Mank

Por Federico Karstulovich

EE.UU., 2020, 132′
Dirigida por David Fincher
Con Gary Oldman, Amanda Seyfried, Arliss Howard, Charles Dance, Tom Burke, Lily Collins, Tuppence Middleton, Tom Pelphrey, Ferdinand Kingsley, Jamie McShane, Joseph Cross, Sam Troughton, Toby Leonard Moore, Leven Rambin, Madison West, Adam Shapiro, Monika Gossmann, Paul Fox, Jessie Cohen, Amie Farrell, Alex Leontev, Stewart Skelton, Craig Robert Young, Derek Petropolis, Jaclyn Bethany, Arlo Mertz

Nacer muerto

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Muerto el cine que viva la cinefilia. El problema es que murió tantas veces que cuando muera en serio (como ahora, que nos estamos quedando sin salas, en el encierro pandémico-cuarentenil) ya ni siquiera nos va a importar. Pero hay cosas que deberían afectarnos y han quedado naturalizadas. Asimismo hay otras que no importan demasiado (la cinefilia como defensa nostálgica del cine antes que el cine como construcción de una cinefilia productiva, con futuro), pero yiran y dan vueltas y se habla de ellas demasiado. Se escribe más. Pero no importan mucho, porque mueren antes de nacer, porque se abortan a si mismas y nos envilecen la experiencia como espectadores. O quizás envilecer sea un poco mucho para referirse a una película menor, que en el contexto actual termina siendo agrandada vaya uno a saber por qué motivo para cerrar un año funesto y candidatearla fuerte en 2021 a cuanto premio de muerte nos espere. La realidad es que Mank no es siquiera una película. Es, en todo caso, un aparato no muy distinto a una cafetera, una licuadora. Es un mecanismo funcional, anticuado -no vamos a citar a Minelli, Mankiewickz, Wilder, Ray porque ya lo han hecho otros y porque uds saben googlear cosas como Cautivos del mal, La Malvada, El ocaso de una vida, In a Lonely place ; y porque me da verguenza cuando todos repetimos lo mismo-, que no descubre nada, aunque esté convencida de estar descubriendo todo. Amores platónicos y metafísica hay en todas partes.

Mank es, en esencia, una película vulgar. Pero vulgar como alguna vez supo construir Robert Altman al final de su carrera. O como siguen construyendo los Hermanos Coen, que a esta altura ya no sé si tienen carrera o no, pero si alguna vez hicieron Hail Caesar! a mi me bastó y sobró para desconfiarles. Porque en el fondo hay que desconfiarle un poco a aquellos que descreen de los mitos. Ojo: no porque los mitos no merezcan cuestionamientos. En todo caso porque incluso preguntándose por ese aparato de creencias y luminancias que es el Hollywood clásico, el mito siempre está ahí. Resulta curioso, entonces: aquellos directores que más creen en los mitos son precisamente aquellos que menos precisan de las lecturas hermenéuticas. Y si la hermenéutica es la disciplina de la lectura que propugna hallar un centro, una profundidad, un más allá, el mito lo único que hace es doblegar a tamaña empresa: el mito existe para que no necesitemos explicar lo que está más allá (siempre que hubiera algo, claro).

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Curiosamente El ciudadano fue pensada históricamente como una película desmitificadora de un mundo (y de una persona en particular, no casualmente un magnate mediático como fue William Randolph Hearst). Pero nada pudo haber estado más lejos: para Welles la verdad y el acceso a la misma, la posibilidad del acceso al centro duro de una vida es un hecho imposible. Mirá si lo habrá sabido que el final de sus días lo encontró llevando adelante una película imposible sobre ese mismo problema del acceso a la verdad. Y al mismo tiempo la mayor parte de su obra se dedicó a preguntarse por ese problema, posiblemente con su punto más álgido de cuestionamiento en F de Falso. Ni la ópera prima de Welles ni su película sobre los falsarios se propuso destruir mito alguno. En todo caso expuso ese caracter oscuro del mito: presuponer un más allá, una metafísica ahí donde quizás solo haya una creencia girando en el vacío (algo que tipos como David Lynch supieron comprender mucho mejor: nada más perturbador que un mito sin respuesta).

Mank es vulgar, si. Pero no por su ejercicio de estilo de mostrarse como una película de los 30s, por su juego de citas y alusiones que es un juego más bien elemental, supérfluo, y, ciertamente, de un elitismo snob que nunca termina de integrarse a lo narrado (saber o no saber todos y cada uno de los nombres que pululan es un saber tan útil/inútil como saberse una receta de memoria o los nombres de los jugadores de un equipo de futbol: te divierte? Adelante). Es vulgar porque ninguno de sus recursos supone un interés narrativo, sino que sus decisiones giran en torno a “desmitificar el mito”, que dicho sea de paso, a alguien le interesa? Si es así, adelante. Pero ni eso entrega la película, porque su desmitificación carece del peso específico que incluso poseen las películas que vienen a revelarnos un mundo desconocido. No: Mank no revela mucho (y si lo hace lo hace sin interés, con una desidia que irrita) y cuando lo hace se vuelve redundante. Por eso apela sistemáticamente a los recursos más elementales de los lugares comunes del mythbuster hollywoodense: alcoholismo, adicción al sexo, lameculos por doquier, narcisismos desatados. En este punto nada de lo que narra Fincher es nuevo ni original ni interesante.

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Habrá querido hacer una película contra sí mismo, contra su propia obra? Habrá querido hacer una parodia de los biopics de apogeo y caída? Francamente ese es el principal misterio de la que debe ser por mucho la peor película de David Fincher. Una deuda personal con el propio padre, autor del guión y fallecido hace casi dos décadas? Una necesidad de reivindicación de los guionistas? Un homenaje al Hollywood clásico en clave menor? Insisto: desconozco los motivos y acaso poco importe saberlos. En todo caso el resultado sigue siendo un problema: Mank parece quedar fuera de lugar en el presente. O, pensándolo un poco mejor, expresa la condición más triste del tiempo que nos toca: un cine sin alma, sin mitos, sin historia, sin interés, concentrado en vanidades obtusas.

La verdad sigue estando ahí afuera, pero mejor nunca descubrirla. El cine precisa misterio, no burocracia. Mank apenas si nos ofrece el ministerio de la tristeza de un mundo que no existe: el de un cine del futuro.

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