Maidan

Por Federico Karstulovich

Maidan
Ucrania-Holanda, 2014, 134′
Dirigida por Sergei Losnitza

La historia en movimiento

Por Sebastián Rosal

La Plaza Maidan (o Maidan a secas, tal como la llaman los propios ucranianos) es algo así como el equivalente a nuestra Plaza de Mayo,  el punto de encuentro y la principal caja de resonancia del humor social en Ucrania. Entre noviembre de 2013 y febrero del siguiente año, Loznitsa registró las manifestaciones populares que, con epicentro en la plaza (aunque diseminadas por todo el territorio), culminarían con la huída del poder y del país del presidente Yanukovich, acusado de corrupción y de favorecer los intereses de la vecina Rusia en perjuicio de los propios, en particular por haber boicoteado la entrada de Ucrania en la Unión Europea.

Es decir, hay un grupo de gente disconforme que convierte su malestar en acción concreta procurando cambiar un orden establecido: ni más  ni menos que una revolución. Una masa en movimiento en pos de un objetivo político, en la que no hay héroes individuales a quienes celebrar, excepto aquellos que dejan su vida por la causa. Esa condición grupal y anónima quizás sea la última rémora del viejo cine soviético, aunque ahora el horizonte de un paraíso socialista parece fuera de la agenda de los manifestantes. Tampoco hay líderes, o al menos se opta por dejarlos fuera de cualquier registro.

En el largo segmento inicial que funciona a modo de introducción todo está en relativa calma, no parece haber más que una enorme muchedumbre acampando tranquilamente en un lugar público. Se escuchan discursos ligeramente grandilocuentes, pomposos, pronunciados por ciudadanos comunes que evocan la patria y las glorias del pasado junto a su destino inevitable de grandeza. También hay  villancicos navideños cantados por un coro de niños, sacerdotes ortodoxos, bandas de rock y poesías laudatorias. Todo tiene un espíritu ligeramente festivo, algo de acto escolar. Como si la revolución también fuera eso: los largos tiempos muertos dedicados a la música, o a compartir una comida. Un halo de confiada solidaridad generado por el objetivo común sobrevuela el ambiente y la cámara pacientemente registra todo. Los recursos usados son mínimos pero efectivos: largos planos fijos y un extraordinario uso del sonido, que, lejos de reforzar lo visto, con su autonomía duplica la información suministrada. No hay voz en off ni entrevistas a cámara, y los intertítulos que aparecen esporádicamente son los que permiten contextualizar las imágenes.

La entrada en escena de las fuerzas del presidente finalmente depuesto marca la aceleración del tiempo histórico. En esos momentos, la potencia de las imágenes alcanza su punto más alto, y la quietud de los planos y su duración genera el espacio-tiempo suficiente para asistir a una sinfonía en movimiento. Persistencia y resistencia de la mirada que es capaz de captar las líneas de fuerzas que, generadas por el enfrentamiento entre ambos bandos, atraviesan la pantalla en todas direcciones: mareas humanas corriendo de izquierda a derecha y de arriba a abajo, disparos, humo. ¿Estetización de la política? Nada de eso. Aquí no hay manipulación alguna, salvo la elección del encuadre y el tiempo asignado a cada toma. Hay, obviamente, una postura en Losnitza, una manera personal de politizar la estética. Y, fundamentalmente, una fe absoluta en el poder del lente de atravesar y dar cuenta de la complejidad de lo real. Si el siglo XX es un invento del cine, quizás Maidan sea un coletazo de aquel en el nuevo milenio.

El cierre del relato es también su desenlace dramático. Las exequias populares por algunos de los muertos caídos durante los sucesos establecen una pausa, una detención en el vértigo de la lucha. La conjunción de la música tradicional ucraniana con los rostros de la muchedumbre en respetuoso silencio,  cobijados por la noche (a la luz no ya de velas sino de las pantallas de los celulares, otro signo de los tiempos) es suficientemente elocuente para prescindir de cualquier comentario. No puede haber final mas adecuado para el film. Maidan es un trance, el hechizo que genera contemplar la Historia en movimiento, en el preciso momento en el que avanza.

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