Cannes 2018 – Diario de festival (6)

Por Fernando Juan Lima

Crónicas Canninas (VI)

Por Fernando E. Juan Lima

El entusiasmo frente a una buena edición de la Competencia Oficial ha llevado a muchos a perdonar y hasta aplaudir un Palmarés bastante tímido, conservador y demasiado preocupado en quedar bien con todos. Pero ya saben que no creo mucho en estos premios; su referencia simplemente sirve como excusa para un repaso final por la muestra.

Lo que no puede desconocerse es que pudieron verse en esta 71° edición del festival de Cannes las mejores películas en mucho tiempo de autores fundamentales del cine del presente (cuando no, de la historia del cine) como Jean-Luc Godard (Le livre d’image), Spike Lee (Blackkklansman), Jafar Panahi (3 faces), Lee Chang-dong (Burning), Hirokazu Kore-eda (Shoplifters), Nuri Bilge Ceylan (The wild pear tree) y Jia Zhang-ke (Ash is purest white).

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La Palma de Oro para Kore-eda con Shoplifters reconoce a un director que tuvo obras mayores que ésta (Nobody knows, para mencionar una que tiene algún punto de contacto con la premiada). La soledad e indefensión de los niños en un mundo adulto que no termina de comprenderlos y la creación de “nuevas familias” en las que pesa más el amor que los vínculos de sangre son temas que interesan siempre al realizador, que esta vez ha sabido escapar de la meliflua deriva en la que venía incurriendo (De tal padre, tal hijo es un buen ejemplo de esto último). La Palma de Oro especial, a la película presentada y a toda su trayectoria, para Jean-Luc Godard suena a premio consuelo, a reconocimiento de que no pudo existir consenso en el jurado para jugarse con una obra disruptiva, realizada -además- por un personaje que ha sabido tener una tensa relación con el festival.

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En orden de importancia, el lauro que sigue es el Gran Premio del Jurado, que fue otorgado a BlacKkKlansman, del estadounidense Spike Lee. Merecido reconocimiento al realizador de Haz lo correcto y La hora 25, y compromiso político frente a una obra que no teme dejar en claro la profundidad y persistencia con que el racismo hunde sus raíces en la esencia del pueblo estadounidense. Lee sabe ha comprendido que el mejor vehículo para la denuncia es el cine de género, y la película presentada sabe discurrir con eficacia por el policial, tanto como por el cine de espías y hasta la comedia. No han sido pocas las veces en que las ganas de ser claro en el discurso político, sus películas se veían afectadas de cierto tono panfletario, que llegaba a denotar algo parecido a la falta de confianza en el espectador. Esto no es lo que sucede ahora, con esta historia de un policía afroamericano que se infiltra en el Ku Klux Klan allá por los setentas con Vietnam muy presente. Está clara la mirada, hay ciertas frases que resuenan a cantinelas de campaña del presente, pero el acento está en contar bien esa historia. Ello no sólo no enerva el final, sino que lo potencia y amplifica. El momento que se escoge para dejar de lado las metáforas y las referencias oblicuas es demoledor, y escuchar los discursos de Trump en la actualidad no nos pueden sino hacer pensar en el KKK.

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El premio del jurado para Nadine Labaki y su Capharnaüm abre el costado menos aceptable del Palmarés. La película libanesa es una sucesión de golpes bajos en los que se somete a varias personas (con especial énfasis en los niños) a todo tipo de humillaciones, posiblemente con la intención de que la burguesía bienpensante de los países centrales pueda expiar sus culpas y decir “qué barbaridad”. Para ejemplo basta un botón: el “tagline” de la película tiene que ver con un chiquito que tiene apenas una decena de años y lleva a sus padres a juicio por haberlo tenido, por haberlo hecho nacer… No está de más recordarlo, pero se supone que el festival premia películas y no la pretendida bondad de los supuestos compromisos políticos. En todo caso habría que preguntarse sobre la ética de esta verdadera explotación y eludir el chantaje contenidista: estar de acuerdo en cuanto a que hay que combatir el hambre y la miseria no puede llevarnos a avalar películas como esta, en las que la miseria, la pobreza, las migraciones, abusos, la prostitución y la esclavitud son sólo motivo de un regodeo que más que en la denuncia hace pensar en la explotación.

En línea con esta decisión, los premios a las mejores actuaciones se quedaron en las interpretaciones más explosivas, superficiales, gancheras y tribuneras. En el caso de los hombres el galardón fue para Marcello Fonte, de la cruel Dogman, de Matteo Garrone (que fue comprada para su distribución en Argentina); y, entre las mujeres, se premió a la kazaja Samal Yeslyamova, por Ayka, de Sergei Dvortsevoy (otra deriva miserabilista que pretende emular a los hermanos Dardenne). El primer premio citado fue entregado por Roberto Benigni (ovacionado por el mismo público que se hizo el distraído con el fuerte alegato de su coterránea Asia Argento), lo que resulta de una coherencia y una honestidad llamativas.

Lazzaro Felice

El premio a la dirección fue, muy merecidamente para el polaco Pawel Pawliskowski, por el excelente film noir atravesado por el jazz Cold war de la cual ya he hablado en este diario. Lo que llama la atención es que la mejor película del festival, Lazzaro Felice, de Alice Rohrwacher (Gran Premio del Jurado por Le meraviglie) sólo obtuvo el premio al mejor guión, compartido con Jafar Panahi por 3 faces.

Por primera vez en estos 9 años, tuve que ir a la ceremonia de clausura. De la película de cierre (El hombre que mató a Don Quijote, de Terry Gilliam) no puedo hablar porque a la hora de gente gritando y gesticulando sin parar decidí retirarme. Pero sí debo decir que fui testigo de un evento inolvidable: el discurso de la actriz y realizadora Asia Argento que recordó que había sido violada en el Festival de Cannes cuando tenía 21 años por Harvey Weinstein. Señaló también la complicidad y silencio de entonces (y de ahora) por parte de quienes estaban ocupando las butacas del gran teatro Lumiere. La sensación, estando en la sala, no era sólo de incomodidad. Lo que había era temor frente a una persona valiente, sin pelos en la lengua. No hay nada que cause más miedo que una persona que no tiene límites; y se nota que la directora de Incompresa lo es. La platea parecía congelada, sin saber qué hacer… Es más fácil aplaudir las declaraciones superficiales y demagógicas, es más fácil disfrazarse (quizás vestirse de negro) para que parezca que se apoya una causa que en realidad no interesa… Hacerse cargo de la verdad es muy difícil. Pero es el primer paso para el cambio en serio.

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