Leave No Trace

Por Carla Leonardi

Leave No Trace
EE.UU., 2018, 108′
Dirigida por Debra Granik
Con Ben Foster, Thomasin McKenzie, Jeff Kober, Dale Dickey, Peter James DeLuca, Ayanna Berkshire, Isaiah Stone, Dana Millican, Lane Stiemsma, Michael Draper, Kyle Stoltz, Tony Ruiz, Eric Sahlstrom

Poder decir adiós es crecer

Por Carla Leonardi

La naturaleza en primer plano. Padre e hija caminan entre las malezas de un bosque en Portland (Condado de Oregón, EEUU) y se encuentran en el refugio en el que viven. No se trata de que viven en estado de naturaleza total, de salvajismo, porque de inmediato advertimos los signos de la cultura. Padre e hija se comunican con lenguaje oral, usan ropas reconocibles de deportivas ligadas al trekking o montañismo, juntan madera para hacer fuego, cocinan huevos u hongos en utensilios de cocina, recogen agua de lluvia para beber en lonas tendidas, duermen en una carpa y leen libros antes de dormir. Viven una vida apacible, al margen del bullicio, la vertiginosidad y el estrés de las responsabilidades de la vida en comunidad. Este es el contexto que da inicio a Leave no trace.

Frecuentan la zona algunos guardaparques y personas que trabajan manteniendo los caminos internos del bosque. Will (Ben Foster) instruirá a su hija Tom (Thomasin McKenzie) para que se mueva en el bosque sin dejar rastros (de ahí el título) en caso de ser descubiertos, ya que viven una reserva estatal, y de tanto en tanto, le pedirá que realicen un simulacro de fuga por entre la maleza del bosque.

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Llegará el día en que a partir de un descuido de Tom, (cuando esté leyendo en un libro sobre los hipocampos que se caracterizan por emparejarse para toda la vida), serán descubiertos. Es que uno puede esforzarse por camuflarse con el paisaje (usan vestimenta color verde oscuro) y no dejar huellas de la presencia humana en la tierra (una huella siempre puede borrarse), pero no puede uno deshacerse del propio olor, que puede ser fácilmente detectado por perros entrenados de la policía.

Sutilmente y sin caer en explicaciones exhaustivas, la directora irá brindando conforme avance la película, algunos rastros de la historia pasada de nuestros protagonistas. Hace bastante tiempo que llevan ese tipo de vida, en la cual Will ha criado, y educado en la cultura a su hija que actualmente atraviesa la pubertad. La madre ha fallecido en circunstancias que se desconocen. Y Will es frecuentemente aquejado durante la noche por pesadillas típicas de veterano de guerra. En pocos trazos esenciales, Granik, ya nos pinta todo un paisaje complejo y profundo, donde la naturaleza se presenta para Wiil como una suerte de paraíso, donde sanar su sufrimiento y exorcisar sus demonios.

En su regreso a la sociedad, quedarán bajo custodia de los Servicios sociales, que rápidamente depositarán sobre Will todos sus prejuicios, recayendo sobre él sospechas de peligrosidad, de abuso hacia su hija y de alienación mental. Padre e hija tendrán que rendir cuentas ante una serie de examinadores de todo tipo.  Y para cuando descarten la peligrosidad para sí y para terceros, se instituirán en amos de la moral de las buenas costumbres, exigiéndoles retornar a la vida en sociedad.

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Will y Tom será alojados en una cabaña, propiedad de un granjero, para quién Will tendrá que trabajar a cambio de vivienda y comida. Aquí la directora contrapone la vida pacifica en la naturaleza, donde conservaban la libertad de decidir de qué manera utilizar su tiempo, de la vida alienada en la sociedad de consumo que impone el imperativo de trabajar para consumir objetos superfluos (como los arboles de navidad que produce el granjero), y que no concibe el ocio como tiempo libre fuera del consumo, sino que lo vuelve también mercancía o lo banaliza mediante la explotación de animales, que viven en situación de encierro y maltrato, para el disfrute de los humanos en exhibiciones, competencias o deportes. Aquí la directora sienta una fuerte critica a la sociedad capitalista, esa que en su afán de aumentar las riquezas, se embarca en guerras feroces, sin ningún tipo de empatía por los soldados que retornan del frente ni para con sus familias destruidas. La misma sociedad que los obliga a ir a la guerra y luego se desentiende de ellos, ahora los obliga a reinsertarse armónicamente, a seguir viviendo bajo las órdenes éticamente cuestionables de un jefe en el trabajo, como antes se debían a su superior en la guerra. Will y Tom entrarán en la hipocresía de tener que vivir la vida como otros dicen que hay que vivirla: trabajando, yendo al colegio, a la iglesia; creando así la apariencia de ser individuos normales y bondadosos, parte del rebaño adaptado y sumiso, apto para ser controlado por el poder religioso, político y capitalista. Se muestra también la paradoja de la tecnología como por ejemplo la telefonía móvil, que supuestamente permitiría que padre e hija puedan moverse con mayor independencia, pero que a la vez produce una subjetividad más pasiva y más aislada en el contacto físico.

