Lazos de familia

Por Amilcar Boetto

Sorry We Missed you
Reino Unido, 2019, 101′
Dirigida por Ken Loach
Con Kris Hitchen, Debbie Honeywood, Rhys Stone, Katie Proctor, Nikki Marshall, Harriet Ghost, Linda E Greenwood, Alfie Dobson, Mark Birch, Ross Brewster, Julian Ions, Charlie Richmond, Brad Hopper, Mark Burns, Stephen Clegg, Norman Sansom, Jack Berry

Filmar las ideas

Lazos de familia es una de esas películas en las que se siente que todo lo que los planos parecen estar enunciando es algo tan procesado por la mente del director que da lo mismo que existan o no. Una expresa negación de el azar del rodaje, de lo imprevisible de la forma. Como si cada elemento de la narración fuera algo que está ahí para enunciar otra cosa, como si se hablara un código propio de una secta de privilegiados. Por ese motivo sentimos que la película que no está mirando y pensando en el cine que está construyendo, sino en la realidad que está representando. Como si entre el momento de emergencia del realismo narrativo y hoy no hubiera pasado ni un minuto de historia. 

Pero pasemos a el cuento moral que narra Loach. 

Una vez que el personaje de Ricky se mete en el mundo de las entregas y la rutina lo empieza a agobiar, a la película no le interesa otra cosa que mostrar su progresivo descenso en la locura del estrés del trabajo desregulado. A partir de ese momento la película se convierte en una sucesión de hechos terribles que le suceden a la familia, uno peor que el otro, evidenciando que, a pesar de todo eso, Ricky quiere seguir trabajando, porque es la única salida que el sistema le ofrece (literalmente el último plano es Ricky yendo a trabajar después de haber sido golpeado).

Pero el problema no es que la película construya un mundo del que aparentemente no se puede salir, sino que la película tiene una necesidad constante de demostrar que ese mundo es consecuencia de la alienación de los trabajadores. Para ser más claro aún: el problema es la insistencia de querer demostrar un punto, una tesis predigerida, con cada plano y cada acción.

Pensemos, por ejemplo, en el momento en donde le roban a Ricky: él estaciona su camioneta en un plano general, luego corta a un plano detalle para que busque la botella que tiene para mear (la cual al principio de la película había rechazado como si fuera una aberración, poniendo en evidencia que lo que antes detestaba de la alienación ahora es parte de lo que atraviesa su experiencia cotidiana) para luego ir a un plano medio con una pared de fondo donde los ladrones le roban. A los ladrones no se los ve llegar. En este sentido el plano es tan poco generoso con lo que nos muestra que apenas podemos distinguir un forcejeo en donde Ricky termina lastimado. A la película no le importa más que el entendimiento de que Ricky fue lastimado y humillado para, luego, en una escena posterior, mostrar cómo a pesar de eso va a seguir trabajando. No hay más que humillación en la escena.

Hay varios momentos de la película que podrían haber logrado una construcción interesante del mundo representado (Loach nos diría “reflejado”, no vaya a ser que se abrace la posibilidad del artificio), pero la película los impone como parte de un engranaje cuya única finalidad es la del vetusto cine de denuncia. Sin ir más lejos, pensemos en otra escena. Hay un momento, en donde Ricky se pelea con un hincha del Newcastle cuando va a entregar un paquete por ser él hincha de Manchester United. Es un momento que podría haber sido cómico, pero que por formar parte de una estructura en la que lo que importa es la acumulación de padecimientos que el personaje debe afrontar, todo deriva en lo inevitable: Loach tiene que probar su punto. Y esa escena, que pudo haber sido un respiro se convierte en un momento con el mismo nivel de pesadez y solemnidad que aquellos que la anteceden y la suceden.

No voy a negar que la construcción moral que traza Ken Loach es interesante, o al menos sus intenciones son buenas: siento la misma aversión que el siente hacia ese tipo de empleadores y sus excusas para explotar a sus empleados. El problema es que al ver la película, las imágenes no son más que esas intenciones y en definitiva sus personajes terminan más atrapados por el postulado moral de Loach que por el mundo que la narración construye. Y por esto mismo, lo que termina sucediendo es un problema aún mayor: sobre sus personajes se siente el peso del determinismo, es decir, ante ciertas circunstancias las personas siempre se comportan de determinada forma: la disfuncionalidad de la familia de Ricky es, según la lógica de la película, consecuencia directa de la explotación laboral de Ricky (esto se evidencia en una escena donde, con aparente ternura, se oculta un canallada extrema: la hija menor le confiesa a su padre que ocultó las llaves de la camioneta para que no vaya a trabajar más, porque pensó que así todos se iban a dejar de pelear).

Voy para atrás y pienso en relación a esto en una película como Sweet Thing, de Alexandre Rockwell, donde el director no pone a los problemas familiares como la consecuencia dentro de su sistema narrativo, sino que los coloca como una causa para que los niños se escapen de eso y creen (y crean), aunque sea por un rato, en en la posibilidad de concebir un mundo propio. Un ejercicio cinematográfico muy distinto al de Loach, acaso porque donde Rockwell se planteó querer construir un mundo y Loach se planteó un hecho mecánico: filmar sus ideas

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