Luca

Por Ariel Esteban Ramos

EE.UU., 2021, 95′
Dirigida por Enrico Casarosa
Con voces en la versión original subtitulada de Jacob Tremblay, Jack Dylan Grazer, Maya Rudolph y Sacha Baron Cohen

Raíces

En un país con cimientos tan profundamente italianos como españoles, una película como Luca todavía puede tocar un lugar más cercano al corazón que otras producciones de Disney o Pixar. Aunque esa antigua latinidad se desdibuja entre la anglofilia de siempre y esa nueva latinidad que poco a poco va migrando de la pasta a las arepas, es imposible no sentirse aún en casa entre los personajes de Porto Rosso. Esa geografía ficcional podría identificarse con cualquiera de los pueblitos de Cinque Terre, enclaves de pescadores de la costa ligur, cerca de Génova, con calles que bajan hacia el mar zigzagueando entre edificios abigarrados que se aprietan contra los riscos. 

Pero las distancias se alargan enseguida hacia el país de la fantasía: luego de una misteriosa primera escena nocturna, la acción comienza en un bucólico pueblito submarino de tritones italianizados, donde el jovencito Luca pastorea sus peces-oveja. Aburrido en su rutina, encuentra objetos perdidos de sus vecinos humanos, a quienes todos consideran criaturas monstruosas. Estos descubrimientos despiertan una curiosidad que acabará en escapadas a tierra firme, donde conocerá a su nuevo amigo Alberto, un tritón solitario. Transmutados en humanos fuera del agua, sueñan con recorrer el mundo en motoneta, pero una vez en Porto Rosso, su amiga Giulia le mostrará un universo nuevo con maravillas para aprender en un lugar hoy tan pasado de moda como vituperado: la escuela. También se enfrentarán al adolescente alfa del pueblo, ese que en cocoliche argento conocemos como el “tanito casticatore”. Lo enfrentarán en una carrera para poder comprar con el premio en dinero la soñada Vespa. Luego de la victoria, se revelarán como lo que realmente son y serán aceptados por los humanos. Alberto cambiará la moto recién adquirida por un boleto de tren para que su amigo pueda viajar a Génova, para estudiar y ampliar su piccolo mondo.

El trabajo de investigación de la dirección de arte es realmente fino en su recuperación de objetos, edificaciones y referencias culturales. Si las películas para niños trabajan en ese doble nivel que también ofrece algún óbolo a los adultos, aquí lo obtendrán antes que nadie los adultos mayores, ya que Luca está permeada de referencias al boom italiano de los años 50. Teléfono para el nono. La utilidad de una datación mucho más precisa es dudosa. Primero, porque localmente hablamos de un pueblito de pescadores del “interior” italiano, detenido simultáneamente en varios estratos de pasado. Las distancias respecto de la urbe cosmopolita eran, aún en los años 50, relativamente infinitas. Pero además la precisión se vuelve contraproducente porque al rascar la superficie, el detallista neurótico siempre se decepciona: si la vespa roja del villano es un modelo 59 y la catramina verde que ansían los tritones es modelo 51, ¿cómo puede ser que la moto viejita parezca tener más de veinte abriles a la intemperie? ¿Estamos en los 50 o en los 60? Pax romana: es ficción. Más emoción y menos datos.

Si los géneros sirven para algo, digamos que se trata de un ejemplo casi puro de historia de maduración o coming of age. El director Enrico Casarosa se muestra juguetón y sensible a la simbología, porque el protagonista es arrancado de su ensoñación pastoril cuando encuentra un despertador perdido por los pescadores que lo sobresalta con su llamada. Junto a él encuentra un naipe, en cuyo reverso observamos primero la imagen de un pueblo junto a la montaña que se refleja invertido en el agua. Al dar vuelta la carta, se encuentra con la sota de copas. Para quienes no conozcan el Tarot, siquiera superficialmente, hay que decir que las copas representan la vida emocional y el elemento acuático, y que esta sota en particular representa el paso de la vida infantil en su círculo familiar a la vida adulta, el mundo con todas sus tentaciones y sus miedos. Un buen lector de símbolos ya tiene claro qué tipo de película vamos a ver. Los amantes de Puccini sonreirán dos veces. La primera, al ver que los pescadores escuchan O mio babbino caro en un viejo fonógrafo. La segunda, cuando recuerden que, en la primera estrofa del aria, Lauretta le ruega a su padre ir a comprar el anillo de bodas a… Porta Rossa. El director ha echado unas redes bien amplias con las que todos podrán pescar algún guiño. Este amor por lo nuevo que impulsa a Luca a salir del agua lo convierte en una versión remozada de la sirenita. Para protegerlo de ese peligro, su madre lo enviaría de buen grado (como a Heidi con su abuelo) a la “montaña” abisal, con el tío Ugo, el ermitaño y monstruoso tritón de las profundidades.

Las referencias cinematográficas no están ausentes. Por un lado, ese nuevo mundo de libertad con el que sueñan Luca y Alberto encarna en la Vespa, protagonista de la famosa Vacaciones en Roma, que vio el surgimiento ya estelar de Audrey Hepburn. Pero el mundo no sólo se conquista con kilometraje: hay también una doble vuelta sobre el tema tan conocido en Cinema Paradiso de abandonar el pago chico para estudiar. Primero el pueblo submarino y luego el pueblo humano de provincias; en fin, una operación iterable de forma indefinida en donde el progreso va mano a mano con la educación. En este sentido, al sostener uno de los grandes valores de la modernidad en el mundo pandémico de las clases por Zoom, lo de Luca es una verdadera antigualla. En aquel naipe encontrado en el fondo del mar con ese paisaje reflejado quizá se cifraba también, como en Cinema Paradiso, una relación con esa otra escuela que es el cine, hecha de reflejos, distancias, inversiones y emoción. 

La música merecería un artículo aparte por su sentido de la oportunidad. Además de tratarse mayormente de pop hits italianos de los años 50, no solamente ambientan, sino que contextualizan varias escenas como nuevos eslabones en una red que cruza con motivos literarios. Pinocho (perdón, aquí es Pinocchio), verdadera matriz del coming of age italiano y luego mundial con Disney, aparece con “Il gato e la volpe”, cantada por Edoardo Bennato. El niño de madera, el gato y el zorro se mostrarán nuevamente al final de una escena de ensoñación, recordándonos que salir al mundo es fantástico, pero no hay que olvidar que convivimos con crápulas. En fin, que el mundo es mundo. La aceptación de esta ambigüedad, algo casi consustancial en culturas como la italiana o la argentina, es un respiro dentro de la corriente dominante en los productos de Disney como la reciente Raya, en donde el conflicto es caótico y maligno, un resultado del egoísmo que sólo puede ser trascendido por una restauración de la armonía original, de corte organicista. Es seguramente otro homenaje literario el apellido de Giulia, Marcovaldo, recordando a aquel personaje de los cuentos de Italo Calvino que expresa los contrastes entre el mundo rural del que ha salido y el universo citadino, donde trata como puede de hacer su vida.

Los últimos productos de Disney me han puesto un poco en guardia ante tanto mensaje repetitivo y machacón destinado a la audiencia petisa. Será por eso, quizá, que me tomó un buen rato aceptar que Luca es otro tipo de animal: una historia imbuida de humanidad más que de teoría social. Que está repleta de empatía, calidez y rescate de tradiciones sobre las cuales no sólo es posible arrojar una mirada crítica: también es posible el cariño y el homenaje. En un mundo de revolucionarios con OSDE, todavía no me lo creo. Grazie.

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