Mi festival online comenzó, tras el extraordinario visionado de Isabella, reencontrándome con un director, Manuel Ferrari -de quien su De La Noche a la Mañana me había entusiasmado en el festival pasado- que estrenó en la trigésima quinta edición del festival su nuevo cortometraje, Las Credenciales. Se trata de una película que busca trazar un mapa, una línea directa entre Tigre y Berlín. La película no es más ni menos que un viaje, a través de distintos transportes, a Berlín, en donde su fuerte principal, el sonido, se acerca a tocar esos lugares aunque sea en una primera capa. Ese zumbido mecánico de la lancha en el tigre, los timbres de la línea Mitre, la fila del festival de Berlín. Ciertamente el corto se vuelve un poco decepcionante en cuanto a relación de saberes en lo que a su personaje refiere. Hay una especie de incomunicación, ignoro si buscada, pero hondamente conseguida entre el personaje y el espectador. En cierto punto mi sensación termina siendo invitándome a saber más y pensar que la relación que la cámara establece con él no termina de ser todo lo táctil que el sonido es con el espacio geográfico que recorre. Por eso, a su vez, el momento más narrativo del corto es el de aquella comunicación fallida con el taxista termina siendo el más empático. La derivación que el corto hace cuando pone en evidencia que los travellings laterales fueron filmados por el protagonista en ese mismo taxi es, también, un muy bello momento de acercamiento de ese personaje.
Luego, tuve acceso al último film de Radu Jude, The Exit of the Trains. El nuevo cine rumano siempre tuvo una obsesión por reconstruir su historia y Radu Jude es uno de los grandes exponentes de esto. TEOTT aspira a esto mismo de una forma muy consecuente. El documental esta caracterizado por la necesidad de contar cada historia y de particularizar a cada una de las víctimas, exponiendo sus fotos con una voz over reinterpretada por algún familiar de ellos u otra persona, hablando testimonialmente en primera persona. La acumulación de los testimonios tiene una duración de casi tres horas que logra la particular potencia de que esa misma individualización se pierda. Porque en un momento las caras, las fotos, las voces, los nombres, se nos empiezan a confundir, empezamos a tener la sensación de que ya lo escuchamos, esa fecha maldita, la del 29 de Junio de 1941, que se nos repite una y otra vez termina siendo un todo indivisible. Lo curioso es que la individualización testimonial hace más por el todo que cualquier numeración y que la película no nos haya en ningún momento planteado una narración en donde los hechos sean descritos por fuera de la subjetividad de alguna persona, forma un mapa de un grado mucho mayor de conciencia acerca de lo que sucedió aquella infame jornada. En este punto es donde la reconstrucción histórica concede su sentido más preciado.
Asi las cosas, durante los últimos veinte minutos del metraje se abandonan los testimonios. En este caso nos toca ver y no escuchar, como si el film hubiera decidido que las dos cosas tienen que hacerse por separado. Imágenes mudas, fijas, que expresan un horror transmutable a todo Europa (las fotos no son necesariamente sobre lo sucedido en Rumanía narrado anteriormente en la película). Porque en ese proceso de desdoblar la imagen del sonido (el momento en el que aparecen las narraciones de un testigo que estuvo en los trenes, la pantalla se pone en negro) y de convertir lo individual en lo colectivo, la historia renace reconstruyéndose en voces no escuchadas. Por eso el hiato formal se justifica mas que nunca
Otro de mis visionados del festival fue una de esas películas que uno se las toma como victorias individuales. Hablo de esas películas a las que uno entra sin referencia alguna y sin que uno necesariamente lo espere, se encuentra con una gran sorpresa. Selva Trágica cumplió ese rol en mi primer día de festival. Su gran logro reside en que esa jungla que en un primer momento se nos describe con la pesadez e una voz over solemne, sea realmente una zona de peligro donde cualquier amenaza puede ser posible. Por suerte, rápidamente la película abandona ese lugar común festivalero de los films sensoriales, concentrados en filmar con detenimiento y fragmentación, acompañados de alguna música de notas largas pedazos de cuerpos en un espacio. En el momento en que aparecen los ingleses que persiguen a los protagonistas y hay un tiroteo, afortunadamente, la película se aleja de ese peligroso espacio de lugares comunes. A partir de ese momento la película logra, a través de los diálogos entre sus personajes (sobre todo la falta de comunicación entre la protagonista y los hombres mexicanos), a construcción sonora de la selva (sobre todo en aquellos momentos en donde sacan el chicle de los árboles). A partir de ese momento, Selva trágica logra que el espacio respire, y, por lo tanto, que contenga peligro, posibilidad de muerte, ergo, aventura en ciernes. Todo lo que alguna vez quizo ser Monos -aquella suerte de sátira política canalla- durante la expedición de sus protagonistas por la selva, esta película lo logra en cada uno de sus planos. Modos de habitar el espacio que le dicen.