Mar del Plata 2017 – Diario de festival (2)

Por Hernán Schell

(no) Preparen los pañuelos

Por Hernán Schell

Fue una suerte que el primer día que llego a este Festival una persona me ceda una entrada de una película tan buscada y esperada como Wonderstruck, de Todd Haynes, a la que por otro lado vi en una sala llena, con una cantidad impresionante de gente expectante por saber cuál iba a ser la nueva película del director de obras maestras como Velvet Goldmine y Safe. Ese tipo de masividad para películas que de estrenarse en Argentina no tendrían más que unos pocos espectadores son cosas que, se sabe, sólo pueden ocurrir en contextos de festivales como el BAFICI o Mar del Plata. Son cosas raras y bienvenidas. Lo que es raro también es esta última película del director. La misma cuenta dos historias en diferentes tiempos, compartiendo sus protagonistas una discapacidad (ambos nenes son sordos), alternando el uso del color con el blanco y negro, con un estilo recargado y con una banda de sonido que junta el glam, Miles Davis y Richard Strauss. Wonderstruck es rara, sí, pero no precisamente bienvenida, más bien se trata de una de las peores decepciones que me dio este festival.

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Haynes filma lindo y tiene buen gusto para utilización de la música. También está su actriz fetiche Julianne Moore, que es una de esas presencias luminosas que levantan cualquier película.Pero ahí se terminan las virtudes porque la suya es una película que intenta buscar emoción enfatizando sus cartas con una estética audiovisual presuntamente osada antes que buscar generarnos empatía con los personajes. Tal es así que muchas veces sus decisiones estéticas terminan siendo arbitrarias (y bien sabemos que arbitrariedad no implica necesariamente libertad) como empezar a contarnos el clímax final de una historia emotiva con un montón de muñequitos sin motivo alguno. Podrá ser una decisión distinta a lo que se ve habitualmente, pero a decir verdad en ese momento uno percibe más la decisión supuestamente atrevida que la historia desgraciada que termina contando. El resultado afecta a la empatía con ese mundo y con esos personajes. Tampoco le ayuda demasiado a la película su narración morosa, que salta inmotivadamente de un tiempo a otro y que necesita que cada momento sea especialmente revelador y “bello”. A tal punto es así que Haynes es capaz de arruinar una escena potencialmente buena de dos nenes hablando en un ático con una música machacona y supuestamente conmovedora que nos pide a gritos algún tipo de emotividad, casi arrancada de los pelos pero nunca emergida de los materiales. Emocionarse, no, gracias.

C

La que sí emociona y mucho es Coco, última película de la factoría Pixar, aunque no sé si la emoción necesariamente la convierta en una gran película. Cuenta la historia de un nene llamado Miguel que por circunstancias muy largas de explicar termina cruzando del mundo de los vivos al de los muertos y encontrándose allí con sus antepasados familiares. La película debe ser el primer largometraje de animación claramente influido por El Cadáver de la Novia (Tim Burton, 2005) aunque tiene también algunas cuestiones que Pixar ha manejado en varias de sus películas: la idea de un submundo que desconocemos, el personaje del psicópata carismático y aparentemente adorable, una historia de descubrimiento, aprendizaje y vuelta a casa con posterior valoración de la comunidad a la que se pertenece, pero también está el tópico de pensar a la vida como una serie inevitable de cambios que en general es visto por esta productora con una mezcla de optimismo y melancolía. La película termina teniendo hoy un raro atractivo: cierto contenido político quizás involuntario por su propio homenaje a un pueblo mexicano (a sus tradiciones y supuesta idiosincrasia) en tiempos en los cuales la relación entre ese país y su vecino de arriba del Rio Grande no está precisamente en el mejor de los términos. Y si bien, como decía antes, la película logra emocionar, el gran “pero” que puede objetársele es que en otros exponentes de Pixar la emoción era algo que solía decantarse con naturalidad, mientras acá existen demasiadas escenas lacrimógenas que buscan la emoción de manera demasiado brutal, apelando al primerísimo primer plano lloroso y a la mirada melancólica o de un nene o de un anciano. Supongo que hay más fallas que esas. Pero es esa clase de películas a las cuales me cuesta mucho objetarle cosas. Por empezar porque la vi inmediatamente después de la porquería de Wonderstruck, y casi cualquier cosa se ve beneficiada en comparación, en segundo lugar porque vi esta película con mi novia, quien -por razones que ni pienso explicar para conservar mi dignidad- me dice “Coco”, y es imposible que ese detalle no haga que la película cuente con mi gran simpatía a priori.

Bigchill

El final del día atípico y no plagado de típicas películas de festival lo cerré con un clásico contemporáneo como es Reencuentro (The Big Chill) de Lawrence Kasdan. Si, es esa de los amigos que se reúnen un fin de semana después de enterarse que un amigo cometió suicidio. Es de esas películas que por razones más que obvias tuvieron un gran impacto en su momento y a la cual más de uno se pregunta si después de tantas décadas (y tantas películas que la copiaron) puede seguir teniendo el mismo efecto. Vista hace unos pocos días, la respuesta es un rotundo sí. Reencuentro sigue siendo en 2017 una película hermosa, con un elenco extraordinario y un sentido del humor absolutamente exquisito (todas las escenas de Jeff Goldblum son un ejemplo perfecto de humor seco hoy casi imposible de encontrar en el mainstream americano). También una de esas películas que comienzan como tragedia y terminan como una película dueña de una rara luminosidad, como una celebración del tiempo presente y de la interacción relajada entre amigos como una experiencia secretamente sublime. Incluso hay algo que no deja de asombrar: que nunca caiga en la tentación de juzgar a ninguno de sus personajes, sin importar lo distintos que puedan ser o lo reprochables que puedan ser sus opiniones. Su propuesta, en cambio, es que uno simplemente “pase un rato” con ellos, e intente hacerse amigos de estos personajes por unas horas. En medio de esto hay reflexiones extraordinarias sobre el sexo, la pareja, el suicidio y una de las bandas sonoras más exquisitas del cine de los 80.  También, en mi caso, la posibilidad de reafirmar que lo que siempre conviene hacer en un festival es cerrar el día con alguna retrospectiva, al menos para que, en medio de la vorágine cansadora del festival, uno pueda terminar el día con una película que sea, casi seguramente, una obra maestra.

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