Mar del Plata 2019 – Diario de festival (1)

Por Marcos Rodríguez

Dulce es el olvido

Por Marcos Rodriguez

Decido arrancar mi Festival de Mar del Plata yendo a lo seguro: un programa doble que incluye un mediometraje dirigido por Roberto Rossellini, que en mi vida había escuchado nombrar. Algo restaurado, en francés. Ni me preocupo por leer la sinopsis, me tiro de lleno y subo las escaleras que conducen a ese quinto infierno también llamado Sala 4 del Ambassador. Función agotada, un Rossellini por descubrir, un festival por delante.

Tendría que haber empezado a sospechar algo cuando en la presentación el programador empieza a hacer malabares y a aplicar todo el Léxico del Audiovisual Exquisito para intentar no decir lo que evidentemente quiere decir. En la primera parte del programa tenemos un mediometraje que Rossellini dirigió para la televisión francesa en 1956. Una obra incompleta. En breve desvía la presentación para hablar de las películas posteriores (muy posteriores) de Rossellini que sí son obras maestras y que tienen en común con esta el medio. Las hizo para televisión. Poco más para decir.

Lo mejor que se puede decir de Le psychodrame es que es interesante. Un Rossellini que nadie vio: la tentación de hacerlo circular es lógica. Al parecer, además, literalmente nadie lo vio: el proyecto para televisión nunca se emitió y se creía perdido. Lo encontramos. Es interesante: uno puede hacer un poco de gimnasia intelectual y decir que Le psychodrame manifiesta el interés temprano de Rossellini por explorar un medio nuevo, como es la televisión, y explotar su potencial masivo desde la abstracción y la educación. Aquello que hizo en sus obras que sí son obras maestras. Interesante para escribirlo en un catálogo. Interesante para decirlo parado frente a una sala llena (llena) de público y señoras ansiosas por descubrir el nuevo Rossellini que nunca nadie vio.

El problema es lo que viene después. Lo dirigió Rossellini, genio indiscutido, la cámara la manejó Claude Lelouch. Pero es como si no lo hubiera dirigido nadie. El formato es nulo porque la intención es casi nula: registrar con la cámara un experimento de psicodrama llevado adelante por el doctor no sé cuánto, que vino desde Estados Unidos y va a compartir con nosotros sus ejercicios actorales, que ayudan a los intérpretes a entrar en contacto con no sé qué cosa. Todo muy interesante. Los profesionales acartonados y de dicción perfecta explican a cámara lo que vamos a ver, lo que acabamos de ver, lo más interesante de lo visto.

Los genios también son humanos. Una lección que no sé si necesitaba que me recordaran. La memoria audiovisual, que va alcanzando los rincones más polvorientos, al parecer no nos permitirá olvida ya más nada.

Por suerte los programadores aplicaron su astucia de programación y pusieron después del Rossellini zombificado el corto The House is Black (y no al revés, como estaba publicado) y pudimos terminar la sesión pasándola mal como es debido. Copia impecable, cine casi insoportable, de la variedad patada directo a la entrepierna. Uno casi podría perdonar cualquier cosa después de eso.

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