Raw

Por Ignacio Balbuena

Francia, 2016, 98′
Dirigida por Julia Ducournau
Con Garance Marillier, Ella Rumpf, Rabah Nait Oufella, Laurent Lucas, Bouli Lanners, Joana Preiss, Marion Vernoux, Denis Mpunga, Jean-Louis Sbille

Lo que te comiste

“Los cuerpos femeninos aparecen representados en nuestras pantallas de forma sexualizada para complacer a los hombres, o glamorizados, estableciendo expectativas para las mujeres. Nadie se puede relacionar con eso”, dijo Julia Ducournau, escritora y directora de Raw en una entrevista. “Quería presentar otra opción. Un cuerpo que sude, que vomite, que mee”.

Efectivamente, los cuerpos son centrales en Raw. Cuerpos desnudos, muertos, vivos, de animales y de humanos. Raw es una película efervescente, de emociones desbordadas y a flor de piel. Hay sexo, rabia, noches brumosas de fiesta y alcohol, pero también ternura, risas, complicidad y sensualidad. El título en español, Voraz, es apropiado y straightforward: El debut como directora de Ducournau cuenta la historia de una estudiante de veterinaria vegana que descubre, a partir de una primera experiencia con la carne, un instinto caníbal que empieza a dominarla. Pero algo se pierde en la traducción. Raw, el título original, alude a varias cosas además de la carne cruda que la protagonista empieza a desear de un momento a otro.

Raw emotions. Raw sexuality. Emociones y sexualidad. Y vulnerabilidad. Porque la película es, además de una gran película de body horror y canibalismo, un drama de coming of age, una película sobre la relación entre dos hermanas, y una mirada íntima y profundamente personal sobre la sexualidad juvenil y la brutalidad de los rituales de iniciación universitarios.

El planteo inicial de la película es un escenario familiar: una chica brillante en lo académico, pero inocente y virginal en lo personal, llega a una escuela de elite y se encuentra con un mundo hostil y seductor a la vez. En la veterinaria donde estudia su hermana mayor y estudiaron sus padres, funciona de forma normalizada y sistemática un violento régimen de iniciación para los ‘novatos’ que de un momento a otro se ven obligados a caminar en cuatro patas como perros, ven como su ropa y colchones son arrojados en la mitad de la noche por las ventanas, y se ven prácticamente obligados a salir de fiesta todos los días, llegando a las clases después de noches en vela, ojerosos y decadentes.

Un plano secuencia genial marca este tono inicial de confusión y cuerpos sudorosos. Suena un tema del dúo europeo The Dø que se llama Despair, Hangover & Ecstasy (‘desesperación, resaca y extásis’), y Justine deambula en una fiesta completamente iluminada de rojo, chocándose con gente que baila y transa contra las paredes, en una suerte de coreografía errática. Se cruza con su hermana en la fiesta (acompañada por su perro) y la escena se traslada a un cuarto en la oscuridad total con cuerpos de animales embalsamados y formol. La película alterna constantemente entre estos dos mundos, el reviente de neón de la juventud desenfrenada, y los cuerpos de animales, abiertos, examinados. De alguna manera para la directora es todo lo mismo: carne y fluidos. Como si esperara Cronenberg en la esquina.

Incluso las escenas de personajes comiendo tienen presente este elemento de repulsión: Justine come un puré y lo tiene que regurgitar porque tiene una albóndiga adentro. Más adelante, cuando ya empieza a sentir la atracción irrefrenable por la carne (producto de un ritual de inicio que la fuerza a ingerir un trozo de carne cruda de un animal), se guarda una hamburguesa en el bolsillo y el encuadre hace enfásis en la grasa que le chorrea por el bolsillo de la bata. Cuando come un shawarma, se lo come como una desaforada, y no le alcanza, después la vemos comiendo carne cruda de la heladera a escondidas, como una adicta escondiéndose avergonzada de sus propios impulsos.

Es habitual pensar las películas de terror como metafóricas: el zombie de Romero como símbolo de los excesos del conformismo, el espectro de It Follows como una advertencia contra la promiscuidad. En cambio, el canibalismo en Raw no aparece para expresar un subtexto, sino como la oportunidad de la protagonista para encontrar y abrazar su verdadera identidad. La escena en la que Justin se entrega al deseo de comer carne humana por primera vez es absolutamente brillante. Alex, la hermana mayor, le dice a Justine que a su edad ella ya se depilaba por completo, después de arrancarle unos pelitos del entrecejo. La somete a una sesión de depilación con cera entre las piernas, y en un desafortunado accidente con unas tijeras inusitadamente filosas, Alex pierde un dedo. Justine observa el dedo detenidamente, con curiosidad. Lo mueve, lo gira, lo observa, y la banda sonora de Jim Williams acompaña con guitarras acústicas. Presiona el dedo para ver brotar la sangre, se lo lleva repentinamente a la boca. La actriz Garange Marillier, extraordinaria, da cuenta perfectamente de ese instante de fascinación pura. Se queda mirando fijo el dedo varios segundos después de llevárselo a la boca, dándose cuenta de lo que acaba de hacer, saboreando el momento (pun not intended) mientras el tema musical pasa de las guitarras acústicas a unos arpegios de órgano gótico y guitarras eléctricas. Del momento íntimo entre mujeres al exploitation y el género en tres minutos.

El órgano también marca lo ominoso de la situación. El padre de Justine dice “un animal que probó la carne humana nunca estará seguro”, refiriéndose al perro que pagó las consecuencias del accidente como chivo expiatorio de Justine. Pero claramente ella está en la misma situación y desde ahí todo cambia para Justine, que se entrega íntegra al deseo por la carne, en varios sentidos. Ducournau recurre a algunos escenarios típicos del cine juvenil (el baile sexy frente al espejo, los celos entre hermanas por un chico, la pareja que tiene que besarse arbitrariamente por un juego de azar) para mostrar estos cambios, pero siempre a través de un filtro enrarecido, atmosférico. En varios momentos la cámara permanece fija, subrayando la intensidad de las actuaciones en vez de cortar a un contraplano, y el uso de colores saturados y vibrantes (luces de neón, pintura, sangre) también contribuye a crear un clima onírico. Alternando entre el sueño y la pesadilla, la ternura y la violencia, la inocencia y la sensualidad, Raw es una película original y extraña con uno de los finales más satisfactorios y potentes de los últimos tiempos para el género. Aunque decir que se trata estricamente una película de terror probablemente sea injusto. Hay momentos sangrientos, algo de gore, y momentos genuinos de repulsión absoluta (una escena de vómito en particular parece que nunca termina) pero también espacio para el humor negro, el drama personal, y temas musicales de soundtrack de película de fraternidad universitaria. Hay mucho para digerir en Raw, y es una película que invita al revisionado para saborearla en detalle.

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