#Polémica: Rubia – En contra

Por Gabriel Santiago Suede

Blonde
EE.UU., 2022, 166′
Dirigida por Andrew Dominik
Con Ana de Armas, Bobby Cannavale, Adrien Brody, Julianne Nicholson, Evan Williams, Xavier Samuel, Caspar Phillipson, Toby Huss, Sara Paxton, Chris Lemmon, Dan Butler, Garret Dillahunt, Lucy DeVito, Michael Masini, Ned Bellamy, Scoot McNairy, Rebecca Wisocky, Catherine Dent, Spencer Garrett, Eden Riegel, Tygh Runyan, Sonny Valicenti, Haley Webb, David Warshofsky, Ravil Isyanov, Judy Kain, Time Winters, Jerry Hauck, Patrick Brennan, Colleen Foy, Mike Ostroski, Rob Brownstein, Rob Nagle, Jeremy Shouldis, Eric Matheny, Ryan Vincent, Warren Paul, Mia McGovern Zaini

Irreversible

En Rubia, Andrew Dominik, un director con talento intacto, hace algo que la sacrosanta cinefilia no podría tolerar: reescribe el pasado del mito jugando a desmitificar pero en realidad reversiona una historia que es conocida, que es pública, y en cierto modo procaz. En Rubia no hay nada parecido al mito-Monroe. Por el contrario, hay barro a borbotones. Por lo que la primera tendencia sería preguntarse a qué juega el director de Rubia cuando elige mentir la historia de Marylin con tanta desidia. La primera tentativa sería un gesto tarantiniano, que es el gesto de la reescritura feliz, en donde el pasado es recuperado no para ser reemplazado por el relato sino para procesarlo desde una perspectiva abierta y felizmente ficcional. Si así fuera, Rubia sería un ejercicio notable de ucronía: qué hubiera pasado si la vida de Marylin en realidad hubiese sido de esta manera y por estos motivos? A ese juego juega en mayor o menor medida el libro de Joyce Carol Oates, que hace del mito, plastilina. 

El problema es que Dominik bien lejos está de ser Oates. Por el contrario, su operación es una canallada. Veamos por qué. Para eso un breve excursus, permítanme.

Allá por inicios de los 2000s Lars Von Trier (que es la herencia tapada en todo esto, no miren a Tarantino) gesta una película radicalmente sádica como lo fue Bailarina en la oscuridad. No obstante, como mencionara alguna vez Quntín en una crítica sobre aquella película, LVT era un canalla transparente, que todo el tiempo exponía su maldad y sadismo ante nuestros ojos. De hecho ya lo había hecho varias veces antes, en particular también en Contra viento y marea (1996). LVT ha dedicado gran parte de su obra en revisitar, por otros medios, a Dreyer y a Bresson. No es el caso del arty-facto-pop de Dominik, que utiliza los mismos recursos del sadismo del director danés, pero que lo hace sin la conciencia explícita del artificio que volvían tolerables a verdaderos tour-de-force a películas insoportables como Dogville.

¿A qué viene la comparación? A que Rubia puede ser leída, a los efectos prácticos, como una verdadera pasión crística, es decir, como un camino de padecimientos, frustraciones, caídas…pero sin posible redención. El problema es la estrategia: si la película se propusiera la abierta condición contrafáctico-ficcional del Tarantino de Erase una vez…en Hollywood seguramente estaríamos hablando de otra cosa. Pero Dominik no solo no es Tarantino, sino que tampoco es Von Trier. Opera en ambas direcciones pero, en el resultado, está mucho más cerca de Gaspar Noe, es decir, de un provocador profesional. Y eso por qué? Porque no contó cualquier historia o una historia ficcional de Marylin Monroe, sino que narró, desde una perspectiva revisionista y resentida, la presunción de la vida oculta de Marylin, que no solo incurre en falsedades constatables sino que, además, expone al personaje a un doble martirio.

En su programática progre de revisitar el pasado para reescribir, señalar culpables (y cancelaciones), Rubia ejerce un acto cobarde y vil. Básicamente porque entiende que recuperar al personaje expuesto a las presuntas humillaciones, vejaciones y abusos a los que lo expone es, en alguna medida, defenderlo. Pero lo único que revela es una voluntad propia de los discursos victimizadores: para defender a la víctima de un abuso se la revictimiza volviéndola a poner en ese lugar, con lujo de detalles. En esa decisión no muy lejana al peritaje policial, lo que hace la película de Dominik no podría estar más lejano a la empatía, porque en el fondo no defiende a nada ni a nadie, no le brinda una segunda oportunidad por medio de la ficción (Tarantino), no la expone al exceso para que el mitologema adquiera otra función y se aleje del personaje de referencia (Von Trier). Lo que hace Rubia (dicho sea de paso: con un nivel de autorepresión de los excesos notable, a los que contrapesa con una serie de fuegos de artificio banales y vulgares) es una autopsia a la vez que una violación a cielo abierto. Nada más lejano al amor y al respeto. A veces los mitos están para cuidar a las personas, incluso respecto de las mejores intenciones (algo que dudo seriamente en este caso).

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