No miren arriba

Por Federico Karstulovich

Don’t Look Up
EE.UU., 2021, 138′
Dirigida por Adam McKay
Con Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Meryl Streep, Jonah Hill, Rob Morgan, Mark Rylance, Tyler Perry, Timothée Chalamet, Ron Perlman, Ariana Grande, Kid Cudi, Cate Blanchett, Tomer Sisley, Himesh Patel, Melanie Lynskey, Michael Chiklis, Paul Guilfoyle, Robert Joy, Meghan Leathers, Hettienne Park, Ross Partridge, Dee Nelson

La causa justa

Don’t look up no es una película. Es, en todo caso, lo más parecido que haya visto recientemente a un teletón (para las generaciones nuevas: trátese del formato de programa solidario en el que varias celebridades se encargan de juntar fondos con un fin caritativo). Es un acto en el que debe participarse antes que una película, como cuando los actores hacían fila en SNL para pegarle a Trump porque era un imperativo moral el que los llevaba. Personalmente creo que no solo no se trata de una película, sino que se trata de un gran statement.

Y no, la sátira como género no precisa hacer declaraciones ni optar por bandos. Las sátira siempre fue un ejercicio parresiástico contra el poder, pero siempre en desventaja. De los Hermanos Farrelly a Mike Judge, de Kids in the hall al duo Stone/Parker (no confundir con el inflamable Oliver, no: hablo de los responsables de South Park), incluso pasando por el primes McKay, el primer Todd Phillips y el primer Ben Stiller, el final de los 90s y los primeros dosmiles fueron un oasis de felicidad para la comedia, pero en particular para la sátira, que no le debía pleitesía a nadie. Pero parece como si un siglo nos hubiera pasado por encima. La generación Woke y los nuevos bárbaros responsables de los estudios más concentrados (pero el fenómeno de corrección política se observa de arriba a abajo, de la mayor independencia hasta el mainstream más concentrado) entregaron disciplinadamente la cabeza con la mayor de las demagogias. Es resultado es tremendo: la comedia y la sátira han sido arrasadas. La pleitesía a poder ha sido suplida por el bombardeo quirúrjico a los enemigos de siempre. Y todos contentos. El teletón ha terminado y la causa justa ha logrado su cometido: la colecta biempensante de apoyos morales.

Don’t Look up supone el descenso aún más pronunciado en la carrera de McKay (si quieren sátira y libertad vean la saga de El reportero, o The Other Guys o Talladega Nights, pero eviten todo lo realizado desde 2015 a la fecha), pero ya no por su acomodamiento a las necesidades ideológicas de turno luego del ingreso al círculo rojo del Hollywood biempensante. Qué va: eso le ha pasado a varios. El problema es otro: ha perdido toda capacidad cómica, como si la corrección política y la necesidad de pertenencia lo hubiera dañado en el punto que históricamente había resultado más efectivo (y también escribo afectivo por error y no tanto): la risa desesperada como una forma de acercarse a los males del mundo. Pero no para solucionarlos. Ni siquiera para diagnosticarlos. Para eso está el cine medicina. Comer, Rezar, Amar, Llorar al campito. Porque la comedia siempre había sido un escudo de felicidad que nos servía menos como guía ilustrada para entender las conductas humanas antes que bocanada de aire antes del retorno al fuego de lo real. Pero Don’t Look up es de esas películas que viene con manual de instrucciones para comprender a la humanidad y a sus contradicciones.

Ya lo decía apenas unos años atrás con el estreno de otra gran película fallida en la carrera de McKay. Hablaba sobre Vice y me refería a las películas wise-ass de la siguiente manera. Permítanme la cita propia, porque los problemas que estaban en Vice se multiplican en DLU: “Lo más curioso de la ingeniosa (no se me ocurre un epíteto más preciso para definir a un concepto muchísimo más ajustado como lo es la expresión wise ass) Vice (…) es que invierte los logros del director de una manera insólita. A ver: AMcK es un gran director de comedias y, como Lubitsch, como Wilder, entendió que la comedia es una de las formas más acabadas de sofisticación del lenguaje y que por la misma forma, por las características de un lenguaje que precisa de varios sentidos para procesar, en el juego de las lecturas, en lo comédico del estilo no había necesidad de validación.(…) Vice invierte la carga de prueba de la comedia: se siente segunda, insegura en un terreno ajeno. Entonces busca validarse todo el tiempo. (…) Y acaso suceda algo de esto: las comedias de McKay no necesitaban ser películas importantes sino artefactos felices. Y la felicidad no necesita demostrarse. La sátira, en este sentido, es una de las peores derivaciones de la comedia. O al menos su derivación menos acabada, menos sofisticada, más fácil. La sátira solo precisa, como Arquímedes, un punto de apoyo. O para ser mas precisos, lo único que necesita es un foco de burla o de desprecio. El ingenio tiene esas cosas. Quizás no haya nada más diametralmente opuesto a la brillantez de la comedia que el ingenio de la sátira. La primera tiene a la felicidad como horizonte. El segundo tiene a la importancia como límite. En el primero el resultado es un emergente del esfuerzo por acercarse a un lugar en el que la inteligencia no sea explicada. En el segundo la inteligencia solo aparece en tanto haya una explicación previa. En definitiva la sátira es un intento desesperado por ser parte de un círculo exclusivo. “

Don’t look up no es cine. No es una sátira. Tampoco una comedia. Es su más perfecta inversión, volando en un avión por encima de la velocidad del sonido alrrededor del círculo rojo al que McKay ya ha ingresado hace rato, pero sobre el cual demarca su pertenencia desde hace, por lo menos, un funesto lustro.

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