#PostMarDelPlata2019 – (5): Planta Permanente

Por Gabriel Santiago Suede

Planta permanente
Argentina, 2019, 78′
Dirigida por Ezequiel Radusky
Con Liliana Juarez, Rosario Bléfari, Verónica Perrota, Sol Lugo, Vera Nina Suárez.

Devolver la política

Por Gabriel Santiago Suede

Allá lejos y hace tiempo, a mediados de los 90s, Claude Chabrol dirigía una película digna de un marxismo radical. O quizás era un marxismo de corto plazo, porque lo que La Ceremonia construía a primera vista no era necesariamente la cosmovisión final. Acaso la confusión se debiera al contexto. Y es que, en aquellos años de expansión neoliberal, ver una historia sobre una venganza de clase resultaba novedosa y liberadora. Pero si el cine de Chabrol fuera un cine de reacciones tan elementales, de disyuntivas tan banales (bueno/malo, pobre/rico) entonces no habría mucho para defender. Lo que hacía diferente al cine del director (y en esa película en particular) era una ética de la equidistancia, que es una gran estrategia para destruir disyuntivas falsas. Y es que en el cine de aquel director el maniqueísmo era uno de los principales enemigos. Por eso lo que la película tenía de desprecio en torno al mundo de una familia rica también expresaba su correspondiente horror frente a la venganza de clase a consumarse de parte de empleadas resentidas. Creo que la ironía de Chabrol era tan sutil que cuando afirmó haber dirigido la última película marxista, realmente le creyeron. Y quizás no se equivocaba. Pero debió haber dicho “la última película sobre la lógica marxista”. Y ahí el asunto habría sido otro.

Captura De Pantalla 2019 12 16 A Las 12.53.20 A. M.

Marxista lo que se dice Marxista no es Planta Permanente, pero si tiene una serie de ideas que creo que exceden a su mismo director y a lo que medio mundo quiso leer a primera vista. Y si eso le había pasado a Chabrol un cuarto de siglo atrás…por qué no podría haberle sucedido a Radusky? La confusión ha convertido a la película en un alegato sobre las formas del neoliberalismo en la administración del estado. Como si previamente Radusky no hubiera codirigido la excelente Los dueños (asi como Agustín Toscano, su codirector, dirigió en año pasado la excelente El motoarrebatador, película con la que dialoga Planta Permanente a la hora de representar una clase social (la clase media baja trabajadora) con sus claroscuros, sin endulzar nada ni moralizar), como si el director no tuviera algunas ideas más interesantes que hacer un cine de denuncia obvio, vacío, propagandístico (para eso lo tenemos a Tristan Bauer, por ejemplo). Bueno, si me preguntan, creo que esta primer película en soledad del director ha sido presa de un malentendido.

Captura De Pantalla 2019 12 16 A Las 12.55.38 A. M.

Ahora bien, empecemos con lo obvio. El malententendido tradicional (asociado a la corrección política) convierte a Planta Permanente en una película testimonial. En un testimonio de una época, como sien efecto se tratara de una crónica. Y si algo no hace la película es, justamente, pretender funcionar como una alegoría (al final de cuentas toda pretensión de testimonio busca dar cuenta de un estado de situación de época directa o indirectamente). Es, precisamente, la misma confusión (o en todo caso deberíamos hablar de lectura limitada) que con Chabrol. Y lo curioso es que esa clase de confusiones (que no son otra cosa que omisiones deliberadas) convierte a personas, a personajes tridimensionales, en meras funciones sociales, como si en la práctica todos los trabajadores fueran iguales, como si actuaran del mismo modo, como si sus experiencias fueran equiparables. Ese movimiento, que pretende defenderlos, termina siendo, por el contrario, un menosprecio. Convertir a los trabajadores en simples víctimas no solo es un ejercicio superficial, sino que restituye a la ecuación a un clasisismo que estaba ausente (al menos en Chabrol y en el film de Radusky, eso seguro).
Pensar que los trabajadores no pueden tener diferencias internamente, que no pueden ser presos de sentimientos humanos y contradictorios (que los lleven a traicionarse entre si, pero también a actuar vilmente) es también una toma de posición. Por suerte Planta Permanente jamás hace eso. Porque además de describir trabajadores describe a personas mucho más complejas y jodidas de lo que dicta el manual del buen progresista.

