Psycho Goreman

Por Rodrigo Martín Seijas

Canadá, 2020, 92′
Dirigida por Steven Kostanski
Con Nita-Josée Hanna, Owen Myre, Adam Brooks, Alexis Hancey, Matthew Ninaber, Steven Vlahos, Kristen MacCulloch, Anna Tierney, Kenneth Welsh, Reece Presley, Rick Amsbury, Matthew Kennedy, Conor Sweeney, Robert Homer, Timothy Paul McCarthy

Mi villano favorito

Se podría pensar a este film de Steven Kostanski como un cuento de hadas. Uno en su vertiente más oscura, aunque no deje de ser luminoso desde su permanente delirio gore. Hasta podría contarse su argumento usando su clásico estilo narrativo: había una vez… un villano con un nivel de maldad estilo Thanos, de esos con ganas y poder para destruir el universo entero, que había sido encarcelado en una prisión que se suponía entera. Cuando una niña llamada Mimi, y su hermano Luke lo liberan accidentalmente, todo parecía dado para que volviera a desatar el caos y la destrucción más absoluta. Sin embargo, Mimi tiene en su poder una gema que controla a este villano, quien debe obedecerla en todo sin chistar. Y ella, con un nivel de impunidad casi inigualable, hasta lo bautiza con un nombre que solo ella podría inventar: Psycho Goreman, “o PG para hacerlo corto”.

El tono paródico es constante en la película, pero esa parodia no es un mero conjunto de citas u homenajes a exponentes del terror, la ciencia ficción o la comedia de los 80s que gira en torno a una docena de títulos que es ocioso mencionar. La parodia que construye Psycho Goreman está en función de reformular relatos previos, retorcerlos y procurar crear algo nuevo. De hecho, ese villano, con su historia poblada de alianzas, traiciones, enemigos mortales y matanzas de todo tipo acciona como una puerta a un mundo ficcional que podría ser infinito. Un mundo que podría relacionarse con los de Star Wars, He-Man y Calabozos y dragones -por nombrar solo algunos referentes-, pero que es capaz de diferenciarse a partir de su esencia sanguinolenta y una moralidad carente de pureza, donde todos a su manera son malos, incluso aunque se crean buenos. De ese mundo apenas vemos un vistazo a partir de evocaciones mínimas y a veces interrumpidas, dejándonos con ganas de saber más, como si Kostanski nos estuviera mostrando lo que podría ser la fórmula perfecta para construir una franquicia: no dejar todo abierto, brindar apenas un par de pantallazos para capturar la atención del espectador.

Ese universo inmenso, casi inabarcable que se insinúa, con criaturas de todo tipo, se da la mano con un microcosmos familiar que no deja de tener sus particularidades. Empezando por Mimi, una niña a la que no le importa ningún límite ético o moral, a tal punto que es capaz de decirle a su hermano “ya te dije que la abuela está en el infierno y no va a salir nunca de ahí”. Siguiendo con Luke, que siempre va detrás de Mimi, muchas veces a su pesar; su padre, Adam, un perdedor nato y al que le cuesta hacerse cargo de cualquier labor; y su madre, Susan, que quiere imponer o recomponer un cierto orden, y nunca puede. En esa familia disfuncional, plagada de imperfecciones, PG encuentra la horma de su zapato, un espejo que lo interpela y lo desafía, aunque eso no lleve a cambios abruptos.

Es que, ante todo, lo que siempre se preserva en Psycho Goreman es la coherencia de sus personajes. Principalmente con ese villano que parece salido de un cuento de Clive Barker y que nunca resigna su vocación destructiva y cruel, por más que establezca con Mimi una relación de respeto y hasta cariño. Esa consistencia narrativa y estética, que respalda el camino recorrido de los protagonistas, es la que brinda el soporte perfecto para un despliegue de ideas que se van superando a sí mismo en sana arbitrariedad y locura. Y que también le permite superar algunos pozos argumentales y secuencias no del todo bien resueltas. Kostanski no pierde de vista nunca lo que hay que contar, es fiel a lo que necesita su historia y hace de Psycho Goreman una película sumamente querible, con personajes marginales que aprenden a relacionarse con los demás sin alterar su subjetividad, incluso abrazando la maldad, un credo abandonado por el buenismo que inunda al cine contemporáneo.

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