#PostMarDelPlata2018 – (1): Les affamés

Por Claudio Huck

Les affamés
Canadá, 2017, 103′
Dirigida por Robin Aubert
Con Marc-André Grondin, Monia Chokri, Charlotte St-Martin, Micheline Lanctôt, Marie-Ginette Guay, Brigitte Poupart, Édouard Tremblay-Grenier, Luc Proulx, Didier Lucien, Robert Brouillette, Martin Héroux, Patrick Hivon

Zombies y humanismo

Por Claudio Huck


Canadá. 
El país del norte de Estados Unidos siempre nos ha dado pequeñas películas que son hermosas gemas del cine de género que han sido sistemáticamente ignoradas por la “Historia oficial” del cine. Vienen a la memoria la imprescindible Mi negocio es el placer (The Pyx, Harvey Hart, 1973), obra maestra absoluta del cine de satanismo –el 5.5 con que la califica IMDB es una afrenta-, Noche de perros (Self defense, Paul Donovan, 1983), impecable thriller que transcurre a lo largo de una noche en Nueva Escocia durante una huelga de policías, Última noche(Last night, Don McKellar, 1998), que describe cómo reaccionan diferentes individuos frente al inminente fin del mundo, y Maelstrom (Denis Villeneuve, 2000), extraño drama familiar que vira hacia el fantástico. Y no nos olvidemos de David Cronenberg y sus hermosos filmes sobre enfermedades y plagas de los años 70 como Escalofríos(Shivers, 1975), Rabia(Rabid,1977) y Cromosoma 5(The brood, 1979). Los hambrientos viene a formar parte de esta lista selecta de cintas ilustres de bajo presupuesto y derroche de imaginación.

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Humanos. Al iniciarse la película la acción ya ha comenzado, y la gente huye de una plaga de zombies que asola al mundo. Transcurre en una zona rural, lejos de la ciudad. Hay varios grupos de personas que van a terminar confluyendo cuando avance la historia. Un anciano herido en una pierna que se apoya en una rama, con aspecto de patriarca, que se adosa a un adolescente que ha tenido que matar a su familia infectada, dos mujeres entradas en años, un hombre con complejo de freak, una mujer que ha sido mordida por un perro, otra armada con un machete, y una niña. El conjunto paria no tiene método ni grandes habilidades (salvo la mujer del machete, que es una experta. Se percibe que Aubert ha visto con detenimiento muchas películas japonesas de samuráis). Tampoco tienen una meta: sólo quieren huir. No son presentados en forma ordenada. De alguno no sabremos el nombre o lo conoceremos cuando el relato haya avanzado mucho, y su pasado y motivaciones van a ser descriptos con pequeñas referencias y alusiones.

Criaturas. Nunca se les llama zombies, siempre son denominados las criaturas. Corren como el demonio (en eso se alejan del cliché clásico y se acercan más al modelo actual) y si bien sólo profieren gritos guturales tienen algún rasgo de inteligencia, se agrupan para cazar humanos, tienen cierta conexión entre sí, y son aficionados a realizar pilas de cosas a modo de monolitos o tótems, y se reúnen a su alrededor a modo de rito protorreligioso. No se sabe cómo ha nacido la peste, sí que su alcance ha sido devastador. No existe, en apariencia, lugar adonde escapar.

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Detalles. Los pormenores y pequeños gestos se vuelven importantes en una historia que apuesta a lo sugerido antes que a copiosas descripciones de los personajes. El guión está pensado hasta la minucia. Las cosas que se exponen, están puestas allí para algo. Si la película comienza con una carrera de autos, el corredor será una pieza clave al concluir la trama. Si un hombre tiene la costumbre de hacer chistes no es por la gracia que tengan sino que es una característica propia que lo define, incluso al borde de la muerte. Si un retrasado tiene la costumbre de asustar, eso va a traer sus consecuencias. Hay muchos datos que están allí para perturbarnos. Ese fogón que se está apagando, ¿Contiene restos humanos? La mujer que ha sido mordida por el perro ¿Dice la verdad u oculta un ataque zombie? Otros dan alguna que otra información sobre los personajes que los espectadores debemos ir hilvanando para conocer, aunque sea someramente, el pasado de los personajes. El traje finísimo (hecho jirones) de la mujer del machete, el acordeón, la tristeza demoledora del rostro de Ti-Cul, la casa de las viejas, todo aporta algún pormenor revelador sobre los personajes. El plano general del bosque con los alaridos de las criaturas de fondo es un leitmotivque se repite como una rima, y posee algo de presagio funesto. En un par de ocasiones, Aubert es tentado por la grandilocuencia: la aparición inexplicable del géiser sangriento “adorado” por las criaturas y, sobre todo, el papagayo que aparece en el último plano de la película (después de los créditos) al que se da una importancia inusitada, dejándolo en evidencia como índice pretencioso ausente de significado.

