#PostBafici 2017 – (1) Mimosas

Por Andres Cappiello

Mimosas
Marruecos España Francia Qatar, 2016, 93′.
Dirigida por Oliver Laxe
Con Ahmed Hammoud, Shakib Ben Omar, Saïd Aagli, Ikram Anzouli, Ahmed El Othemani

Tormenta del desierto

Por Diego Maté

El Bafici supone una experiencia singular del tiempo: se miran muchas películas en un lapso breve hasta que ya no se recuerda bien qué cosa se vio primero, cómo se llamaba esa otra que se vio después, qué parte pertenecía a cuál, como si todo se comprimiera y el festival fuera, en realidad, una película dispersa y algo monstruosa que dura varios días. En su libro sobre el western, Quim Casas empieza diciendo que el género es sobre todo una experiencia física que puede resumirse en el despliegue de caballos, jinetes, cuero, metales, chasquidos y toda clase de elementos materiales. El recuerdo que tengo de Mimosas es más o menos así: me cuesta reponer la trama, pero me acuerdo claramente de la textura de la arena, de la resistencia de los camellos cargando a los hombres y su peso, del sonido seco de los disparos en las piedras, de las barbas, la suciedad y el cansancio que el desierto iba imprimiendo como latigazos en las caras de los protagonistas. La película, una coproducción improbable entre Marruecos, España, Qatar y Francia, vuelve sobre las formas hoy olvidadas del western y se alimenta de su épica.

El conflicto es simple, como corresponde a cualquier aventura sin dobleces: los protagonistas deben trasladar el cuerpo de su jefe muerto hasta un pueblo para darle sepultura. La empresa se revela enseguida como un desafío que pone a prueba el temple de los personajes. La imagen tiene un inevitable aire inmemorial: unos hombres viajan a través de un paisaje desolado enfrentando peligros y sobreviviendo como pueden, movidos por un encargo casi absurdo.

La curiosidad que puede despertar la premisa de un western árabe se disipa rápido: incluso a pesar del cambio iconográfico, la película ofrece un universo familiar que puede resultarle conocido a cualquiera. Pero una decisión narrativa introduce una diferencia notable: el relato de Mimosas está divido entre el mundo de los vivos y otra cosa, una especie de más allá con el aspecto de una ciudad árabe del presente en la que hay taxis y celulares (es decir, un más acá). El que viaja de un lugar a otro es el protagonista, un tipo menudo y algo torpe que parece compensar sus carencias con un entusiasmo casi militante. Una suerte de enviado al mundo terrenal, el hombrecito debe guiar a los protagonistas para ganarse sus alas (o el equivalente local) y, en el camino, medirse con obstáculos para los que no está preparado. Contra cualquier pronóstico, la división entre los dos mundos, lejos de atentar contra la materialidad de la película, la refuerza. La aventura es revestida así de una dimensión metafísica que no grita su importancia ni reclama ser interpretada: todo ocurre naturalmente, casi sin explicaciones. Curiosamente, esa remisión a otro plano de la existencia no suaviza la crudeza terrenal: el hombrecito padece tanto las necesidades del cuerpo como sus compañeros y la vida no resulta menos preciada ni frágil (una muerte en plano general exhibe la impiedad brutal del desierto y de sus habitantes).

La película se extiende apenas una hora y media, pero la dureza de la travesía y la alternancia entre mundos distorsiona la sensación del tiempo: la duración parece expandirse junto con ese viaje inacabable. El final abierto relega al off un ataque en el que los héroes, enceguecidos por su misión sagrada, se lanzan con estruendo a una carga imposible y desesperada. La manera perfecta de terminar esa historia de hombres y ángeles.

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