Re Loca inicia con una secuencia de créditos coloridos y relajantes, que se mecen como una hamaca paraguaya al son de una canción acústica que introduce al espectador en un imaginario paradisíaco, que invita a relajarse y entregarse a la tranquilidad. La última imagen de los créditos, una ilustración de dos pies de un personaje que mira hacia el horizonte desde la hamaca en cuestión, se funde con la primer imagen de la película, la de dos pies reales en la playa. Y luego los ojos enormes de Natalia Oreiro en primer plano. Ojos que añoran y desean esa playa como si fuera verdadera, pero que no es más que una imagen en un televisor, en un cuarto con un marido (Fernán Mirás) que ronca como un condenado y se tira unos pedos espantosos. En efecto, la vida de Pilar (Natalia Oreiro) está lejos del paraíso que sugiere la secuencia de títulos iniciales. Tiene en su casa un marido vago, gordo, con aires de artista, pero que no se las arregla ni para pagar el gas. Tiene un hijastro que la maltrata como si fuera un bully de secundaria. Los taxistas y conductores son, bueno, taxistas y conductores de Buenos Aires, que la maltratan tanto como maltratan a todo el mundo. Mantiene una relación anclada en la nostalgia con un ex-novio a punto de casarse (Diego Torres) y si bien tiene un puesto importante en una agencia de publicidad, un jefe que no la valora no tiene problema en desplazarla en su propio territorio para favorecer a una ‘influencer’ como Maia Cantarini, una de esas personas que hace de su vida cotidiana una serie infinita de Instagram stories.

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La fantasía de la playa se hace recurrente: en una sesión de terapia fallida Pilar le cuenta a su terapeuta (Diego Peretti, en un cameo muy efectivo) como sueña con tirarse a los brazos de un montón de chongos al palo con un daikiri de frutilla en la mano. Por toda respuesta su terapeuta le pregunta como viene con la medicación. Claro, la existencia de Pilar no es sólo miserable en el día fatal que nos cuenta el inicio de la película, sino que viene arrastrando estos problemas desde siempre. Por eso mientras la película estalla en una paleta de colores saturados y chillones, ella se viste al comienzo con colores apagados, grises. Vive sedada.

¿No estábamos ante una comedia mainstream? Sí, claro, pero Martino Zaidelis, director debutante en esta remake de la película chilena Sin Filtro, se toma su tiempo para delinear el mundo opresivo en el que vive Pilar y los personajes que la rodean. Lejos de ser meros estereotipos funcionales a la desgracia del personaje, son personajes cargados de contradicciones, en los que podemos reconocer acaso personajes de nuestras propias vidas (como la amiga ensimismada en sus problemas interpretada por Pilar Gamboa, todo el tiempo con la mirada clavada en el celular, pendiente de si su ex aparece en Tinder). Incluso el rango limitado de un actor como Diego Torres aparece aquí aprovechado para construir esa idea del ‘boludo feliz’, sometido a la voluntad de una novia hinchapelotas como la interpretada por Gimena Accardi.
 Las Primeras Imagenes De Natalia Oreiro Re Loca Y Con El Pelo Corto 425115

Buena parte del imaginario formal de Re Loca (como esos remates staccato de las cuerdas de la banda sonora de Emilio Kauderer) remite a un momento muy feliz de la comedia americana, esa de finales de los ‘80s y principios de los ‘90s en los que podíamos tener a una Meg Ryan como protagonista. Pero remite también, por momentos, a esa construcción del género -lejana por supuesto, de lo que suelen practicar muchas comedias de estudio argentinas- propia de un naturalismo a lo Judd Apatow. Incluso el mismísimo poster de la película, con los personajes retratados en gran angular y con expresiones llamativas, parece remitir un poco a ese imaginario noventoso. En efecto, más que el naturalismo tan propio de la comedia actual, hay un gesto de cálculo formal que no por eso le quita corazón a la película. Mientras muchas películas se limitan hoy a dejar que los actores improvisen y crear las escenas en el montaje, Re Loca apuesta al timing cómico de sus actrices y sale airosa, principalmente por una Natalia Oreiro luminosa y carismática, pero también apoyada en decisiones formales muy puntuales que sugieren una importante atención al detalle. Veamos: en una reunión humillante, las voces se funden en una masa reverberante y suenan campanadas. Luego cuando la protagonista entra en su momento de crisis y la vemos caminar llorando en medio de la noche, la cámara abandona la prolijidad de su primera mitad para pasar a una cámara en mano más nerviosa. Más adelante, con el ritual ya hecho –Re Loca es la historia de una mujer que por arte de magia empieza a decir todo lo que piensa sin ningún tipo de filtro- es el vestuario lo que da indicios del cambio. Antes grises apagados, ahora rojos chillones. Eventualmente el personaje empieza a descarrilarse y allí aparece un sobretodo lleno de garabatos que parecen sacados de un cuadro de Basquiat. La música, por otro lado, cambia de las cuerdas que sugieren cotidianeidad y remates chistosos a un dubstep furioso para transmitir la furia del personaje.
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Un aspecto lateral de la película parece recordarnos, por momentos también, a las comedias noventosas de Jim Carrey, a lo Mentiroso Mentiroso. Pero hay algo más que un experimento de comedia anacrónica. Al principio, ese don nuevo obtenido por arte de magia parece una bendición. El mundo se re-ordena y todo parece ir bien. Hasta que aparecen las consecuencias morales de los actos de Pilar. Allí donde la liberación y la alineación de ‘los deseos con los actos’ (como sugiere el gurú a la protagonista) genera un daño en los demás, aparece la ansiedad y la desesperación. Y si en un principio todo era relax, renunciar al laburo, fumarse un porro y echarse a dormir morfando pizza, más tarde llegaran los problemas: un gato enfermo por aquí, un amigo cercano herido por allá, la imposibilidad de controlarse. Un televisor anuncia al azar algo así como ‘hay que limpiar el alma’, y la segunda vez que Pilar se echa en la cama, ya no relajada sino sobrepasada por su propia ‘falta de filtro’, lo hace con un salto de eje: las cosas se pusieron al revés. Y después de un último acto de locura, termina en la cárcel, y alguien no la deja dormir porque ronca. Back to square oneEs allí cuando la película amaga con cerrar en el lugar más común posible, que es la resolución romántica con el ex.

El gran momento de empoderamiento femenino de Re Loca no es -finalmente -cagarse a piñas con un taxista, quemarle el auto a los quilomberos del piso de arriba o incluso separarse de un marido que no cambia más. Ni siquiera es la re-apropiación positiva del estereotipo de la ‘mujer loca’  que se opone a la mujer embartulada y sumisa. No, el momento clave de Girl Power llega hacia al final, en una epifanía de Pilar. Al darse cuenta de que la liberación real no es detener un casamiento para encontrar un amor que no es tal, sino irse sola manejando escuchando un poco de rock and roll, se subvierte el cliché pedorro del romance como única salida del pozo. Y en ese cambio respecto de la original está acaso la decisión más inteligente de esta comedia notable para el standard mainstream que sabemos tener.