Cinefilia. Puede rastrearse, ante todo, la influencia del maestro del género George Romero, puntualmente cuando la niña debe asesinar a una criatura (escena especular a  La noche de los muertos vivos, Night of the living dead, 1968, en la que la niña zombieasesina con una cuchara de albañil) y en general en la manera de describir a los personajes, que son gente común y no aspiran al heroísmo. Los gritos de las criaturas remiten directamente a Los usurpadores de cuerpos(Invasión of the body snatchers, Philip Kaufman, 1978). Los protagónicos se alejan del estereotipo adolescente que es plaga en el cine contemporáneo y apuesta al grupo heterogéneo, recurso hawksiano adoptado y tomado como propio por John Carpenter, cuya presencia se detecta también en la música incidental, que es medida, climática, simple y efectiva, y en la seriedad del relato, que no apela a la ironía a la moda o al humor o, las contadas veces que lo hace (como el hombre que cuenta chistes) termina volviéndose un recurso patético.

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Lirismo. La puesta tiende al realismo. La cámara sigue a los personajes de manera clásica (invisible) con la única finalidad de describir las acciones. La prolongada secuencia de persecución nocturna por la planicie y el bosque muestra a un director que sabe cómo narrar, crear tensión y sostenerla en el tiempo. El bajo presupuesto es ostensible, pero no funciona como una limitación sino como una opción estética. Los contados efectos especiales son perfectos, y a falta de dinero bueno es el uso del fuera de campo, el sonido y el montaje con nervio. Hay ciertos momentos en que asoma el lirismo, como  la escena en que una de las mujeres debe matar a su amiga (¿O hermana?) y el disparo es reemplazado por una elipsis que deriva en una imagen casi onírica de los caballos, libres, atravesando el bosque, o la secuencia dentro del túnel, con trabajados reflejos en el agua que recuerdan La zona (Stalker,Andrei Tarkovski, 1979). Son momentos que sobresalen por su singularidad y no abundan en el cine contemporáneo.

Balance. Sin lugar a dudas Los hambrientos va a su lugar cuando hagamos el recuento de lo mejor de este año. El cine que interesa y que perdura es el que nos interpela, que nos hace participar activamente y nos cuestiona. La solidaridad es una de las características del ser humano, pero ¿Es racional aplicarla siempre? Cuando Ti-Cul encuentra al hombre mordido en la pierna, ¿Por qué lo deja vivir, si eso puede significar el propio fin? ¿Por qué el negro se anima a intentar salvar a la vecina y su hijita, si sabe que pueden haberse transformado? Actos peligrosos que no pueden evitarse porque ante todo somos humanos, existe la empatía, y es mejor ejecutar un acordeón sabiendo que esa acción nos va a llevar a la muerte si esa acción suicida va a salvar la vida de una niña pequeña que es casi una desconocida. Si sólo tenemos un pepino en vinagre para comer y guardamos un pedazo para la otra persona ¿No es eso, acaso, un inmenso acto de amor? Y no olvidemos la actitud de cada uno frente a lo inevitable, el fin de todo, la muerte. Alguno piensa en algo que le faltó hacer, uno comenta trivialidades, otro dice su nombre verdadero por primera vez, y hay quien pelea hasta el último instante y quien, por el contrario, se entrega en sacrificio. Así de heterogéneos somos los humanos.

De cosas como éstas nos habla, como al pasar, Los hambrientos. Bien lo sabía George Romero. Se puede construir una tremenda película de zombiespero al mismo tiempo hablar de la sociedad de consumo (El amanecer de los muertos, 1978) o de la voracidad de los millonarios y la lucha de clases (Tierra de los muertos, 2005). Robin Aubert elige construir un ensayo humanista. Nada mejor para eso que una buena película de terror.

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