Captura De Pantalla 2019 12 16 A Las 12.50.59 A. M.

En la película el punto de partida es simple, pero con el desarrollo comienza a adquirir unos ribetes más complicados de lo que podía preverse. A decir: una nueva administración llega a la oficina de un edificio estatal (podemos presumir, por la forma de hablar de la encargada, que tiene un puesto político, que reúne todos y cada uno de los lugares comunes de cierta política gestionalista, es decir, política aséptica, carente de fanatismo, pero a su vez distante, fría, llena de lugares comunes: las asociaciones no son muy difíciles de hacer, y el tono suena a Maria Eugenia Vidal). Con la nueva administración aparecen problemas a la hora de reorganizar roles entre los empleados. En particular cuando la nueva jefa descubre que una de las empleadas llevaba adelante un comedor informal con el que podía complementar otro ingreso al magro salario que se le paga como empleada de limpieza. Ahora bien: contrario a lo que uno podía prever, que es un conflicto en el que los empleados iban a quedarse sin comedor o que iban a echar gente, la película decide ir por otro lado. E ingresar en un terreno de grises: no solo el comedor no se prohibe sino que la nueva jefa les exige que se ponga en regla, en un espacio habitable y que las nuevas condiciones permitan que no se superpongan roles sino que la empleada de limpieza deje de serlo para convertirse en la responsable de la cocina, como si se tratara de un emprendimiento personal. Lo extraño de ese movimiento es que uno no se lo espera. Porque lo esperable era que los políticos actuaran vilmente. Y la acción política de la nueva jefa, lejos de estar mal, termina siendo en principio un beneficio: blanquear una situación laboral y desprecarizar. Pero claro, si la película fuera solo ese movimiento, también sería bastante simple y carente de variantes. El problema emerge en dos niveles: lo que genera esa asignación “a dedo” de parte de un jefe a un empleado por sobre los otros a su vez que el conflicto interno entre los empleados a partir de esa selectividad.

Captura De Pantalla 2019 12 16 A Las 12.53.40 A. M.

Planta Permanente hace entonces un segundo movimiento, que es el que permite ver una doble especulación: por un lado de parte de la política en la administración del estado, que convierte a lo público en un espacio a ser loteado y, eventualmente, entregado a amigos. Pero al mismo tiempo al estado como un espacio improductivo, en el que los trabajadores también se aferran con uñas y dientes como si se tratara de un espacio en el que el ascenso social fuera el producto natural de la traición y el pisado de cabezas solo con el fin de acceder a contrataciones que aseguren la intangibilidad del trabajo. Ahí también Radusky se mete con un tabú suficientemente silenciado como para que casi nadie diga nada en el cine argentino. Y ese tabú indica que el estado es también un espacio coptado por intereses varios (empresariales, políticos pero también sindicales). No hay inocencia alguna en ninguno de los personajes de Planta Permanente. Y bien por el contrario sus traiciones, agachadas y demás no son producto de la irrupción de la nueva gestión. Por eso es interesante que ante una película adulta, que reconoce mil contradicciones entre los personajes que la habitan, la tentativa inmediata de lectura haya convertido a personajes de carne y hueso en pobres e ignorantes trabajadores frente a la maldad de la política descorazonada y su burocracia. No, nada de eso es el terreno de esta gran película. Y así como en Los dueños el comentario sobre las tensiones de clase no emergía de un maniqueísmo trasnochado, en Planta Permanente hay cine político, precisamente porque las tensiones de clase en el interior del seno de la administración son lo que vuelve a los personajes actores sociales y no marionetas o víctimas.

Seguramente cuando se estrene comercialmente volveremos a escuchar los mismos lugares comunes, que despoliticen a los trabajadores, que los vuelvan las víctimas de turno. Porque no hay nada más progresista que convertir a una persona, con sus ansiedades, ilusiones y problemas, en un martir, en un angelito o en una víctima perfecta del neoliberalismo.

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