#Polémica: El hombre del norte

Por Mariano Bizzio

The Northman
EE.UU., 2022, 136′
Dirigida por Robert Eggers
Con Alexander Skarsgård, Nicole Kidman, Anya Taylor-Joy, Claes Bang, Ethan Hawke, Willem Dafoe, Gustav Lindh, Oscar Novak, Björk, Ralph Ineson, Kate Dickie, Murray McArthur, Ian Gerard Whyte, Hafþór Júlíus Björnsson, Ian Whyte, Tadhg Murphy, Olwen Fouere, Ingvar Eggert Sigurdsson, Jon Campling, Eldar Skar, Phill Martin, Rebecca Ineson, Magne Osnes, Elliott Rose

En contra

Troya invertida

Robert Eggers es un exponente cada vez más evidente de lo que me gusta llamar el exceso controlado, que no es otra cosa que la cerebralidad vestida de seda, es decir, mona. Por algún motivo que no logro decodificar varios colegas se manifestaron a favor de este chancho perfumado confundiéndolo con esas otras salvajadas reales como las que pergeña el mejor Mel Gibson. No, muchachos: el hombre del norte no es Apocalypto ni por casualidad. Y así las cosas, sin embargo, la necesidad de legitimación de lo bestial (quieren bestialidad? Vean las películas de H. Craig Zalher, como Brawl in block 99, por ejemplo) permite que este caballo de Troya invertido (promete animalidad en su exterior pero es pretenciosa por cada uno de sus poros, incluso legitimando su narrativa por medio de Hamlet, aunque decida narrar esa historia canónica por medio de la versión nórdica y menos conocida) se nos presente como “una salvajada inusual para el mainstream americano”.
Curioso: salvaje es Verhoeven, que ya no filma más de este lado del Atlántico. Salvaje no es Ari Aster, con quien Eggers encuentra múltiples puntos de contacto estilísticamente (en este caso hay que mirar hacia el horizonte de esa bazofia que es Midsommar, otra película falsamente bestial con mitos y leyendas nórdicas). El hombre del norte no es Flesh+Blood (Paul Verhoeven, 1986), que es pólvora humeante, sino cebita mojada. O en su defecto, chasquiboom humedecido. Esto sucede porque su materialidad no es tal, en todo caso lo que nos trae la película de Eggers es suciedad administrada, un poco de gore para sazonar, algún que otro incesto y un instinto de acercamiento al cine de aventuras con el que coquetea durante algunos minutos en los que el exilio del hijo se parece a El rey león con anabólicos, por obvios motivos.

Pero a diferencia del mitologema y de las experiencias citadas, no hay reconocimiento ni cambio por estos lares. La aventura está seccionada, amputada. No hay héroe (“porque los héroes son una grasada”, podríamos oírle decir al responsable de esta barbarie coqueta), lo que si hay son personas destruidas en un pueblo de bárbaros (y nosotros aquí elogiando la socialdemocracia escandinava!). Por eso el sistema de mitos en el que se mueve la película es una rosca de pascua endurecida por dentro y por fuera. Pero brillosa y reconocible, replicable y replicada, como esas que están en las vidrieras de las confiterías que no actualizan sus muestras al público. Como si el asunto, en el fondo el cine, no importara mucho, como si mostrar importara más que narrar. Será por eso que, en El hombre del norte, la pretensión reemplaza el desinterés y el poco amor por el cine al que la película invoca por medio de automatismos genéricos en los que ni siquiera cree.

A los brillos de El hombre del norte hay que mirarlos pasar por la gratuidad de algunas de esas salvajadas mencionadas, que son como islotes en un archipiélago. Cuando llegan esos momentos, cuando se hacen presentes esos emergentes, gozamos como niños gore, porque queremos más extremismo, tripas y cosha golda. Pero es apenas un atisbo, son las ganas que nos superan frente a tanta solemnidad. En ese sentido el contrapunto es vital: sólo podemos soportar el aliento soporífero de las imágenes cuidadas en su descuido cuando se nos despierta con esos cuerpos desmembrados, colgados, desarticulados. Pero es un gore boutique, pensamos después. Es un “desnudo cuidado”, porque si algo le falta a EHDN es fluidos: sangre, sudor, semen, flujo, lágrimas, bilis. Y si vamos a gozar y a sufrir, bueno, que no sea así, con esta displicencia por nuestras retinas. Qué esto no es una cata de vinos y quesos. Más respeto, viejo.

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