Red

Por Ariel Esteban Ramos

Turning Red
EE.UU., 2022, 100′
Dirigida por Domee Shi

La zona media

Un conocido aforismo recomienda no dedicar tiempo a escribir poemas cuando se está contento, a riesgo de caer en la cursilería más banal. Un caveat similar podría ensayarse a las críticas de cine: no escribirás sobre películas que disfrutaste. Confieso que Red (el Turning Red original es más apropiado) me hizo reír, rememorar, emocionarme y hasta logré entender nuevamente qué era eso de la vergüenza. La película es sensible, inteligente e hilarante. Pero a diferencia de lo que sucede en el ámbito legal, aquí toda confesión de parte requiere que se aporten pruebas.

Turning Red es el último blockbuster de Disney, difundido recientemente a través de Disney+. Domee Shi no es una desconocida para los fans de Pixar. Después de colaborar durante años en varios guiones de esa franquicia, escribió y dirigió un muy buen corto (Bao, 2018) que puede verse en la misma plataforma, acerca de la relación madre-hijo y los cambios que le sobrevienen a lo largo del tiempo. Seguramente no es casual que alguien con su sensibilidad para estos temas haya sido convocada para IntensaMente, Arlo, Los increíbles 2 y Toy Story 4, todas ellas con un fuerte interés en las relaciones familiares y sus modulaciones. En una entrevista reciente, la directora admitió que Turning Red tiene un fuerte sesgo biográfico.

Una madre controladora, perfeccionista y absorbente tiene una hija inteligente y estudiosa que quiere complacerla. ¿Qué podría salir mal? Posiblemente nada… hasta los 13 años. Mei Lee lleva una doble vida: es la hija perfecta de su familia de prosapia china en Toronto. Por otra parte, ella y su grupo de amigas incondicionales mueren por los 4-Town, una boy-band estereotipada que les provoca una feroz efervescencia hormonal, con esperables fantasías y dibujos de un erotismo soft en diarios íntimos. La familia administra un templo cuyos animales guardianes son los pandas rojos. Una famosa tátara-tátara recibió el don de transformarse en ese animal para defender a sus hijos, y luego lo heredaría a las mujeres de la familia, que pueden evitar el incómodo don mediante un antiguo ritual. Esa transformación aparece en la adolescencia, disparada por las emociones fuertes, ese momento en que los hijos se transforman (como hace siglos lo hicimos nosotros) en otros. 

Turning Red podría entrar en la categoría del Bildungsroman (historia de formación o aprendizaje) aunque su trayectoria es particular. La historia personal de Mei debe, para poder construirse, primero deconstruir la historia familiar que quieren heredarle (la cultura) preservando de alguna manera el camino de las emociones (la naturaleza). Si Stevenson eligió hablar en clave sobre la sociedad victoriana usando a un imaginario doctor que se transmuta en monstruo, en la era de Pixar todo puede explicarse, y hasta con dibujitos. Pero Shi lo hace todo aún más complejo sumando dos novedades: 1) el motivo de la muñeca rusa, ya que se trata de la cultura tradicional china dentro de la cultura occidental, multicultural pero claramente occidental; 2) ocurre en una situación narrativa (y cultural) de matriarcado fuerte, dominante, que transmite abiertamente una serie de mandatos de sometimiento a la tradición, a cierta conducta decorosa que las hormonas ponen en riesgo a cada paso. Es simpático que para controlar a la bestia deba encerrarse su poder en una joya… las famosas family jewels, es decir, una canalización en impulsos aceptables, joyas engastadas.

La apuesta de Shi no es nueva, pero resulta radical al leerla hoy día en contraste con todos los discursos que enseñan que todo, absolutamente todo, es una construcción cultural. En Turning Red, por el contrario, el camino es confiar en cierto estatuto natural de la subjetividad ayudado por un proceso de desarrollo individual (sostenido por los afectos, sí), y no el cambio cultural o social, ya sea de tono terapéutico o revolucionario. También hay que decir que es llamativo para Disney el tono celebratorio y sin disculpas de la heterosexualidad más ramplona: chica desea a chico, algo que no sólo está bien, sino que no se compensa en el filme con otras figuraciones posibles de las relaciones amorosas. Si todavía nadie se ha ofendido o gritado “anatema” porque la película no muestra otros mundos románticos posibles, me pregunto si se debe a que Shi no es occidental o, dicho en buen criollo, blanca. Algún slogan aparece sobre el final. Su madre le pide a Mei que se arregle para salir, pero ella responde “Mi panda, mi decisión”. Quien se sienta contento, identificado con esta pequeña bandera reconocible de rebeldía, quizá debería plantearse por qué la directora pone precisamente ese estandarte en manos de un personaje de apenas 13 años que poco o nada sabe aún de la vida. Por no hablar del manso y casi mudo padre de Mei, que deja caer la clave de bóveda cuando todo parece ya perdido. 

QED, humor, sensibilidad, inteligencia y buena graduación de un arco narrativo que nunca se afloja. Me caen bien esta señora Shi y su vía media. 

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