En el marco de un homenaje a Fernando Fernán Gómez, pasaron una película muy difícil de conseguir que fue restaurada por la filmoteca española, Manicomio. Además de recordarnos lo mucho que Argentina necesita un lugar que conserve y restaure sus películas, la proyección de la película de Fernán Gómez nos presenta uno de los actos de cinefilia más únicos que existen en un festival: ver una película que, da la sensación, solo se puede ver en ese contexto, en esa sala, a ese horario. La película es una comedia que busca revertir el lugar de la locura y la cordura constantemente. Los que fingen ser locos se terminan volviendo locos y fingen ser médicos, mientras los médicos actúan con locura para determinar la locura, y finalmente, el que presenció las locuras puede ver esas mismas locuras en actos completamente cotidianos de la vida “normal”. Este juego de sustituciones es el territorio en el que se mueve constantemente la película. No termina pretendiendo una crítica estructurada a las instituciones mentales ni nada por el estilo, porque en definitiva nunca decide abandonar el cinismo y el chiste. De hecho la estructura propia de la película (una serie de relatos contados por locos sobre gente que se volvió loca) juega en favor de este sistema, de un sistema de gags diseñados para que funcionen en su interior y no terminen de apuntar hacia una reflexión más allá de eso (que nadie debería pedirle).
No así Camila Saldrá Esta Noche que parece querer convertir un coming of age chiquito en una reflexión enorme sobre el lugar de la mujer en la sociedad. La película comienza con un ritmo extraño que intenta superponer los diálogos entre sí para generar una sensación de frescura juvenil, cuando lo que termina generando es una sensación de que los actores están diciendo sus líneas de diálogo sin escuchar las de los otros actores, como si la charla realmente no existiese. SIn embargo, a medida que Camila se empieza a adaptar en su vida porteña el relato comienza a encontrar momentos de conexión más genuinos entre Camila y la madre, y sobre todo Camila y Clara. La película le permite más tiempos entre los diálogos, los acompaña de acciones particulares (pienso en el momento del primer beso entre Clara y Camila) y hace durar más los planos permitiendo que nos quedemos algo más con las miradas de los personajes y entender sus emociones por lo que vemos y procesamos antes de por lo que escuchamos (pienso en la pelea entre Camila y su madre, cuando le dice que su abuela está por morir, la madre abandona el plano y el plano retiene su duración con Camila sola). Pero ante todos estos posibles aciertos, la película decide tomar otro rumbo casi contrario al que venía tomando. Al final, en medio de un acto escolar, Camila y sus amigas intervienen con una performance feminista que pretende redimir a todos los personajes ante los destratos de la institución. La performance consta de un gas de color verde, un acto de nudismo y el canto de mi cuerpo, mi kiosko. Este acto de supuesta subversión sobre el colegio, demuestra menos una prueba de carácter de los personajes que un manifiesto que la directora quiso dejar en claro para cerrar una película que parecía haber confiado en las relaciones interpersonales de sus personajes, pero que finalmente decide imponer sobre ellos una agenda. Porque el feminismo de Camila siempre había sido parte de su persona, era algo fundamental de su personaje y se entendía en cada acción y en cada persona con la que elegía relacionarse (y con quienes no). La película no había, hasta ese momento, impuesto su ideología como algo que simboliza todo el film, sino como algo que lo enmarcaba, algo que los personajes sentían y con lo que los personajes se movían. Pero en aquel nefasto final, Barrionuevo parece decirnos que sus personajes no fueron más que motores para hablar de estos temas, sin que ellos realmente importen (participar de esa performance, o aceptarla, es, para la mayor parte de los personajes, algo completamente inverosímil en relación al carácter que venía demostrando).
Luego de la película de Barrionuevo, un café y unos churros me fui a ver la nueva película de Hong Sang-Soo, In Front of your Face. Probablemente una de sus películas rodada en peores condiciones de producción, con tan pocas locaciones que es increíble hasta para Hong. Una película que, además, abandona los juegos temporales que venía construyendo con cada vez mayor complejidad (The Day After, The Hill of Freedom, Claire’s Camera). Como el título de la película indica, esta vez, Hong mira de frente a las cosas, sin necesidad de artilugio narrativo alguno, condensa una historia de inmensa fortaleza. Dos hermanas van a desayunar, hablan sobre porque la otra no vuelve a Corea, salen a caminar por el parque, encuentran unas flores tan bellas que deciden sacarse una selfie, la exiliada tiene una reunión de trabajo, es un director que le ofrece un papel en su nueva película por haberla visto actuar en la televisión en los ’90, a medida que la charla se va desarrollando, aparece la muerte, inminente e inesperada, y eso hace que desde atrás y hacia adelante, todo tenga un nuevo sentido. A Hong pareciera importarle, ante todo, este nuevo sentido que la enfermedad terminal le da a las cosas, y para eso utiliza una estructura que ya es clásica en su cine (la de las dos partes), pero de una nueva forma. Siendo la primera parte una conversación naif y sin un conflicto realmente grande entre ambas hermanas, en donde si bien se puede sentir el dolor que siente una por la partida de la otra, en mayor medida se puede sentir el ánimo que ambas tienen por disfrutar del paseo, y la segunda parte un intento de un director de cine por congelar el tiempo (la mayor obsesión del cine, si se podría decir) y por tratar de desafiar a la muerte. En primera instancia, el director quiere rescatar una imagen que lo apasionó en los ’90 y ponerla en una película suya actual, luego, cuando la actriz le cuenta que se está muriendo, le dice que ella puede actuar en un corto suyo, aunque sea. Pero además, la charla intenta todo el tiempo desplegarse contra el fin del tiempo, hasta formalmente (la extensión de los planos, la elipsis que no se siente tal). Al final, el director le envía un audio diciendo que el corto que iban a filmar “no va a poder ser posible”, como si un problema de producción lo hubiese detenido. Es irónico porque a Hong nunca lo detuvo ningún problema de producción y esperemos que nunca lo haga.