Los Meyerowitz: La familia no se elige

Por Hernán Schell

Los Meyerowitz: La familia no se elige (The Meyerowitz Stories (New and Selected))
EE.UU., 2017, 112′
Dirigida por Noah Baumbach
Con Adam Sandler, Ben Stiller, Dustin Hoffman, Emma Thompson, Grace Van Patten, Emma Thompson.

Es lo que hay

Por Hernán Schell

Empecemos diciendo algo más o menos conocido por todos: en el cine la música suele funcionar como “ordenador” de las escenas. O sea, en una escena de terror una música in crescendo nos va anticipando la llegada de un monstruo y en una de acción un silencio abrupto tras una melodía cada vez más fuerte indica el momento en el que vendrá algún sonido espectacular como una explosión. Vemos una escena melodramática en la que un personaje dice un monólogo especialmente relevante y sabemos cuándo este monólogo llegará más o menos a su fin cuando la melodía que se escucha en su banda de sonido parece estar terminando. Si uno de pronto sacara esa música la escena se sentiría más impredecible y en general también más distante. Desde este lugar, la primera observación obvia que puede hacerse de Los Meyerowitz es que acá la música suele estar ausente en la mayoría de las escenas en que uno esperaría que estuviesen (como un discurso catártico con micrófono incluido, o un momento de liberación feliz) y que la mayoría de las veces en las que aparece la música, lo hace con un piano que toca una melodía que parece desfasada de esas escenas, como desubicada respecto de un momento en el que correspondería más el silencio.

The Meyerowitz Stories Dustin Hoffman And Ben Stiller

Esto produce lógicamente una sensación de desconcierto y a veces también de humor. El humor en la película, por ejemplo, surge cuando esta ausencia de música genera una distancia respecto de escenas de expresión de sentimientos. Se sabe (y a esto directores como Buñuel lo sabían muy bien) que tomar distancia de lo pasional termina generando la rara y muchas veces cómica sensación de ver los desatado de forma distante, como quien asiste más a un grotesco que a un  momento emocional. Por ejemplo,  en una de las escenas vemos que el personaje de Dustin Hoffman (Harold), entristecido de ver a un colega escultor que triunfó mientras él se piensa totalmente e injustamente olvidado, decide irse de una exhibición y correr por las calles de Nueva York. En ese momento la cámara se limita solamente a tomar su catarsis en plano general, viendo el cuerpo pequeño y avejentado de Dustin Hoffman yendo rápido de un lado para el otro. La escena termina con Harold dejando de correr y hablando con su hijo Danny (Sandler) como si no hubiera pasado nada. Después de eso nada, sigue,ni una repregunta respecto de esa acción, ni una actitud de sinceramiento por parte de Harold, es una escena totalmente trunca, como son truncas tantas otras escena de Los Meyerowitz donde las frases quedan a medio terminar,  donde incluso las palabras quedan cortadas por una edición tan brusca como impredecible y donde los gags no terminan teniendo el remate esperado, algo que Baumbach logra o bien cortando la escena antes de que venga antes de lo esperado, o bien jugando con las expectativas cómicas que tenemos respecto de los actores.

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En una escena por ejemplo vemos al personaje de Adam Sandler mirar un video de su hija estudiante de cine. El video resulta ser una guasada en la que su hija es una heroína llamada Pagina (juego de palabras entre “Penis” –pene- y vagina) capaz de mear donde quiere y tener sexo con quien le plazca. Danny ve esto y uno está esperando el chiste, el remate, la reacción desmedida de furia o incomodidad de este personaje -tal y como uno lo esperaría de Adam Sandler digamos), y sin embargo, nuevamente, nada de esto sucede. De hecho, una de las particularidades de la película de Baumbach es que acá son los actores normalmente dramáticos como Dustin Hoffman o Emma Thompson los que tienen chistes más directos, mientras los actores característicamente cómicos como Adam Sandler y Ben Stiller no tienen en realidad (o no terminan de tener) una situación que uno denominaría chistosa. Lo más cercano a eso es un momento en el cual los dos personajes empiezan a romper el auto de una persona anciana que hace décadas atrás había hecho un acto exhibicionista frente a su hermana (un acto depravado pero donde no hubo contacto físico, como una suerte de violación que queda, como tantas otras cosas en la película, a medio camino). Los dos personajes empiezan a dañar el auto con todo lo que tienen a mano y ningún golpe termina de provocar el daño que uno espera (el personaje de Stiller tira una piedra a un vidrio y este se raja pero no se rompe, Danny usa un bastón para dañar el auto pero el bastón se rompe en dos), y de hecho cuando terminan de hacerlo todo suena menos a un acto de justicia por mano propia que a una travesura de dos tipos grandes. De hecho, ni bien le cuentan a la hermana lo que hicieron con quien fuera su victimario, ella misma no puede definir ese acto como otra cosa que como una estupidez sin sentido y que al fin y al cabo lo que hicieron fue hacerle pelota un auto a un viejo senil que ya no sabe bien ni quien es.

