Mar del Plata 2017 – Diario de festival (4)

Por Sebastián Rosal

Nostalgias del futuro

Por Sebastián Rosal

Tal como lo hiciera en la notable Letters to Max, el norteamericano Eric Baudelaire vuelve a trabajar con la combinación entre la palabra escrita y las imágenes. Pero si en aquella ocasión la correspondencia entre el propio director y un diplomático de Abjasia (país al que el resto de las naciones del mundo desconoce) era una especie de reflexión sobre lo imposible que podía asumir formas y ritmos que invitaban al placer, aquí lo que se genera es, desde el primer momento, un ambiente ominoso.  En Also known as Jihadi, lo que se sigue es el caso de un joven francés de familia argelina que se radicaliza y viaja a Medio Oriente para unirse a las fuerzas de la Jihad, y recibir allí el correspondiente adiestramiento. La película alterna documentos de la investigación oficial y largos planos fijos del suburbio francés en el que el joven se crió (esos edificios degradados de la banlieue, repletos de inmigrantes y sus hijos, santo y seña de la caída del sueño universalista de la modernidad), así como de pueblos y rutas de Turquía y Siria. Baudelaire no subraya ni enfatiza y su selección de documentos da lugar a todos, incluso a la familia del joven, prototipo de esa enorme y silenciosa mayoría musulmana que ha sabido integrarse en el mundo occidental y convivir pacíficamente, pero su operación no es ingenua y se nutre de las formas del cine. En esa alternancia entre lo dicho y lo visto la película gana y pierde, y sus quietas imágenes pueden tanto sugerir que en la tranquilidad de las bucólicas calles y parques franceses anida el germen de la tormenta, como convertirse en poco más que la ilustración de aquello que los textos explican. La riqueza del cine, su interés, suele ser directamente proporcional a su potencial de ambigüedad.

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Un procedimiento con puntos en común al de Also known as Jihadi es el que utiliza Manuel Ferrari en Las expansiones, reemplazando las imágenes quietas de documentos oficiales por voces en off que leen textos en alemán, portugués y francés. Los párrafos provienen de las crónicas escritas por los europeos llegados a este lado del Río de la Plata en los siglos XVI y XVII, la más conocida entre ellas a cargo de Ulrico Schmidl, el alemán que formara parte de la primera fundación de la ciudad en la expedición de Pedro de Mendoza. Las voces se oyen sobre imágenes actuales de Buenos Aires en Súper 8mm y otras digitales tomadas en diversos puertos europeos, Cádiz y Amberes entre ellos, desde los que partieron aquellos primeros colonizadores. El choque entre ambos registros termina siendo fascinante, en mayor medida porque amplía la lucidez del título elegido. Las expansiones de las que habla éste no son, de manera bastante obvia, solo las de aquellos europeos que se aventuraron en territorio para ellos desconocido o las del propio Ferrari desandando el camino con sus planos portuarios en Europa; ni siquiera las de esa Buenos Aires capaz de convertirse en la mole actual a partir de aquel primer caserío desguarnecido. Lo que se expande y brilla lo termina haciendo a través de una deriva inesperada, porque si en Baudelaire el choque entre palabras e imágenes generaba una película de terror, aquí la confrontación entre aquellos viejos relatos y el presente de una urbe moderna y frenética hacen que la Historia se invierta para terminar convirtiéndose en un cuento de ciencia ficción futurista.

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Desde el futuro, pero para instalarse por error en el Brasil actual, llega el viajero intergaláctico y solitario de Era uma vez Brasilia, la nueva obra de Adirley Queirós. Hace un par de años tuve la oportunidad de ver en el Festival de Cine de Cosquín una retrospectiva integral de su obra, y a partir de allí tengo un gran aprecio por sus películas. Recuerdo que me cuidé de verlas en orden cronológico, lo que me permitió apreciar su constante crecimiento. Asentado en Ceilandia, un desfavorecido suburbio de Brasilia, Queirós suele trabajar exclusivamente con muchos de sus amigos y vecinos de allí. El suyo fue desde el primer momento un cine político, capaz de hacer convivir la crítica más radical con formas originales y al mismo tiempo potentes, incluso amables, como en Branco sai, preto fica, algo así como una Blade Runner de entrecasa, un híbrido entre ficción y documental en el que la denuncia furibunda de la actualidad podía amalgamarse con la historia de la violencia estatal contra los negros pobres de Brasilia. Uno de tantos méritos entonces era que se volvía imposible no simpatizar con la causa, evidenciada a través de un racconto radial de la música y el baile en las discotecas frecuentadas por esa comunidad, todo un submundo fascinante y desconocido alrededor de la música negra de raíces norteamericanas.

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Pero Era uma vez… es una coda menor de aquella, en la que el ambiente futurista de bajo presupuesto (chispas de amoladora y fierros de desarmadero) vuelve a aparecer, pero sin el encanto lúdico con el que lo hiciera, apenas un apoyo sobre el que se dibuja una crítica bastante burda a los últimos eventos políticos en Brasil. Lo que supo ser ligereza anarquista se transforma acá en momentos que oscilan entre la bajada de línea gruesa (el discurso de Marquim a los luchadores intergalácticos) o la metáfora digna de acto escolar (las máscaras que braman con el discurso de Michel Temer de fondo). Viéndola, pensaba que intentando torcer la historia Queirós la repite. Es conocido el gesto a partir del cual nació Brasilia: Niemeyer y Lucio Costa imponiendo sobre la selva virgen un plano racional, un entramado de calles, avenidas, perspectivas infinitas y edificios que ya cargaban consigo la nostalgia del futuro, un inevitable sueño en el que germinaba ya la pesadilla. La prepotencia de Queirós es la misma, pero de otra índole. Como si fuera demasiado consciente de la veta que supo hallar, filma con la agenda del día, pero al hacerlo confunde cine con panfleto, y asume un estado de las cosas compuesto solo de certezas. Extraño cine político el que plantea ahora: despreocupado por convencer, deja a sus criaturas y al público en el mismo punto en el que los toma.

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