Matrix Resurreciones

Por Ariel Esteban Ramos

The Matrix Resurrections
EE.UU., 2021, 148′
Dirigida por Lana Wachowski
Con Keanu Reeves, Carrie-Anne Moss, Neil Patrick Harris, Jada Pinkett Smith, Yahya Abdul-Mateen II, Jessica Henwick, Priyanka Chopra, Ellen Hollman, Jonathan Groff, Brian J. Smith, Max Riemelt, Lambert Wilson, Andrew Caldwell, Erendira Ibarra, Toby Onwumere, Christopher S. Reid, Andrew Koponen, Thomas Dalby, James D. Weston II, John Lobato, William W. Barbour, Cabran E. Chamberlain, Christina Ricci

Una teoría sobre el cine

Tengo una teoría del cine muy sencilla, con apenas dos postulados: 

  1. Se dice que el cine es una máquina ficcional. Pero si decir ficción tiene sentido en oposición a algo llamado realidad, entramos en terreno pantanoso porque la realidad está atravesada por elementos ficcionales, entonces: ¿dónde hay un punto fijo, dónde está la realidad?
  2. Conviene decir entonces que el cine es una máquina mitológica. Un dispositivo que multiplica los poderes mitopoéticos de la humanidad precinematográfica. Pero cada nueva película es un mito con pleno derecho, que reclama actualizar y reordenar el corpus siempre fragmentario de relatos que viven en nosotros. A través de ese reordenamiento, un filme-mito expresa una idea sobre la realidad. Los físicos teóricos y los filósofos tienen otras herramientas expresivas. Para nosotros, existe el cine. 

Apreciar Matrix Resurrecciones (de aquí en más me referiré por el orden: 2, 3 y esta última, la 4) requiere una mínima lectura de la temporalidad de la saga. La primera entrega apareció hace 22 años para sacudir el mundo de la Ciencia Ficción. Quienes estábamos por aquel entonces en nuestros veintes salimos del cine exaltados. Y claro, Neo proponía un evangelio muy claro: si te sentís incómodo en este sistema, ya estás bien encaminado, campeón. Una vez que al sistema se lo entiende, hay que destruirlo para evitar ser destruidos por él. Los despiertos son peligrosos porque despiertan a otros. La primera Matrix es una prolija revolución vicaria, altisonante, contra un enemigo que está en todas partes y en ninguna. ¿Acaso estaremos dormidos? La estructura de este primer filme era de una ortodoxia campbelliana impecable, paradigmática. Un buen resumen gráfico se encuentra aquí: https://pm1.narvii.com/6869/f1e3a2ebfe5dc9aa37a606bde7d523c8008ee8bar1-823-538v2_hq.jpg

Las dos entregas siguientes, que llegaron en tan rápida alternancia cuatro años más tarde, fueron un tanto extrañas, bodoques. La primera Matrix despertó alguna excitación intelectual fácil con sabor académico que sus creadores realimentaron y exageraron para mantener viva la franquicia. No es que la primera película no ameritara alguna continuación, pero la combinación de una miríada infinita de motivos tanto como la complejidad argumental resultaron un cóctel dudoso. Matrix se había enredado en su pretensión de ser una película de culto y terminó igual que los primeros astronautas en la luna: todos recuerdan a Neil Armstrong y aunque tienen claro que había otros dos, siempre tienen que googlear sus nombres.

Pero entre la selva de detalles, algo queda: Matrix 2 y 3 ampliaron el ciclo mesiánico planteado en la primera con un nuevo sacrificio, esta vez final. Neo lavaba con su decisión libre el pecado original que había dado comienzo a la guerra entre hombres y máquinas. Pecado contaminante que, con Smith como agente replicante, amenazaba contagiar y destruir tanto a la Matrix como el mundo humano. Algo en ese Smith era todavía de un diabolismo absolutamente malo, desquiciado, y la lucha de opuestos tensaba el arco dramático para que la flecha de la acción tuviera algún sentido claro. Si el Arquitecto te había mareado, igual está bien: al final alguien se sacrifica, vence al mal (o al caos, que es peor que el mal) y el orden se restablece.

Y decía más arriba, creo que para entender Matrix 4 hay que tomar en cuenta los 18 años desde la muerte del Mesías. Un día cualquiera, como en esas calcomanías Cristo Vive con el pescadito de algunos autos familiares, nos dicen que Neo está vivo. What? Yo ya no voy a la iglesia, queridas Wachas Wachowskis, estoy grande, vivo en la Argentina (hablame a mí de Matrix, dale), ya tengo un hijo con el que vi la saga completa de Matrix + Animatrix para que no fuera un analfabeto cinematográfico. ¿Qué quieren ahora de este pobre hombre? Ya cerramos el boliche, estamos viendo Marvel. Go home.

