Maligno

Por Santiago Gonzalez

Malignant
EE.UU., 2021, 111′
Dirigida por James Wan
Con George Young, Annabelle Wallis, Maddie Hasson, Jake Abel, Jacqueline McKenzie, Michole Briana White, Paul Mabon, Ingrid Bisu, Rachel Winfree, Jon Lee Brody, Paula Marshall, Patrick Cox, Emir García, Amir Aboulela

Jugar (la luz de otra cosa)

Hay un pecado cinéfilo por el que todos hemos pasado alguna vez. Me refiero a compartir con otros alguna vieja película que alguna vez nos gusto y esperando que la reacción sea de entusiasmo nos encontramos con la incredulidad, el rechazo, la risa …inclusive un abierto desprecio con forma de silencio incómodo. Puede suceder: no todos tienen porque conocer los códigos de cierto tipo de cine, incluso aunque eso nos deje en un lugar inquietante (y acaso un poco elitista).

¿Duele? Por supuesto, pero puede ser peor.

Ya traemos varias décadas encima de un cine autoconsciente que, con la excusa de recuperar el pasado, o bien se propone ejercicios de estilo insípidos o bien expresas relecturas-reecrituras para el tiempo y la agenda presentes. En ese contexto debemos entender que hay cierto tipo de películas que ya no se pueden hacer. Y no porque el presente censor obture esa posibilidad, sino porque las películas, en muchos casos, también son hijas de su época: los conflictos eran otros, si… y la manera de acercarse al cine también. Porque no toda película está obligada a reverberar con universalidad más allá de su tiempo. Películas como El Bebé de Rosemary (1968) o El Exorcista (1973) son cánones extraordinarios que también expresan un problema: no funcionan como piso sino como techo, lo que pone un coto a libertades frente a las obras maestras. La angustia de las influencias no libera. Invariablemente, buena parte del cine de género experimenta el inexorable paso del tiempo. Pero el anclaje a una época, que muchas veces escuchamos como argumento degradante (“esa película está fechada”), puede ser un elemento a favor, incluso mejor que la atemporalidad del canon.

Cómo ingresa en todo esto la recepción crítica de Maligno, película con la que James Wan parece haber redoblado la apuesta hasta límites que no se había permitido antes? La nueva propuesta del director malayo, solo para comenzar, para precalentar, fue tildada de delirante, bizarra en sentido más superficial de los calificativos. Pero, a decir verdad, nada más lejano a eso: se trata de una película osada, a contrapelo, valiente y libre, que nada tiene que ver con la especulación propia del malentendido cine bizarro. Y es que, contrario a una época en que la osadía pasa por ver al género de terror desde una mirada despectiva -como es el caso de muchas películas cuyos directores no quieren aceptar que pertenecen al terror-, lo de Wan es un hermoso salto al vacío sin la menor red. 

Al mismo tiempo no puedo dejar de observar que el director también se ganó ese rechazo. Brevemente: su fama de creador de atmósferas y escenas aterradoras condicionó las cosas de tal manera que frente a Maligno la vara estaba apuntando hacia otro lado. La expectativa de que el director entregara algo similar a lo que venía haciendo se instaló y por eso dejo en offside a buena parte del público. Entonces… cómo podía suceder que siendo Wan un gran narrador Maligno pareciera no tener ni pies ni cabeza? Es esa certeza, justamente, la que convierte a Wan en el director que es hoy por hoy: su conciencia clásica, pero también su conciencia moderna y reflexiva (que no canchera, ojo: esto también podemos verlo en Aquaman, si miramos bien). Pero volvamos a Maligno. En su inicio podemos reconocer dos escenas que podrían considerarse cercanas a El conjuro. No es casualidad que las dos transcurren en una casa a la noche. Pero esto, además de ser un punto de partida, es también una declaración de principios, como si el director necesitara de ese cine en que se coronó rey para salir de la zona de confort. Es por eso que el resto de la película transcurre en la calle, en una comisaría y en un hospital abandonado: partir de un lugar común autoral para llegar a miles de lugares comunes sobre el género. Abrazar los riesgos en vez de resistirse a ellos.

Aquí el amor al terror tiene diversas caras. La fascinación con el cine fantástico de la década del setenta, sobre todo el italiano, siempre estuvo presente en la filmografía de James Wan: desde El juego del miedo (2004) y su villano con guantes negros, pasando por la iconografía de Mario Bava en Dead silence (2007) e Insidious (2010). Con un saludable método de aprendizaje basado en la prueba y el error, Wan fue administrando su cinefilia, aprendiendo cómo asimilar sus influencias para no hacer de su cine un museo inaccesible y elitista o un sistema de citas triviales. El sistema fue perfeccionádose con El Conjuro (2012). Pero el logro de aquella no se sostenía en el hecho de entregar una película clásica de terror que funcionara correctamente, sino que su director también aprendió a narrar con imágenes por encima del guión y no supeditado a él, como en sus primeros films. En este punto, algunas de las críticas que leí sobre Maligno le achacan cosas tales como que el guion es pobre y predecible, desechando asi las posibilidades infinitas que Wan le asigna a la puesta en escena. Aunque no lo crean no hay nada gratuito, ni arbitrario en esta película. Por el contrario, hay una coherencia interna notable y un guión invisible y funcional. No hay sorpresa arbitraria, precisamente porque todas las pistas están planteadas. Eso también es riesgo y es valor frente al vacío: cinefilia, inteligencia, ironía, confianza en la narrativa invisible, incluso cuando media el mayor de los barroquismos.

