#PostMardelPlata 2017 – (7): The Second Generation

Por Fernando Luis Pujato

The Second Generation
Yugoslavia, 1984, 88′
Dirigida por Želimir Žilnik
Con Vladimir Sinko, Petar Bosančic, Dragan Sokoljanski, Sanja Zlatkovic, Danica Jankovic

En ningún lugar

Por Fernando Luis Pujato

La historia de la ex Yugoslavia a partir de la segunda Guerra Mundial es tan compleja como fascinante. Unificada bajo el liderazgo absoluto del mariscal Josip Broz Tito, quien se opuso a ser un satélite de la ex URSS tanto como a convertirse en un aliado estratégico de los EE.UU. impulsando el Movimiento de Países No Alineados, implosionó tras su muerte en 1991 desatándose una serie de guerras internas culminadas más o menos en el 2006 con la formación de seis repúblicas soberanas (Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro, Macedonia y Serbia) que aún tratan de arreglárselas como pueden tras los escombros de una de las promesas incumplidas del siglo pasado; la promesa, claro, de una gran nación independiente e igualitaria. La historia de Želimir Žilnik nacido en un campo de concentración nazi en el sur de Serbia, criado por sus abuelos maternos luego de la ejecución de su madre por parte de los alemanes y de su padre por parte de los chetniks (la guerrilla conservadora y monárquica serbia) y cuya ópera prima Early Works fue galardonada con el Oso de Oro en el festival de Berlín de 1969, no resulta menos interesante y ha sido tan dificultosa como la de su ex nación y su actual país; un hijo del siglo XX. Sin embargo, este sobreviviente de la segunda guerra, testigo ocular del fracaso de la utopía socialista, censurado tanto en Yugoslavia como en Alemania occidental, se las arregló bastante bien para construir una obra cinematográfica que ha dado cuenta de todo aquello por lo que ha pasado sin caer en el unívoco lugar común de la denuncia hacia los imperialismos de cualquier signo o la adhesión panfletaria al régimen en el cual vivió buena parte de su vida, ironizando siempre ante las supuestas ventajas que obsequia el sistema capitalista y los supuestos logros que brindó el sistema socialista. Sus films pueden ser sarcásticos y duros y algunas veces violentos pero jamás ha intentado manipular al espectador mostrando las miserias humanas a los niveles de sadismo o crueldad o ambas cosas a la vez a las que nos tienen acostumbrados algunos de sus colegas coreanos o griegos o ingleses y algún que otro coterráneo serbio. Podría haberlo hecho y seguir ganando premios en (algunos) festivales pero ha preferido filmar sin condescendencia alguna, en cualquier formato que estaba a su alcance, las consecuencias de aquél fracaso revolucionario y las inquietantes señales de un incierto presente.

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Uno de estos corolarios ha sido, sin lugar a duda, la incipiente migración de los yugoslavos en los albores de los 80 hacia distintas partes del mundo y qué ha ocurrido con los hijos de esta primera generación más o menos establecida en Alemania o en Austria o en Australia o en Canadá o en los los EE.UU. Lo que ha ocurrido es, por supuesto, la pérdida de una identidad más declamada interiormente que poseída efectivamente pues, a su vez, esta segunda generación también ha seguido los pasos de sus padres y luego de pasar varios años en el exterior retornan a su país natal donde no pueden adaptarse a las normas escolares ni a la convivencia con sus mayores o con sus pares. Aunque esto último sea todo lo casual y un tanto problemático como puede serlo una relación entre adolescentes del mismo género y rango de edad y aunque esta sensación de no pertenencia efectiva a ningún lugar se encuentre mitigada por el breve interregno de una historia de amor y por la solidaridad de personas desconocidas más que por lazos familiares o contenciones societarias de cualquier índole pues estos son los signos del tiempo en el cual transita su adolescencia Pavle, la endeble y hermosa criatura de Žilnik.

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Todo lo que ocurre en The Second Generation, filmada para la televisión pero con un registro cinematográfico apoyado mayormente en planos secuencia del espacio público que es el lugar donde se manifiesta efectivamente la cultura de un pueblo, se encuentra íntimamente ligado a la situación política de Yugoslavia por aquellos años aunque la noción marxista acerca del determinismo de la infraestructura sobre la superestructura se debería buscar en otro tipo de films que trataron y aún intentan tratar esta cuestión; si han logrado poner en escena esto sin rozar o adentrarse de lleno en la propaganda político partidaria es ya otra historia. Ciertamente el joven Pavle migra a Stuttgart, donde permanece más de diez años en busca del trabajo más o menos estable que su padre ya ha conseguido, intentando forjarse un futuro menos incierto y más prometedor que aquél que imagina será su horizonte mediato si permanece en su lugar de origen. Puede resultar conmovedor que Pavle luego de pasar un tiempo con su abuela y de vivir un tiempo en un internado y de cruzar varias veces la frontera buscando infructuosamente ese lugar de pertenencia tan ansiado finalmente se aliste en la escuela de policía de Novi Sad; y el plano alejado de su figura dirigiendo el tránsito en el medio de una avenida es tan elocuente como desolador. Pero Žilnik no utiliza esta innegable y triste realidad para comprobar una hipótesis o exponer una tesis sino como un disparador para mostrarnos no tanto las enormes contradicciones que anidan en el centro de sistemas económicos supuestamente antagónicos, pues alcanza con mostrar las contradicciones que exhiben cualquiera de sus personajes, sino más bien para adentrarnos en algo más profundo que los avatares de la economía de libre mercado o dirigida por el Estado y en algo más dificultoso de resolver que conseguir un empleo estable y bien remunerado. Este algo se llama soledad.

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