Mar del Plata 2018 – Diario de festival (2)

Por Hernán Schell

Lo bueno, lo Dano y lo feo

Por Hernán Schell

En una sala grande y casi repleta se presenta un señor de unos 74 años. Se sienta en una silla y empieza a leer en un papel un par de datos acerca de una película que va a proyectarse. Luego de hacerlo, el hombre se levanta y se va. El dato sería irrelevante si no fuese porque ese hombre es Jean Pierre Leaud y esa pelicula es La madre y la puta de Jean Eustache, ese tipo de obras maestras imprescindibles que este Festival de Mar del Plata tuvo el lujo de proyectar en fílmico presentada por su protagonista (que dicho sea de paso también, es uno de los más grandes actores de todos los tiempos). Ver a Leaud presentando desganado una película como La Madre y la puta así tuvo su ironía. La obra maestra de Eustache es, entre muchas otras cosas, un film sobre como los ideales y deseos chocan con una realidad mucho más desencantada, y me fue imposible dejar de relacionar eso con mis propias expectativas de verlo a Leaud; con la propia figura cansada y poco simpática (al menos en esa presentación) que me terminé encontrando. Igual tampoco quiero ser injusto: la sola posibilidad de verlo fue un privilegio y el film de Eustache es lo suficientemente extraordinario como para justificar cualquier presentación apagada. Se trata, después de todo, de uno de esas pocas películas que pueden justificar de manera perfectamente lúcida y sin forzamientos su tremenda oscuridad y desencanto hacia el mundo, así como una mirada poco piadosa sobre sus propios personajes. Es, también, una película con bastante humor (mucho más del que recordaba), y después de 45 años continúa siendo la reflexión más impresionante sobre la caída de los ideales de la generación del Mayo Francés. Además, me siento un poco injusto y algo culpable al quejarme de la presentación de Leaud, teniendo en cuenta que en este festival vi cosas realmente malas.

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Empecemos por la que quizás sea la peor de todas: Wildlife. La película de Paul Dano, el actor cuyo rol más famoso quizás sea el del chanta religioso de Petróleo Sangriento. Venía con ciertas expectativas con este film, teniendo en cuenta que Dano siempre me había caído bien como actor, y que la película venía además con grandes críticas atrás. Sin embargo, Wildlife terminó siendo uno de esos largometrajes cuya aclamación crítica (¡94% de críticas positivas en rottentomatoes!) me deja totalmente atónito. Se trata de un relato iniciático de un chico en la década del 50 que va siendo testigo de la decadencia matrimonial de sus padres, interpretados por Jake Gyllenhall y Carey Mulligan.

En la película suceden cosas que no tienen la menor explicación: como que el padre decida, de un día para el otro, irse a apagar incendios por una paga ridículamente mínima y ausentarse de su familia por meses. También que el personaje de la madre puede comportarse de pronto como una desquiciada y llevar a su hijo a vivir situaciones traumáticas como si no tuviese la menor idea de lo que está haciendo. Así y todo, eso no es lo peor que tiene Wildlife. Diría que sus pisos más bajos están en un estilo formal, al cual podría denominarse como un trazo grueso disfrazado de elegancia.

Wildlife 1600X900 C Default

Pondré un ejemplo claro. En una escena de la película, el nene protagonista -desde cuyo punto de vista está narrado casi todo el film- se asoma a la ventana de una casa donde está su madre besándose con su amante. Vemos que el chico mira y que se ve sorprendido y horrorizado frente a lo que ve, ante lo cual se va corriendo. Cualquier espectador sabe lo que el protagonista vio, pero Dano decide reafirmarlo con un travelling lento, construido con el suspenso más innecesario jamás filmado, para mostrarnos a Mulligan con su amante. Más bestial aún. En un momento de la película, Gyllenhall y Mulligan se separan a los gritos; lo hacen en frente de su hijo, porque al guión se le ocurrió que esta pareja de padres que al principio del film eran de lo más amorosos con su hijo, se transformaran en dos dementes desconsiderados para con el menor. Así es como los dos se dicen que sintieron haber desperdiciado sus vidas al conocerse. Claro, uno lo primero que piensa es lo violento que es decir eso en frente de su hijo, que fue producto de esa relación, pero a Dano le gusta reafirmarlo con un primer plano al rostro compungido del nene. Momentos así hay decenas en la película: desde poner a un millonario desagradable fumando un habano (haciéndole un plano detalle a la boca del hombre mojando con su baba dicho habano), pasando por un plano final “significativo” cuyo simbolismo es de una grosería galopante. A esto se le suma la total ausencia de humor del film, tan ridículamente insistente en su solemnidad, tan necesitado de expresarnos en cada uno de sus planos, cada uno de sus momentos significativos, que estamos ante un drama de hondo contenido trágico.

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Algo de eso -aunque, sí, con más ideas visuales y varios aciertos- hay en La Cama, la película argentina de Mónica Lairana. El film consiste en poner en escena a dos personas mayores en la decadencia de una relación. La película se circunscribe mayormente a un solo espacio: una casa grande llena de cajas apiladas para una mudanza. La sensación de encierro que quiere dar Lairana que a excepción de una escena, nunca quiere sacar la cámara de los interiores de la casa, incluyendo cuando sus personajes salen al patio. Tampoco quiere filmar otros personajes fuera de ella y salvo raras excepciones le gusta mantener mucho tiempo la cámara filmando un plano en cuarto pequeño. El ejemplo más claro de esto último es su principio, que consiste en un solo plano fijo en el cual los dos protagonistas (ambos mayores de 70), están intentando sin éxito poder concretar una relación sexual. No es decididamente una escena convencional, y un amigo me señaló una similitud con el cine de Jorge Polaco. Algo de cierto hay. La Cama comparte con ese cine el gusto por los cuerpos imperfectos, decididamente poco frecuentes para el cine, más aún en lo que a mostración del sexo se refiere. La gran diferencia es que el cine de Jorge Polaco se caracteriza por una desprolijidad formal (desprolijidad voluntaria, pero desprolijidad al fin) que La Cama claramente no tiene. Al contrario, hay cierta prolijidad quizás excesiva en sus planos, en su manejo calculado de los espacios, que le quita al film cierta espontaneidad. Lo mismo sucede con su falta de humor. Todo en la película es demasiado dramático, demasiado grave, como el llanto desesperado de la mujer cuando ve que su pareja no puede tener la erección deseada. Esa solemnidad excesiva le da al film un tono algo plúmbeo y muy impostado,  Igual es un cine de riesgo e ideas, con algunos hallazgos y que decididamente pudo haber sido peor. Después de todo, pudo haber sido discursiva, pudo haber estado mal actuada, o pudo haber sido la película de Paul Dano.

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