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Y acá, creo yo, es una de las constantes que aparece en Los Meyerowitz: la de la trascendencia que no aparece, la del momento clave que uno espera que defina todo y sin embargo queda ahí, trunco. Esta misma sensación  se desprende de la propia estructura narrativa de la película, que se construye a partir de una serie de escenas cotidianas en las cuales las situaciones pueden quedar recortadas abruptamente y en la cual además se nos niega información que en una narración clásica serían claves (por ejemplo, jamás vemos el momento en el que Danny ingresa al hospital, en vez de eso lo vemos pasar del rengueo a la internación). Todos estos saltos dan una sensación de que cada escena es inmediata e impredecible, y que por ende nada en esta película terminará de ir hacia un lugar o concluir en algún tipo de lección de vida respecto de la familia o el sentido de la existencia. Es por eso también que acá todo las menciones a lo tradicional quedan raras. Desde la negativa de Danny a vender la casa por toda la historia que ella contiene, hasta la mención de Harold de que su obra es “un homenaje a los grandes maestros”. Las tradiciones o costumbres o legados realmente relevantes no tienen si uno lo piensa demasiado peso en una película tan anclada en sus instantes, pero tampoco las tradiciones artísticas o los objetos tan valiosos que no deberían venderse no parecen pertenecer a estos personajes que parecen o bien haberse negado a la trascendencia o haber intentado llegar a ella sin lograrla.

No es que Los Meyerowitz sean vistos acá como fracasados, sino más bien como personas comunes que en vez de hacer grandes acciones o cosas espectaculares tuvieron, como casi todo el mundo, aciertos y desaciertos, y legados bastante más modestos de lo que ellos esperarían. Hay dos instantes así que parecieran funcionar como espejo. En uno el personaje de Sandler le confiesa a su hermano que no encuentra ningún motivo específico para estar enojado con su padre sino más bien una serie de actitudes. En otro, el propio Sandler recibe la noticia de que su padre es un tipo muy respetado en un instituto por las extraordinarias clases que fue dando durante tantos años.

En ambos momentos hay una idea de logros o daños que sólo se logran progresivamente, pero en ambos casos también hay una idea de mostrar tipos de logros o daños que quizás sólo puedan alcanzar o sufrir personas que justamente no son excepcionales y cuyas marcas en la vida quizás terminen estando dadas no por grandes obras artísticas sino por trabajos de docencia o por actitudes cotidianas que fueron sosteniéndose en el tiempo. Parte de la condición tanto cómica como trágica de varios de estos personajes es no estar o haber estado a la altura de las circunstancias que esperaban de ellos mismos.

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Uno podría pensar que el resultado de esto es una película que se ubica por encima de los personajes, que los juzga desde su lugar de supuesta mediocridad y frustración. Y sin embargo, el resultado de Los Meyerowitz es todo lo contrario: un abordaje tierno, incluso querible, por parte de todas y cada una de las criaturas que están ahí presentes (algo que incluye al propio Harold, aún con su ego desmedido y su incapacidad de comunicarse bien con sus hijos). Digo en primer lugar porque tengo la sospecha que para Baumbach esta misma condición de normalidad es más amplia de la que podemos llegar a pensar. Cuando uno ve por ejemplo a la estrella de rock encaprichada por una pileta, o a Sigourney Weaver visitando un museo como cualquier persona, uno tiene la sensación de que esta cuestión del estrellato no es más que una fachada frente a vidas mucho más típicas de lo que en verdad uno cree. Pero en segundo lugar también porque Baumbach encuentra aún en esta situación de normalidad y personajes que supuestamente no han encontrado grandes techos momentos que la película no deja de mirar con enorme ternura y respeto. Esto se da en la que quizás sea la escena más conmovedora de Los Meyerowitz. Se trata del momento en que vemos a Sandler cantando con su hija una canción que ellos mismos compusieron y que habla de la relación entre una padre y su “nena genio”. Es una canción muy sencilla, en donde un padre y una hija se dicen el uno al otro que siempre estarán presentes el uno para el otro y donde además se ironiza acaso inconscientemente sobre el propio drama familiar que vivió Sandler (en la canción se habla de “la niña genio”, y de la no ser como el hermano estúpido, dos cosas que parecen aludir a las presiones familiares y al miedo a ser mediocre que le inculcó el propio padre). La canción no es una genialidad, pero a su modo es quizás lo más importante a lo que llegó Sandler en toda su carrera frustrada o todo lo que sencillamente alcanzó su talento. En el contexto de los grandes maestros de la historia de la música decididamente es muy poco, pero para los parámetros de sus logros es algo excepcional y conmovedor. Y ahí es donde surge la rara y luminosa sensación de que lo que escuchamos ahí es al mismo tiempo es lo que hay, y que eso que hay es muchísimo, y que Los Meyerowitz tiene la rara característica de ser, una obra de excelencia obsesionada con la medianía.

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