Niñato

Por Sebastián Rosal

Niñato
España, 2017, 72′
Dirigida por Adrián Orr
Con David Ransanz, Oro Ransanz, Mimí Ransanz, Luna Ransanz

Testigos

Por Sebastián Rosal

Que el hip hop es un estilo incendiario y combativo es algo conocido, y si no basta verlo a Niñato arriba del escenario, gritándole a todo el mundo lo desacomodadas que andan las cosas. Poco importa que haya llegado al concierto corriendo y a último momento, demorado vaya a saberse porqué. Hay energía de sobra para desplegar allí, no menos que la que utiliza en el estudio de grabación, en la composición de sus letras o en los intentos por vender los CD’s con su música a los amigos, con el mismo entusiasmo con el que lo haría cualquier adolescente con su primera banda. Pero esos momentos, aunque definitorios de una personalidad y una forma de estar en el mundo, son los menos en su vida. El resto de ella, a tiempo completo, Niñato es David, el treintañero que debe ocupar su rol de padre de Luna, Mimí y el pequeño Oro. El panorama lo completan una madre que es abuela para los niños, una hermana que es tía, una novia ocasional a punto de marcharse tal vez para siempre a estudiar afuera, una casa en la que los ambientes no sobran y los obliga a convivir un tanto amontonados, un trabajo que nunca llega. Y una madre ausente.

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Todo esto así contado podría ser el argumento de alguna de esas ficciones sobre familias excéntricas (disfuncionales las llaman ahora, un término que, si mal no recuerdo, en mi infancia no existía), uno de esos demagógicos mecanismos de relojería tan al gusto de Sundance y festivales de ese tipo, que acaparan menciones, taquillas, y premios gracias a su habilidad para tranquilizar buenas conciencias. Sin embargo la sabiduría de Niñato, el documental, radica tanto en saber esquivar todos esos lugares comunes como en evitar mostrar de manera falsa el aprendizaje de una paternidad (con su recorrido ascendente, su epifanía y su inevitable moraleja), para elegir en cambio dar cuenta de, apenas tan poco y tanto, fragmentos de vida, de una serie de problemas que se deben resolver sobre la marcha, encarnados en dilemas tan básicos como lograr que los niños se levanten por la mañana para ir a la escuela o que dejen la consola de juegos para hacer sus tareas.

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Instalada con comodidad en la cotidianeidad de la familia, pegándose cámara en mano a la intimidad de los cuerpos, la película rechaza cualquier sentimentalismo y lo hace evitando tanto las explicaciones sobre la ausencia de la madre (leo en el catálogo del Bafici que Niñato es la continuación de un corto previo, Buenos días, resistencia donde tal vez allí aparezcan las razones, pero acertadamente Orr logra aquí que toda esa información sea prescindible) como la tentación de focalizarse en el imán que siempre representa la frescura de los niños frente a cámara, haciendo en su lugar que David nunca deje de ser el centro, siguiéndolo en sus dilemas, ninguno mayor que el de aprender a ser padre cuando parece aún no haber terminado de aprender a ser hijo. En tal sentido hay una escena que es ejemplar, una en la que David y Oro rivalizan improvisando versos rimados. Allí, poniéndose a la par de su hijo (habrá que seguirle el rastro de aquí a unos años, el niño parece todo un talento para ello), jugando con él sin dejar de competir, se revela tal vez mejor que nunca cuánto menos cómodo se siente en su lugar de padre que en el de un adolescente.

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Seca en su tono e inmediata, aun así Niñato no se priva de varios momentos de una belleza tierna y diáfana, surgida gracias a la espontaneidad de los niños e intensificada en las marcas que el paso del tiempo y el crecimiento encarnan en sus rostros y voces. Y que también se deja entrever en esos momentos en los que la cámara sale a la calle para acompañarlos en un Madrid perpetuamente invernal, por siempre fría y lluviosa, que parece remarcar un presente empecinadamente desencantado en el que hay que superar las dificultades, todos y cada uno de los días. La película cierra con los niños levantándose por su cuenta alguna mañana de frío, vistiéndose y ayudándose entre ellos, mientras David observa la calle desde una ventana, fumando su enésimo cigarrillo. Es probable que esté en el mismo punto que al comienzo y que no haya periplo alguno para el héroe doméstico, que no haya revelaciones mágicas ni un manual de comportamiento a seguir, pero vemos que Luna, Mimí y Oro están yendo solos al colegio. Esa caminata en solitario de los hermanos tal vez revele que no todo ha sido en vano, que tal vez algo haya surgido en esos tres años de dudas pero también de amor y paciencia de padre, para permanecer desde entonces y tal vez por siempre, mientras todo era registrado en silencio por la cámara. Hemos sido testigos de unas vidas que siguen. El futuro queda en sus manos, y nadie tiene derecho a entrometerse en ellas.

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