonista es una mujer de mediana edad, que vive hace (al parecer) muchísimos años en pareja con otra mujer de aproximadamente su edad, y punto. No se lo menciona. Hay, apenas, una fiesta de cumpleaños en la que todas las invitadas son mujeres y hay varias parejas. No mucho más. La cuestión de una mujer que elige pasar su vida con otra mujer no es ni siquiera un tema: estamos más allá de la frontera, en pleno siglo XXI, y un personaje ya no se define por su orientación sexual. Lo cual está muy bien, es inusual y permite abordar un personaje homosexual sin que la homosexualidad (y sus consecuencias en la sociedad) sea todo lo que tiene para ofrecer.

Es así como nos encontramos, de forma casi refrescante, con una lesbiana conservadora, una categoría que enunciada de forma abstracta puede parecer paradójica en un primer momento, pero claramente no lo es. Una señora bien, preocupada por los muebles que heredó de su abuela, más una representante de clase que una representante de una orientación sexual. Las señoras lesbianas importan más en cuanto señoras que en cuanto lesbianas, y es así que lo que podría haber sido una militancia se disuelve en un retrato sociológico.

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La pareja de señoras mantiene una relación cansada y vencida como un sillón viejo. Cada una tiene su función, los roles están bien asentados hasta que una vuelta de guión obliga a una de las mujeres a ir a la cárcel por un periodo muy determinado de tiempo (algo sobre unas deudas, que a su vez obligan a las mujeres a ir vendiendo todos los objetos que pueblan esa casa heredada de familia aristocrática) y entonces Chela, la señora más señora, la que conoce la historia del pulido y enchapado de cada uno de los muebles de su familia, termina por una vuelta de guión ofreciendo un servicio de transporte a domicilio para señoras más señoras incluso que ella, y ese trabajo de Uber particular la lleva a cruzar caminos con Angy, una chica bastante más joven que termina por despertarle en las tripas ese deseo que hacía tiempo que había quedado enterrado bajo capas de polvo y olvido. Deseo lésbico, por supuesto. Siguen entonces una serie de situaciones un tanto tristes en las que la señora hace todo lo que puede por ir acercándose a la menos señora, y cada una de esas situaciones resulta un paso más cerca de abrazar su propio deseo rejuvenecido, lo cual la lleva a enfrentar una gran cantidad de cosas.

Las Herederas

Al final, cuando la cosa cae de madura, vuelve la vieja compañera y en lugar de la felicidad vuelve el hastío. Ella no sabe qué decir y las demás dicen por ella: “Está contenta”. Sabemos que no. Ella sabe que no y la liberación final nos libera un poco a todos del peso de esa herencia que la película viene remarcando desde su primer plano.

El deseo es más liberador que el matrimonio. Las parejas que llevan muchos años juntos ya no cogen. La insatisfacción que tenés adentro te carcome. Al otro lado de la liberación sexual y del siglo XXI, venimos a encontrarnos con un mensaje libertario que parece salido del cine de la década del ’50. Pero entre mujeres.

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