Paddington 2

Por Ignacio Balbuena

Paddington 2
Reino Unido-Francia-Estados Unidos, 2017, 103′
Dirigida por Paul King.
Con Hugh Grant, Sally Hawkins, Hugh Bonneville, Brendan Gleeson, Julie Walters, Jim Broadbent, Peter Capaldi, Tom Conti y las voces de Ben Whishaw, Imelda Staunton y Michael Gambon.

Be kind

Por Ignacio Balbuena

Los críticos de cine suelen usar bastante el término “amable” para referirse a cierto tipo de películas. Es una categoría un tanto vaga o quizás, intuitiva, para definir películas que sin ser extraordinarias, dejan contento el espíritu o son nobles en sus intenciones o placeres simples. Paddington 2 y su predecesora del 2014, bien podrían ubicarse en esta categoría. Incluso, con su adorable oso parlante de Perú de afectación británica y etiqueta excepcional como protagonista, son literalmente amables: los buenos modales y la nobleza de carácter son parte integral de la trama de ambas películas.

Como no tengo hijos, no suelo ver películas con este tono con frecuencia, y tal vez eso hizo que estuviera menos a la defensiva con las Paddington, películas que al fin al cabo están dirigidas a un público más bien pequeño pero que no por eso fracasan temática y formalmente (como muchas películas con animales antropomórficos que son un mero ejercicio comercial). Al contrario, tanto la original del 2014 como su secuela se destacan por un manejo perfecto del timing cómico para el slapstick, gags silenciosos que recuerdan al cine mudo, juegos de palabras ingeniosos, un uso de la voz en off, decorados e inserts con algo de Wes Anderson, y un sentido de la presentación visual más que notable.

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La narración es clara, acentuada por un montaje preciso y movimientos de cámara que dan cuenta de una ambición formal que excede las necesidades de la película. Estamos ante una adaptación de un clásico de la literatura británica infantil, y bien podríamos tener una película de humor frenético e incoherente, o una película chata, aburrida, de humor familiar básico (como ese que sugería el trailer de la primera, con el oso sacándose cera de las orejas y bajando las escaleras en una bañera). Paddington y su secuela, sin embargo, se reconocen perfectamente nada más y nada menos que como película dulces y entretenidas, pero es por esa falta de pretensión que su artesanía visual (y hasta un subtexto político, si) se destacan aún más. La historia de Paddington es muy sencilla. Es un oso del más oscuro y recóndito Perú con la educación de un joven gentleman inglés que termina viajando a Londres, y es adoptado por una familia tipo de clase media. Una suerte de origin story simple, firmemente anclada en la idiosincrasia inglesa (tanto en la forma de ser y hablar de los personajes, pero también en el cast, poblado de caras reconocibles del cine británico), que ponía a Paddington a escapar de una villana interpretada por Nicole Kidman, pero era en definitiva, la historia de cómo la familia de Sally Hawkins aprende a quererlo, y de cómo él encuentra en Londres un nuevo hogar.

Ahí aparece también ese otro costado de Paddington 2, que habla de las adversidades de los inmigrantes, con referencias a la Segunda Guerra y todo. La virtud de este aspecto cuasi-político es que, acaso por el público al que apunta, se construye de apenas algunas referencias visuales y en el diálogo, lo que resulta en un efecto más agradable que en otras películas más panfletarias. Y además está el propio Paddington, un personaje de una factura técnica más que extraordinaria, integrado perfectamente en el live-action y dotado por la animación y la voz de Ben Whishaw de una expresividad impresionante. Verlo tropezar tratando de llevar a cabo cosas sencillas como limpiar una ventana, o más acrobáticas como agarrarse de un ganso al vuelo para luego caer montado en un perro en una persecución nocturna, es un placer enorme, más cuando la cámara gira alrededor del personaje o hace un zoom en el momento justo (en general cuando el oso cae, o le cae algo encima, rematado por un ‘ouch’.)

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Para la secuela, tomaron un tropo clásico, el de “protagonista encarcelado injustamente debe limpiar su nombre”, y amplificaron todo lo que funcionaba en la anterior. Hay más gags de Paddington rompiendo cosas con su torpeza bien intencionada, y todavía más escenas adorables que muestran el carácter noble del oso (o su ‘hard stare’ enfadada para cuando alguien, como el cocinero gruñón de la cárcel, demuestra malos modales). Hay varios momentos de apenas un par de segundos sin función narrativa más que decir ‘awww’, como uno en el que Paddington toca una bola tesla y se le eriza el cabello. Pero el efecto nunca es saturación, no estamos ante una película extravagante y caprichosa, con una afectación ñoña al estilo Michel Gondry en sus peores momentos. Este es un personaje que admite todavía varias entregas más antes de agotar su bienvenida.

El sentido de la estilización visual y el casting del villano nuevamente son efectivos. Esta vez tenemos a Hugh Grant en el papel de un actor venido muy a menos que termina enviando a Paddington a la cárcel para así poder concentrarse en la búsqueda de un tesoro. Las claves para encontrarlo están en un libro antiguo que Paddington quiere regalarle a su tía, que todavía está en Perú. Tal vez el problema de esta secuela es que hay varias subtramas: Paddington tratando de sobrevivir en la cárcel, el libro como McGuffin central de la trama criminal pero también como símbolo de la relación familiar y el vínculo Londres-Perú, Sally Hawkins y su familia tratando de encontrar al ladrón responsable, y alguna que otra cosa más. Todo se une hacia el final de forma relativamente elegante, pero mientras miraba una secuencia de acción a bordo de un tren que termina con el osito a punto de ahogarse y con Sally Hawkins haciendo un intento de rescate heroico, no pude evitar pensar que tal vez se tomaron un poco al pie de la letra ese axioma del cine que dice que una secuela debería ser “lo mismo que la anterior pero más grande y mejor”. Esperaba más gags y más secuencias adorables, pero no sé si una escena de acción bombástica. El clímax de la anterior, una breve confrontación con algo de heist movie, es más económico en ese sentido, y quizás, por la misma razón, más efectivo.

Si hay otro mérito en la secuela, es el de volver a poner el subtexto justamente por debajo: en la anterior teníamos crisis migratoria y refugiados, esta vez es la crisis de mediana de edad y los logros no alcanzados (la madre que quiere nadar de un país a otro, el padre que pierde su ascenso y fracasa en las clases de yoga, el villano que desea reiniciar su carrera fracasada). Pero como el personaje del hijo que pasa de ser un teen fanático del hip-hop a recobrar su fanatismo por los trenes a vapor en la secuencia final, cada personaje concluye su propio arco con un plano que hace avanzar la historia (y la aventura) hacia adelante, sin obstruirla. De todas formas, lo central en Paddington es la emoción y la ternura, y la última escena de todas es más que conmovedora (cuando me di cuenta estaba llorando como un nene ante el cumplimiento de ese otro sueño sin alcanzar de la tía/madre de Paddington), y el número musical post-créditos justifica ampliamente la presencia de Hugh Grant. Aparentemente, si una película tiene a Sally Hawkins nadando bajo el agua con una criatura antropomórfica -o inundando su baño-, es garantía de éxito.

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