#Polémica: Shadow in the cloud

Por Varios Autores

Nueva Zelanda, 2020, 83′
Dirigida por Roseanne Liang
Con Chloë Grace Moretz, Nick Robinson, Callan Mulvey, Taylor John Smith, Beulah Koale, Byron Coll, Benedict Wall, Joe Witkowski

En contra

Por Rodrigo Martín Seijas

Discurso mata género

El arranque animado de Shadow in the cloud promete un tono paródico que en los minutos restantes no termina de confirmarse, básicamente porque la película de Roseanne Liang no se toma en serio -valga la paradoja- esa parodia y comicidad que insinúa. Los condimentos estaban, a partir de un relato situado durante la Segunda Guerra Mundial y centrado en una piloto (Chloë Grace Moretz) que viaja con un cargamento secreto en un avión militar y que debe lidiar no solo con los aviones enemigos japoneses, sino también con una maligna criatura a bordo. Pero el film, en vez de llevar a fondo su exploración de las superficies genéricas, prefiere quedarse con una discursividad que interpela de manera torpe al feminismo actual.

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Quizás el problema sea que la trama, aunque atractiva en sus ejes disparadores, no pareciera alcanzar más que para un episodio de La dimensión desconocida. La vía que encuentra el film para completar los minutos restantes es una acumulación entre impostada y bobalicona entre la feminidad representada por la protagonista, y la misoginia encarnada por la tripulación del avión. Se podrá decir que la película apuesta al artificio incluso en su discursividad, pero una cosa es eso y otra la sucesión esquemática de estereotipos, donde todo pareciera consistir en volcar líneas que representen todos los lugares comunes de la misoginia. No hay en verdad personajes, solo envases para una bajada de línea canchera.

Por eso Shadow in the cloud, más que narrar, lo que hace es presentar situaciones que cimenten de la manera más explícita posible esa discursividad que es más anti-misógina que feminista, aunque no llegue a ser sólida en ninguna de sus variantes. Tenemos entonces un primer cruce entre la protagonista y los tripulantes, antes de que ella quede confinada a una cabina, aislada y solo conectada a través de un comunicador. En esos minutos, que podrían ser potentes en su claustrofobia, el film se dedica a desplegar una serie de diálogos que hacen quedar al grotesco argentino como moderado, cayendo en una serie de repeticiones y regodeos que hacen al pasaje casi insoportable. Del mismo modo, poco se explica a través de la imagen y el sonido -por más que la puesta en escena tenga un diseño estético más que atractivo-, predominando las palabras y remarcaciones, como si la película no terminara de confiar en las herramientas cinematográficas con las que cuenta a disposición.

Recién en los últimos minutos, cuando parece encontrarse satisfecha con dogmatismo banal de la primera hora, Shadow in the cloud se zambulle en la aventura, exhibiendo algo de tensión, nervio y movimiento en espacios cerrados, con una interacción potente entre el adentro y el afuera. En esos contados instantes, la película revela lo que podría haber sido en su totalidad si no hubiera estado tan preocupada por hilvanar una retórica de barricada y más ocupada en narrar un relato donde confluyeran más fluidamente la mirada política con la genérica. Sin embargo, en los últimos instantes, que pretenden dialogar con exponentes de la acción femenina como Aliens o Terminator, la mirada de Liang vuelve a caer en los subrayados carentes de agudeza o inteligencia, como si no terminara de entender que la mejor forma de construir discursos políticos es dejando que lo hagan los personajes a partir de sus acciones. Irrumpe entonces nuevamente la construcción de una heroína de diseño, que no acciona desde sus propias motivaciones sino en función de un espectador con expectativas bien calibradas. Un espectador que va a ver Shadow in the cloud no para disfrutar de la tensión, el humor o el drama -todas capas genéricas que el film transita de las que nunca se apropia- sino a confirmar un punto de vista. De ahí que estemos ante una película que se pretende disruptiva pero que al final de cuentas no deja de ser extremadamente conservadora a partir de cómo busca el aplauso rápido y fácil.

A favor

Por Gabriel Santiago Suede

La loca del ático

El término “The Madwoman in the attic” no solo le da nombre a uno de los grandes textos feministas sobre literatura decimonónica escrita por mujeres (extraordinarias, como las Brontë, como Austen, como Elliot, como Shelley, como Dickinson y otras varias) sino que supo ser un término identificatorio de los discursos de locura asociados a la percepción del mundo. En ese recorrido, las “locas del ático” no hacían otra cosa sino referir a una doble condición: personajes mujeres capaces de poner en cuestión algunas percepciones naturalizadas en un mundo dominado por la comsovisión masculina, pero también, una suerte de reflexividad con respecto al propio proceso escriturario de esas mujeres detrás de ficciones creadoras de mundo. Justamente, en la necesidad de abandonar discursos simplificadores de la representación de la mujer, la reivindicación de tales escritoras abonaba otras posibilidades: salir del encierro y adquirir autonomía a partir de la escritura.

