Nadie nos mira

Por Nadia Marchione

Nadie nos mira
Argentina-Estados Unidos-España-Brasil-Colombia, 2017, 102′
Dirigida por Julia Solomonoff.
Con Guillermo Pfening, Elena Roger, Rafael Ferro, Marco Antonio Caponi, Paola Baldion, Cristina Morrison, Kerri Sohn y Mirella Pascual.

El hombre que nunca estuvo

Por Nadia Marchione

La semana pasada falleció Alberto Ure, un gran maestro de actores, un tipo fundamental para el teatro argentino con una lucidez intelectual bestial, de esos que ya no quedan. Una de sus contundentes frases que ha quedado inmortalizada y que por estos días ha sido bastante citada dice “Los actores son personas cuando actúan. Cuando no actúan no son personas. Son actores que no actúan.”

En Nadie nos mira hay un doble juego de actores, por un lado está Pfening, protagonista de la película, y por otro lado está Nico, personaje que encarna Pfening. Solomonoff logra llevar a Pfening, actor actuando, a ser esa persona que es un actor no actuando cuando no está en ejercicio de su profesión. Eso que parece un trabalenguas, y lo que tan bien sintetizó Ure. Eso logra Solomonoff con Pfening.

Que un actor esté irreconocible en una película no debería ser en sí mismo un elogio hacia su performance. Hay muchos actores que logran eso, casi como un objetivo impuesto, forzado. Como si fueran a ganar algo más con un personaje para el que necesiten transformarse físicamente.

Pero lo que me llama la atención en casos como los de Guillermo Pfening en Nadie nos mira no es su transformación física (porque sí, se lo reconoce, es el Pfening que todos conocemos pero más rubio) sino su transformación energética. Y ese sí creo que es un mérito enorme, tanto de actuación como de dirección.

Pfening camina por las calles de Nueva York con una cadencia desconocida para quienes lo hemos visto en pantalla varias veces. Mira con una dulzura nueva, respira con una calidad desconocida. Parece como si de alguna manera hubiera prestado su cuerpo al personaje. Casi como una trasmutación con este actor gay que se va de Bs As escapando de una relación tormentosa a probar suerte a Nueva York. Pfening deja de ser Pfening para transformarse, durante las casi dos horas de película, en Nico.

Es precisamente esta humanización del personaje a nivel actoral lo que puede verse en la película en muchísimos sentidos. Narrativamente también. Ver Nadie nos mira es para el espectador lo más parecido a conocer a una persona. Cuando uno conoce a alguien, comienza a decodificar a ese desconocido a través de prejuicios, saca conclusiones de lo que ve. Rara vez nos sentamos frente a frente a “contarnos” quiénes somos, qué estamos haciendo en ese lugar, o qué nos gusta hacer o sentir ante la vida.

Por el contrario, cuando descubrimos a una persona, vamos observando sus acciones y son ellas las que van desvelando el misterio de ese ser humano que tenemos enfrente. Por eso, uno de los grandes aciertos de Solomonoff es lograr un retrato de personaje tan humano y sutil, que su narrativa parece, de tan natural, invisible. La sucesión de escenas de este pequeño pero significativo recorte de vida del personaje (un momento de crisis, de transición y búsqueda) tiene un fluir tan perfecto que uno tiene la sensación de estar siendo testigo de una vida real, y no construida para la ficción. La construcción invisible que hace Pfening de este personaje lo vuelve tan humano que uno no puede menos que quererlo más y más a medida que las múltiples capas de información acerca del personaje se van “desvelando”.

En ese sentido, el personaje de Nico podría perfectamente ser parte de alguna película “mumblecore”. Un personaje en crisis, en estado de búsqueda permanente, elaborado con trazos finos y un tanto difusos, un personaje que titubea, que entiende a medida que vive, contado con acciones y pequeños gestos que lo van pintando de a poco (y a quien no terminamos de conocer cuando termina la película, igual que nunca terminaríamos de conocer a una persona conociendo sólo una porción de su vida).

En la construcción de este personaje es fundamental su relación con los otros. Podría decirse que es en los ojos de los otros (al modo sartreano) donde también vamos entrando en la vida del personaje. Nadie nos mira cuenta a su criatura a través de todos aquellos que se cruzan con él, Nico es todo eso que los demás ven, y eso lo vuelve más inseguro. Esa mirada del otro, fundamental para la concepción de vida de un actor, en Nico es una prisión. El otro está ahí mirando, juzgando, da la sensación de que no puede ser libre. Permanentemente debe poner en escena aquello que quiere que los demás vean de él.

Pero hay un espectador que no juzga, un espectador de la vida de Nico que se hace fundamental para dar aire al relato: Theo, el bebé de su amiga, al que Nico cuida por las tardes. Theo está para Nico y Nico está para Theo de un modo tan auténtico y genuino que se convierte en la relación más pura (la única no mediada por prejuicios) de la película. Su presencia es fundamental para la construcción del relato. Con Theo la dulzura del personaje de Nico aflora sin pedir nada a cambio y eso se agradece porque le agrega una capa más de sentido al relato completo.

Con todo, Solomonoff construye una película sin fisuras. Un retrato de personaje que de tan humano se vuelve persona. Nadie nos mira nos invita así a espiar con el rabillo del ojo una historia sincera y honesta, un relato que respira junto con su personaje, Una película hermosa y honesta, que si por momentos se vuelve asfixiante es para luego traer (como en el final) una brisa fresca que rescata al personaje, y con él a nosotros, de cualquier frustración posible.

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