#Polémica: Drive my car

Por Varios Autores

Doraibu mai kâ
Japón, 2021, 179′
Dirigida por Ryûsuke Hamaguchi
Con Hidetoshi NishijimaTôko MiuraReika KirishimaSonia YuanSatoko AbeMasaki OkadaPerry DizonAhn Hwitae

A favor

Un camino

Por Aníbal Perotti

Luego de la maravillosa Wheel of Fortune and Fantasy que se proyectó en el Bafici 2021, el prolífico Ryūsuke Hamaguchi ofrece otra película extraordinaria que explora la alquimia entre los silencios y las palabras. Drive my car comienza con una sensual y enigmática escena entre la guionista de televisión Oto y su pareja: el director y actor de teatro Yusuke, que trabaja en una adaptación de Tío Vania de Antón Chéjov.

En la misteriosa introducción, Oto deja tras de sí un rastro sonoro que el dramaturgo escuchará durante el resto de la película como si hablara con un fantasma. La discrepancia entre lo que se escucha y lo que se ve encuentra su punto cumbre con los maravillosos ensayos en los que Yusuke les pide a sus actores, que hablan diferentes idiomas, que lean y escuchen el texto sin actuarlo. Escenas de teatro políglota donde los signos afloran y toman mil caminos hacia una claridad impactante. Un proceso lento, repetido como un mantra, para lograr la nueva encarnación de un gran texto y tratar de acercarse a la verdad. 

La película parece revelarse bajo los auspicios del azar, habitada por un misticismo poderoso pero discreto. El catalizador será el mágico encuentro del héroe con la joven conductora de su auto. A medida que esta relación ocupa más espacio, la película se interna en la cabina del brillante coche rojo y se transforma en una road movie pendular, entre el hogar y el trabajo, cuya trama avanza a lo largo de los viajes en lo que los dos desconocidos se descubren.

El mundo que los rodea está desnudo, desprovisto de reflejos y señales. Finalmente, en la cima de una montaña nevada los protagonistas parecen capaces de aceptar la realidad: la única manera de mantener a los fantasmas en el mundo de los vivos es mediante la ficción. En ese manto blanco, las huellas del pasado se evaporan y solo queda la ciudad vacía, la claridad diáfana de su luz particular, un gran gesto liberador, el camino poético para hacer el duelo de un amor. 

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