Shadow In The Cloud Movie Review

El tiempo atravesado a lo largo del siglo XX nos habituó a condenar las formas esterotipadas de representación de la mujer, incluso en sus formas de resistencia a la opresión machista. En esos recorridos empezamos a visibilizar en el cine (primero de forma tangencial, luego adquiriendo cada vez más centralidad) a mujeres salidas de roles preconcebidos por el imaginario utilitario de la mujer como acompañante de los hombres. Westerns, policiales negros, comedias románticas, melodramas, películas de terror supieron ser puntales para que estos aspectos comenzaran a adquirir una modificación visible. Metáforas mediante, es cierto, en muchos casos ese cambio de paradigma parecía torpe, pero en otros incluso podía visibilizarse un puntal de salida hacia otras experiencias más marginales, por ende, más arriesgadas.

No puede hacerse una genealogía de qué o quién fue primero, pero a muchos cinéfilos nos gusta pensar que detrás de ese recorrido de heroínas anónimas de los géneros en los 30s (el cine pre código Hays está lleno de sopresas), de los 40s, 50s, 60s y 70s está el germen de las Ellen Ripley, de las Sarah Connor y otras tantas (no olvidemos a las heroínas del Blacksplotation o de las Rape and Revenge). Ahora bien: por qué a partir de un determinado momento nos olvidamos de todas esas tradiciones? Por qué obnubilamos la memoria y asistimos a una suerte de amnesia colectiva que prima la reescritura demagógica del presente para negar el pasado? Por qué pensamos que hasta hace cinco años el cine carecía de heroínas y le concedimos a las majors el poder concentracionario y publicitario de taladrarnos la cabeza con un recomienzo (Hola Capitana Marvel! Hola Wonder Woman! Hola Birds of prey!)? Quizás lo concedimos porque casi nadie quiso tomarse el esfuerzo vergonzante de ir en contra de la corriente. Pero ojo: ir en contra de la corriente no es ser antifeminista (hoy no se me ocurre cosa más mainstream que ser feminista por cualquier motivo), no, ir en contra de la corriente es recordarle al mainstream feminista que la historia los antecede, que el movimiento actual niega el pasado de resistencias (resistir es distinto a querer ser norma). Por eso cualquier película que recuerde un poco ese pasado que alguna vez fue hermoso, libertario, resistente, inteligente y sensible, merece todo mi respeto. Bueno: Shadow in the cloud es un retorno muscular y feliz a ese pasado. Pero además es un gran mentís al feminismo demagógico del mainstream actual.

La alegría que proporciona la película de Roseanne Liang no se sustenta solo en el espíritu de recuperar a las llamadas “Chicas Cameron” (las heroínas feministas de James Cameron), sino que, en alguna medida, permite continuar el legado del feminismo humanista (no el misándrico que circula mucho en el mainstream actual, en donde cualquier hombre es un potencial peligro para una mujer) de las décadas previas. Pero además es una gran película que no hace de su heroína y sus capacidades -intelectuales, físicas, emocionales- un panegírico contra los hombres, sino que los utiliza como herramienta narrativa para narrar un cuento moral sobre la construcción de una identidad sobre el miedo.

Uno de los aspectos más interesantes, por lo tanto, es el modo en el que Liang construye el imaginario de esta LITERAL madre luchona: aislándola en una torreta-burbuja de avión de combate, en donde sucede la mayor parte de la película. A ver: más del 80% de Shadow in the cloud sucede en un espacio mínimo, con una mujer aislada, con un brazo roto, sin ayuda de parte de los hombres que están al mando del avión en el que viaja…y para colmo siendo la única capaz de observar el ataque pergeñado por una bestia alada que recuerda al cortometraje que formaba parte de la antología de Al filo de la realidad (Dante-Landis, 1983). Todo ese proceso se da en el medio de una persecución de parte de aviones japoneses que buscan derribar al avión en el que se encuentra nuestra heroína. Y en el medio, un secreto metido en un bolso que no debe ser abierto por ningún posible motivo.

A lo largo de los 83 maravillosos minutos de Shadow in the cloud no tenemos casi un solo momento de descanso, porque el guión confeccionado entre la directora y Max Landis es un mecanismo de relojería que no deja elementos sueltos en ningún momento. Por eso la precisión de lo narrado se deriva de la confianza basal en la economía narrativa. Nada de lo que narra la película sobra (al contrario: no le vendrían más unos minutos extra). Pero la mayor de las alegrías que nos proporciona esta aventura es la confianza en el mundo material, en el mundo en el que el cuerpo es parte del proceso de conocimiento, como instrumento para el crecimiento. Esa puesta del cuerpo en peligro, ese extremo que demanda el cine de acción mezclado con las formas del pulp y encima puesto en el contexto de mediados de siglo (dato: no, los aviadores que le dicen barbaridades no son representantes del mundo masculino per sé, pero si parecen ser representantes de un trato naturalizado en una determinada época, por eso la película también es sabia en contextualizar en el marco en el que suceden los hechos) hace que el periplo que tiene que recorrer su protagonista (Chloë Grace Moretz en un papel consagratorio, pero andá a encontrar reconocimiento) sea un verdadero viaje.

Con un final que incluye aterrizajes forzosos imposibles, piñas contra bestias aladas y un plano místico que recuerda a representaciones bíblicas (otra vez Cameron!), Shadow in the cloud se mete de lleno, a los pocos días del mes de enero, entre las 10 mejores películas que vayamos a ver en este 2021. Por favor, búsquenla y saquen sus propias conclusiones. Ahí está la historia para recordarnos que cuando se busca convertir a una conquista en un negocio, solo el corazón narrativo del clasicismo y su historia de reivindicaciones puede volvernos a la realidad de un cachetazo.

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