#Polémica – Dunkerque (en contra)

Por Marcos Rodríguez

Dunkirk
Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Holanda, 2017, 106′
Dirigida por Christopher Nolan.
Con Fionn Whitehead, Tom Glynn-Carney, Jack Lowden, Harry Styles, Kenneth Branagh, Cillian Murphy, Mark Rylance, Tom Hardy, Aneurin Barnard, James D’Arcy y Barry Keoghan.

Historia repetida

Por un momento (hasta unos 40 minutos, podríamos decir) uno podía llegar a creer que Christopher Nolan finalmente se había decidido a hacer una película y no un mecanismo de relojería para demostrar lo inteligente que es. Para colmo, hasta parecía que iba a ser una película interesante: un principio atípico, manejo muy concreto de los materiales, casi sin diálogos…

Pero, por supuesto, no fue así.

Nolan siempre fue un director capaz. De hecho ya lo había demostrado en otras películas. Su problema es otro. Para colmo, el hada de la taquilla lo ha bendecido con el éxito y ahora Nolan puede hacer básicamente lo que se le cante (como lo demuestra la existencia misma de esta película bélica), lo cual le permitió, por ejemplo, el gesto retro de filmar en fílmico y, más hermosamente retro todavía, el gesto de llenar una playa ancha y gris de cientos y cientos de extras de carne y hueso, personas que respiran y se mueven y llenan los planos generales con su carne y sus huesos y su respiración. Los extras hoy en día son digitales. O son pocos en planos cerrados. Ver una multitud de gente desplegada en un terreno amplio y con horizonte (y, encima, formaditos) es un placer que el cine ya no nos ofrecía.

Era extraño decidir filmar los hechos ocurridos en Dunkerque. Más extraño todavía que un estudio decidiera desembolsar todo lo que seguramente habrá desembolsado para llevar personitas y barcos y aviones hasta Francia y filmar en locaciones reales un evento militar desastroso y, para colmo, inglés. Nolan decidió hacer todo eso, así como decidió arrancar su película con un soldado anónimo, sin casi explicaciones estratégicas, militares o circunstanciales, así como decidió ahorrar una buena porción de los diálogos que hubieran ahogado una producción más convencional. Dunkerque podría haber sido una gran película. Algunos creen que lo es.

El problema, paradójicamente, es el propio Nolan. Al principio de todo (aunque después de la intro del soldado al que el director no le permite cagar en paz), aparecen en pantalla unos carteles: algo así como “Tierra, una semana”, después “Agua, un día” y “Aire, una hora”. Las duraciones pueden estar pifiadas. Uno (o por lo menos yo) no les presta atención porque no se entiende de qué está hablando. Empiezan tres historias paralelas y todas apuntan a Dunkerque. Es recién bastante avanzado el metraje que uno puede empezar a comprender que esas tres historias que está viendo en realidad ocurren en tiempos diferentes y, sobre todo, con lapsos de tiempo diferentes, que se ven afinando y explicando hasta cerrar en el espiral final en el cual todas las historias vienen a cruzarse… Nudo por demás innecesario porque las historias podrían haber convivido como mosaico sin tocarse sin afectar por eso su sentido. ¿Por qué complicar la narración de esa forma, con un tejemaneje que no agrega sustancialmente nada pero dificulta la comprensión? Bueno, es una película de Nolan.

Algunos parecen creer que el jueguito de Nolan es un gesto de extremada autoconciencia a través del cual el director busca generar un efecto modernista de distanciamiento, que implicaría una toma de distancia de los hechos narrados. Toma de distancia no necesariamente crítica, pero sí por lo menos estética. El problema con esta lectura es que la propia película la desmiente: Dunkerque no es una película que busque la distancia. Es una película fría, sí. Es una película bastante seca en su primera mitad, también. No es, sin embargo, una película antiépica en la medida en la que se dedica a exaltar de forma grandilocuente los gestos y acciones de quienes aparecen en pantalla. Una película que incluye y trabaja tan concienzudamente esa música de Hans Zimmer, una película que incluye el plano contrapicado y a contraluz de revelación de la cara de Tom Hardy mientras mira con talante heroico cómo se extiende el fuego por su avión, una película que incluye un primer plano de los ojos llorosos de Kenneth Branagh mientras dice la palabra “hogar” no podría ser nunca una película que busca el distanciamiento, la paradoja o las complejidades. Es, es cierto, una película en la que los mecanismos retorcidos de la narración hacen tanto ruido que uno no puede más que quedarse afuera. Pero eso es otra cosa. Finalmente, una película que cierra con una lectura emocionada de un discurso de Churchill (por más que sea en voz de un soldado anónimo y no en los tonos de un gran orador) claramente trabaja en función de lo épico, incluso si esa epicidad viene envuelta en las formas de pudor y escala chica que son las únicas que hoy pueden soportar nuestras conciencias posmodernas.

Por otro lado, el tono seco que amenazaba con seducirnos al principio cede paso rápidamente a parlamentos, gestos y discusiones que empiezan a enchastrar la cosa. Ahí está el personaje de Kenneth Branagh, que cada vez que abre la boca es para embadurnarnos con recatado honor inglés, de ese que viene a tratar de salvar la cara de los generales y jefes del ejército en cuestión (él, él solito, se queda en la playa al final para salvar a todos los franceses; claro, una vez que los ingleses están a salvo). Es cierto, el enchastre ocurre en un vacío general de conversaciones explicativas, pero precisamente por eso resalta más. Resulta difícil olvidar, también, el vergonzoso diálogo en el interior de un barco que se está hundiendo, en el cual un grupo de soldados se ponen a debatir socráticamente sobre lo que un hombre está dispuesto a hacer con tal de sobrevivir. Por no hablar del personaje de Mark Rylance, cuya presencia misma es la corporización del discurso honrado que viene a salvarnos a todos. Si hay un nacionalismo en la película de Nolan (cosa que me importa tres rábanos) está en su mirada hacia ese maravilloso pueblo inglés, sacrificado, que salvó a sus chicos. El pequeño gesto paternalista por el cual Rylance le dice a su hijo (y al público) que hizo bien en mentirle al soldado traumadito cuando le dijo que el pibe que mató en realidad no murió de una muerte estúpida es, a la vez, la cima y el colmo de todo esto.

Pero probablemente el mayor problema de Dunkerque es que si bien al principio parecía haber tomado decisiones arriesgadas y correctas (el protagonista soldado, la confusión y la ausencia de palabras y explicaciones) que podían llevar a una película que nos ofreciera algo nuevo o una experiencia interesante, pronto esa decisión queda de lado. No hay en Dunkerque grandes líderes (más que en el diario), pero eso no quiere decir que haya aceptado llevar la apuesta de jugarse por la perspectiva del soldado hasta las últimas consecuencias. El simple juego narrativo ya pone en pantalla una perspectiva completamente diferente, que, sin embargo, tampoco se anima a articular una visión general sobre la guerra o siquiera sobre los hechos que condujeron a la derrota de Dunkerque. Hay discurso, hay alguien que mira muy por arriba de sus personajes (y teje sus hilos) pero no hay un punto de vista. Hay artilugios y lágrimas, si, pero también la mentirita de jugar a que te muestro la guerra desde los ojos de un soldado cuando en realidad te muestro algo mucho más grande y subrepticio, pero tampoco me animo a pintar un gran cuadro.

A mitad de camino, trabada, finalmente discursiva, Dunkerque llega a nosotros como el fantasma de lo que podría haber sido una buena película.

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