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Para los servicios sociales, Will y Tom, son una suerte de cobayos con los cuales experimentar y dar muestras de los logros del estado, reinsertando a homeless a la vida social. Lejos están de interesarse por lo que humanamente necesitan para vivir una mejor calidad de vida. Por eso, este experimento de adaptación durará un tiempo, hasta Will decida nuevamente regresar a la vida en la naturaleza, arrastrando en esta decisión a Tom, quien parece interesada en una vida en contacto con otros. Así se internarán en un bosque más hacia en noroeste, en el condado de Washington. Y lo interesante es que la película Granik no apunta a mostrar una dicotomía donde la naturaleza sería paradisíaca y la ciudad diabólica, sino que la deconstruye mostrando zonas grises. La naturaleza es despiadada cuando se pasa frío y hambre mientras que la vida en sociedad es bella cuando se construye sobre lazos solidarios de cooperación, como esa pequeña comunidad que vive en casas rodantes en armonía con el entorno natural. Este modo de vida apartado del consumismo y la tecnología y en contacto con la naturaleza pero sin renegar de la vida en comunidad, será agradable para Tom. Y aquí se dará el conflicto para los protagonistas que se debatirán entre continuar juntos a toda costa como los hipocampos, o realizar un acto de separación en el cual cada uno tenga la posibilidad de elegir la vida que quiere llevar.

La situación de Will puede encuadrarse en lo que Freud denominó compulsión a la repetición en su texto “Mas allá del principio del placer” (1920), fenómeno observable en las neurosis de guerra. Dice Freud:  “La vida onírica de la neurosis traumática reconduce al enfermo, una y otra vez, a la situación de su accidente, de la cual despierta con renovado terror. El enfermo está fijado  psíquicamente al trauma.” La repetición es el modo de trabajo del aparato psíquico por el cual intenta ligar o elaborar aquello que adquiere valor traumático precisamente porque no tiene representación simbólica como ser la muerte y la feminidad. Cada repetición implica una merma del trauma, pero también supone un trabajo interminable, ya que por estructura lo traumático nunca podrá ser reabsorbido totalmente en lo simbólico. Un trabajo analítico le permitiría a Will pasar de la impotencia de la repetición, a la inscripción de una imposibilidad estructural y a partir del trauma inventarse una razón de vida que lo ligue al entusiasmo. Pero Will sigue huyendo, y en este punto ya no se trata de que huye de la sociedad que rechaza por su hipocresía, su agresividad y su malestar estructural, sino de que intenta escapar  de sus propios demonios, esos que retornan cada noche en medio de ese entorno natural que evoca a la selva vietnamita. Del peligro interior no se puede huir, solo queda enfrentarlo para no perecer atrapado cual insecto en el laberinto de esas telarañas en medio de la espesura del bosque, que la directora nos indica con sus planos detalle.

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Tom le dice en un momento a Dale (Dale Dickey), la mujer que regentea las casa rodante, cuando le pregunte donde vive, que ella vive con su padre. Se trata de una hermosa definición, ya que lo mejor que puede pasarle a cualquier sujeto es habitar, tener un lugar en el deseo del Otro. Por otro lado, Tom está entrando en la adolescencia, proceso de separación e individuación respecto de los padres. El deseo del sujeto es el deseo del Otro, es decir, lo que fuimos en el deseo de nuestros padres. Crecer implicaría saber hacer con los que nuestros padres hicieron de nosotros, para seguir nuestro propio deseo. Will, pese a sus tormentos, ha sido un padre amoroso con Tom, que le ha dado una nominación y le ha legado herramientas culturales para abrirse paso en la vida. Más allá de su personalidad, ha encarnado al padre simbólico, es decir el padre como herramienta de la cual Tom podrá servirse, para ir más allá de él.

Con la sutiliza de los pequeños detalles y sin explicaciones ni subrayados innecesarios, la directora Debra Granik nos brinda una historia conmovedora que no elude la mirada crítica sobre la sociedad de consumo. Leave no trace es un coming of age que interpela al espectador en sus particulares alienaciones y en su miedo a perderse por los senderos del bosque, para separarse y encontrar el propio camino.

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