#Polémica: Dumbo (a favor)

Por Rodolfo Weisskirch

Dumbo 
EE.UU, 2019, 112′ 
Dirigida por Tim Burton. 
Con Colin Farrell, Michael Keaton, Danny DeVito, Eva Green, Alan Arkin, Nico Parker, Finley Hobbins, Roshan Seth y Lars Eldinger. 

¿Una última oportunidad?

Por Rodolfo Weisskirch

“Burton no es Tod Browning”. Así comienza Federico Karstulovich su review sobre Dumbo en este mismo sitio (en este link). Y tiene razón. Mientras escribo esta opinión disidente, tengo Beetlejuice de fondo, y por supuesto, la diferencia entre el cine del mismo director en 1988 y 2019 es abismal. Algo del ingenio, la creativdad y las ideas del muchacho, que fue expulsado por Disney en su juventud, se ha extinguido. Igual que su sentido del humor. Burton era muy cuidadoso a la hora de generar personajes, que los protagonistas lleven adelante sus relatos y el espectador pueda crear empatía con ellos, no importa cuan oscuros sean. De hecho, Burton consiguió que cuanto más oscuros y marginalizados sean, más fácil sea encariñarse de ellos.

Por eso es tan increíble que en un relato tan eternamente emotivo como Dumbo, Burton no encuentre un solo personaje, ni siquiera el elefante del título, que generen empatía. Claro, el relato en sí tiene suficientes golpes bajos para lograr emocionar a espectadores sensibles, con un par de trucos fáciles que trascienden a la inteligencia de un autor que supo que nos enamoremos de un chico emo, cuyo padre murió antes de crearle manos.

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Sin embargo, a diferencia de los decepcionantes trabajos que realizara en los últimos diez años, desde Sweeney Todd hasta Big Eyes, la peor obra de su filmografía, en Dumbo hay corazón y cinefilia. Antes, Burton podía inspirarse en Browning para crear su propio circo de freaks. Hoy, Burton ante la ausencia absoluta de nuevas ideas decide ir por el lado del homenaje. Y no le sale tan mal. Ante un guión realmente fallido del mediocre de Ehren Kruger -el mismo que intentara crear algo de coherencia narrativa con los Transformers de Michael Bay- Burton decide citar a casi todos los directores clásicos de la primera mitad del siglo XX. Desde John Ford a Jacques Torneur. Y de paso animaliza al E.T. de Spielberg. Aunque, claro, cabe preguntarse cuanto de la original Dumbo hay en E.T., pero eso es otro tema.

Pero Dumbo no es el relato de un marginal entre marginalizados. Ni tampoco el relato de un niño que desea encontrarse con su madre. O dos hermanos que deben reconciliarse con un padre que nunca fue figura paterna y ahora, debe ser padre y madre. Esas subtramas se agotan rápidamente y le importan muy poco al creador Frankenweenie. El corazón de Burton está en el circo en sí y en el conflicto moral de su dueño. El personaje que interpreta Danny De Vito simboliza al Burton de hoy. El hombre que le dio lugar a todos los freaks desde un pequeño rincón de Hollywood, dirigió la batuta, inspiró a un montón de jóvenes “oscuros” a salir a la luz y ahora, tantas veces plagiado e imitado, se ha cansado de sí mismo y solo quiere ser la mascota de los magnates, porque nunca logró el reconocimiento que deseaba de verdad.

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Dumbo fomenta esa contradicción. Y la ironía esta metaforizada en la elección del intérprete que eligió el director para que se convierta en este potencial Walt Disney que compra todo lo que podría generarle un beneficio económico: Michael Keaton. Sí, las carreras de Burton y Keaton se construyeron prácticamente a la par. Antes de Beetlejuice -y especialmente Batman– Keaton era un excelente comediante con grandes dotes clownescos. Después de la segunda, Keaton fue un símbolo de personajes oscuros, ambiguos, con crisis existenciales. Casi casi que podríamos afirmar que Burton traumó a Keaton, y esto le costó la carrera. Recién cuando Alejandro González Iñárritu le dio una posibilidad de redimirse con Birdman -una de las más grandes estupideces que se hicieron en Hollywood y la peor película que ganó el Oscar en los últimos diez años- Keaton empezó a tener una segundo oportunidad.

Y quizás Burton también la merezca. Porque ante la ausencia de generar nuevo material visual, de lograr que sus criaturas sean un ejemplo para su público, el director se revela como un hombre que sabe que la pifió en los últimos años, y entonces pone todo su conocimiento y sabiduría al alcance de su enemigo, esa mega empresa que primero lo echó y después lo recibió con los brazos abiertos para quedarse con su crédito. La diferencia, esta vez, es que se reconoce en el personaje del freak traicionado. Del hombre de negocios que vendió a sus criaturas al mejor postor, y para demostrar que está presente revela que no es tan ingenuo, y todavía tiene algo de corazón para exponer que no olvida aquellos monstruos con los que se crió. Entonces Dumbo es una lección de cine. No una literal, claro, pero en la inteligencia del personaje de Max Medici y en las citas a todos aquellos inmigrantes europeos que lograron la libertad de mostrar las monstruosidad de la que escapaban, en la pantalla grande del Hollywood, Burton demuestra que todo lo que creó a lo largo de su filmografía no es tan original.

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En la diégesis, Medici se escapa de los inversores y ayuda a los protagonistas a cumplir su misión. Burton no abandonó el rodaje, no abandonó a Disney, pero le da una pista a sus fans de que para volver a las raíces es necesario achicarse. Quizás esté esperando que Dumbo sea un fracaso comercial para regresar a un estudio que le dé mayor libertad creativa, que no esté esperando que haga el mismo truco de siempre. Y la mejor forma de mostrar eso, es desnudar su alma. Mostrar que se formó viendo a los maestros del género, y lo que se viene no va a ser el Burton de siempre, pero tampoco algo nuevo.

Entonces… ¿no es un buen momento para darle una nueva oportunidad? Porque hay que admitirlo, Dumbo nunca aburre, fluye incluso más allá de sus falencias narrativas y saca una sonrisa cada vez que De Vito y Keaton se reúnen en mismo plano. Los efectos especiales no abarcan cada margen de la pantalla, y ver volar al elefante por un minuto genera el efecto de asombro y emoción legítimo. Acaso esto sea producto de un director que revió su obra y pudo hacer consciente la sucesión de pasos erróneos dados a lo largo de la misma. Es cierto: ya no podemos volver a la alegría que alguna vez proporcionó Beetlejuice, El joven manos de tijera o La leyenda del jinete sin cabeza, pero de seguro, al menos para mi, es un primer paso a una redención cinematográfica. Todos merecen una nueva oportunidad. Y creo que con este sinceramiento Burton se la ha ganado. 

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