En Maligno, Wan propone una maravillosa relectura del giallo, ese subgénero que superpone capas de policial con terror y protoslasher que supo hacerse famoso en Italia entre finales de los 60s y los primeros años de la década del setenta. Por eso si hablamos de giallo hablamos de Dario Argento, que es una de sus referencias impostergables (pero por fuera del Giallo también circulan otros refrentes que son citados de forma directa a indirecta: Lucio Fulci, Brian De Palma, Larry Cohen, David Cronenberg, Frank Hennenlotter y varios más). Pero en la película de Wan la relación inmediata y la deuda expresa es con Argento, en particular con Rojo profundo (1975), aunque también está Suspiria (1977), Terror en la  Opera (1987) y Trauma (1993).
El punto es que el sistema de referencias que propone el director carece de cinismo, precisamente porque no hay especulación cool ni retromanía bizarra. Por el contrario hay un abrazo sincero a materiales que hoy serían liso y llano objeto de desecho. Sin ir más lejos, si hoy se estrenara alguno de los giallos originales en cines la reacción seria de un desprecio inmediato. El paso del tiempo se lleva bien con la hipocresía, por eso la distancia en muchas ocasiones vuelve tolerable aquello que era intolerable para un público presente algo que fue concebido en el pasado para un público distinto. Ahora bien, está preparado el público actual para recibir un giallo concebido en tiempo presente sin que se exponga al material al juego de las citas y la cinefilia? Digo esto porque en Maligno las citas están, pero podemos disfrutarla sin culpa incluso pasando por alto su hojaldre cinéfilo infinito (créanme que hay más de 80 referencias escondidas, que omitimos para no hacer alarde de la memoria cinéfila de nicho).

Todo esto nos lleva al punto central: James Wan no está haciendo apenas un homenaje sino que también se está preguntando por qué este cine ya no se puede hacer hoy en día. Atento las distintas reacciones que estuve observando diría que el resultado fue ese porque el público actual ya no acepta esta clase de propuestas, ni estas convenciones. Asi como no puede tolerar el slapstick de Jackass ni las comedias románticas con Billy Crystal. Y si bien es incorrecto hablar de un genérico para el “público”, evidentemente estamos ante una época en la que el sistema del inverosímil, el ridículo, el exceso, la sobreactuación y lo operístico -que eran algunas de las características del giallo– no tiene lugar en el mercado y en las formas de construir circuitos de consumo (por dentro y por fuera de los nichos). En ese contexto la aparición de Maligno no renovará al género. Y posiblemente no tenga prole. Pero de seguro aporta una bocanada de aire ahí donde el género se ha llenado de auteurs.

Hoy el terror está inundado de directores como Ari Aster, Robert Eggers y Jordan Peele, precismente porque encontraron la forma de utilizar al terror como sistema de prestigio y construcción de nicho comercial (el terror arthouse ha vuelto al género tolerable para los festivales y consumo cool para quienes históricamente lo han despreciado como espectadores). Pero prestigio no supone automáticamente un beneficio. Contra esto parece pelear James Wan: contra el discurso por sobre el cine, contra la simbología desprovista de significado, contra lo ambiguo como forma de no hacerse cargo del vacío, contra lo arbitrario y la gratuidad. Contra todo eso, sin miedo a la vida y al ridículo, Wan se lanza al abismo con Malignant, acaso consciente de que iba a ser tildado de feo, sucio y malo, “olvidate y volvé a El Conjuro, que es lo que hacés bien”. Pero no se trata de una película concebida para Sitges ni para festivales especializados, en donde la comprensión del código a priori supone un colchón, una red. No: el estreno comercial de expresa una valentía innegociable: salir del nicho, dejar el ghetto para algunos y entregárselo a un público más amplio. Y sino a la mierda con todo.

Por último, no puedo dejar de decir que hay algo que convierte a Wan en el mejor director de terror de los últimos años. En vez de optar por en el panfleto político o la bajada de línea, el director malayo deja que sea la película la que hable con sus giros, con sus vueltas, con sus contradicciones, con sus libertades y juegos. Mas precisamente hay un trasfondo feminista que no se impone por sobre la película porque Wan, que aprendió de los grandes del género. Wan sabía que ante todo no iba a concebir otra cosa mas que una película de terror. En ese sentido Maligno es mucho más feminista, libre, crítica e imaginativa que muchas otras películas que se autoproclaman de esa manera, amparadas en una agenda de reloj. Sin dudas es más incorrecta y desprejuiciada que otros exponentes aplaudidos recientemente (acaso hasta que el nicho se acabe). Quizás, el verdadero milagro de Maligno se deba a un simple secreto: el hecho de tener un verdadero amante del cine detrás la cámara, con ganas de hacer una película para divertirse y divertirnos con furia y sonido. 

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