Como le gusta decir al director de esta revista, Matrix 4 es una película reflexiva, posmoderna, que dialoga consigo misma sobre su historia y sobre el universo de espectadores que la recibieron. En términos mitológicos, es el simulacro de un concilio: nos propone una nueva alianza sin alianzas (no nos casemos más), actualizar el mito. Jenófanes ya notó con perspicacia en su época que los dioses curiosamente se nos parecen, y quería con esto que abandonáramos la concepción de mundo (qué tentación siempre, escribir Weltanschauung) mítica. Pero no, a los humanos nos gustan los relatos, el pensamiento débil, así que hacemos lo esperable: les damos a nuestros mitos un retoque, una lavadita de cara y tratamos de seguir viviendo igual que siempre. Matrix 4 tiene la honestidad de hacerlo a plena luz del día. Tal vez, más que un concilio, sea un reencuentro de apóstoles: Queridos sobrevivientes de la generación X, ¿cómo están? ¿cómo les fue con la revolución? ¿son felices? No me extrañaría que este nivel de lectura pase completamente desapercibido para los sub-40, todavía enfrascados contra los dragones de afuera. 

Esta película, muy despareja estéticamente, al menos pone en escena una pregunta cotidiana, muy real para los pequeños humanos que soñamos despiertos nuestros mitos. ¿Fue todo pura ilusión? ¿Acaso fue Matrix algo más que un juego de video creado por Thomas Anderson? ¿Fue Matrix una película más o me interpelaba seriamente, hablaba de mi vida? ¿Qué es mi vida? Este cuestionamiento es el cable subterráneo que alimenta toda la película. Hay un nuevo administrador de la Matrix, un nuevo diablo-gerente (qué mal el casting… ¿qué respeto puede inspirar el protagonista de Los pitufos 2?) que descubre que se obtiene más energía para la Matrix cuando los humanos viven esta sensación de irrealidad y de anhelo incumplido (en Monsters Inc. pasaba algo similar con la risa de los niños). Se nos dice en la cara: si en Matrix 1 te dimos la posta, ¿cómo fueron tan giles pare reducir sus vidas a esta miserable y banal virtualidad? Está bien, la realidad duele, pero… ¿cómo fue que llegaron a conformarse con tan poca realidad?

Este argumento es el corazón de Matrix 4, pero como no es filosofía sino mito, no ofrece sólo preguntas sino también respuestas para la generación X: chicos de 50 o casi, les cuento que siempre hay segundas oportunidades. ¿Para qué una segunda oportunidad? Si el elenco que rodea a Neo lo adora como a un Dios, un exitoso diseñador de juegos de video, que hace terapia para entender que ya es feliz y no necesita nada más. ¿Segunda oportunidad de qué? Entonces aparece la llamada incomprensible, indefinida: ¿Podré volar? Saltos al vacío, leaps of faith. A pesar de que la respuesta está cifrada, como todo hoy día, en una liviana y tolerable clave feminista, el camino ya no es el del héroe solitario. Es a través de los demás, de la mano de alguien real, que volvemos a la realidad. La mano es importante, pero lo que cierra el arco simbólico de la saga es nuevamente un beso.

Disponemos de un mito popular (tan conocido que no hace falta contarlo) que nos habla de despertar con un beso después de un largo sueño. Pero cuando se trata del largo sueño de la vida, ¿a qué realidad despertamos? ¿y qué es lo que recordamos? No tengo respuestas filosóficas, solamente más mitos: otras tradiciones populares cuentan que la muesca en el labio superior es la marca que deja el dedo del ángel del olvido cuando nos pide, antes de lanzarnos al mundo terrenal, que no contemos nada de lo que hemos visto en el mundo espiritual. Su beso en la frente (a las marcas rojizas de nacimiento se las llama por eso “beso del ángel”) nos hace olvidar esas decisiones que hemos tomado antes de encarnar, sólo para que las reencontremos como propósito en el orden del tiempo, en la Tierra, y las volvamos realidad. A veces no es tan fácil abrir el cofre. Para labios sellados, entonces, nada mejor que un beso, el símbolo más universalmente humano del aquí y ahora donde todo siempre vuelve a empezar, de que el orden de las cartas se puede cambiar: Mundo y Loco; final y nuevo principio; omega y alfa. Porque mientras haya vida, siempre estamos más acá del fin de los tiempos.

Ya leo a mucha gente diciendo que no hay que verla, que es una pérdida de tiempo, que traiciona el legado, bla, bla, bla… Estos jóvenes…

Felices fiestas. 

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