Rey Richard: una familia ganadora

Por Luciano Salgado

King Richard
EE.UU., 2021, 138′
Dirigida por Reinaldo Marcus Green
Con Will Smith, Demi Singleton, Saniyya Sidney, Aunjanue Ellis, Jon Bernthal, Tony Goldwyn, Andy Bean, Kevin Dunn, Craig Tate, Dylan McDermott, Katrina Begin, Andy Hoff, Jimmy Walker Jr., George Ketsios, Susie Abromeit, Noah Bean, Judith Chapman, Layla Crawford, Chet Grissom, Vivienne Bersin, Daniele Lawson, Vaughn W. Hebron, Christian Yeung, John Dinan, Hannah Barefoot, Adam Cropper, Mel Fair, Gabi Stewart, Carrie Gibson, Mikayla Lashae Bartholomew, Danya LaBelle, Jeni Jones, Josiah Cross, Sean Berube, Michael Andrew Baker, Mathew Trent Hunnicutt, Trent Longo, Rod Sweitzer, Connie Ventress, Kika Cicmanec

Los hechos y lo sagrado

Cuesta trabajo encontrar, a lo largo de la historia del cine, formas precisas, figuras adecuadas que hagan del tenis un terreno fértil para la explotación audiovisual. Más bien lo contrario: se trata de un deporte simple pero a la vez complejo de filmar. Se trata de un deporte en el que su mera geometría nos predispone casi siempre a una cierta frontalidad o bien lateralidad, eventualmente un deporte en el que el cine puede aprovechar sus diagonales. Pero en mayor o menor medida se trata de un deporte expuesto a la mediocridad del registro. Curiosidad, entonces, que un deporte contentos momentos épicos, con tanta historia narrativa no haya encontrado en el cine el lugar adecuado para crecer y convertirse en una concreción de lo que siempre fue promesa.

El desencuentro entre cine y tenis supo ser histórico, como si una maldición deliberada hubiera sido lanzada sobre aquel deporte. Asi las cosas, en los últimos 10 años comenzamos a experimentar una revalorización del tenis como aparato narrativo, como motor (que siempre existió, pero que no supo ser aprovechado). En esta dirección de acontecimientos podemos encontrar a Rey Richard, que amenazaba con convertirse en uno de esos melodramas domésticos lacrimógenos sobre el maltrato de un padre a sus hijas y terminó siendo una película capaz de esqyuvar todos y cada uno de los lugares comunes a los que iba dirigida. En ella no hay solemnidad, no hay historia de un maltrato, no hay tenis como excusa para contar otra cosa, no hay amarillismo. Por el contrario, hay emoción, hay comedia solapada, hay tenis como hecho dramático que da cuenta de una pelea personal contra el propio origen, pero también hay una confesión de amor complejo en el interior de una familia que nunca dejo de creer en si misma y en cada uno de sus integrantes. En ese sentido de cosas Rey Richard si cumple con las formas del melodrama. Pero se trata, acaso, de un melodrama ya no de disolución ni de caída ni siquiera de encuentro, sino un melodrama de contención, en donde un conjunto de personas intenta sobrevivir frente a un contexto hostil. Hablo de melodrama de contención porque se trata de una de las variantes menos visitadas del género, que ya de por si tiene en su centro de obsesiones a la familia y a sus relaciones.

Rey Richard es un melodrama en el que la contención, la red de salvataje es, justamente, el tenis. Como disciplina la película muestra a ese deporte como una de las funciones del deporte en general: salvar a la gente, organizarla, darle un objetivo. Como herramienta dramática el tenis aparece como excusa para mostrar las tensiones entre la familia Williams y un mundo no particularmente predispuesto a aceptar otras reglas de juego. Se podrá decir también (pero la película no habilita esa lectura) que estamos ante una familia de un protestantismo casi puritano, que en su religiosidad construyó una vida hiperactiva planificada en donde nunca hubo espacio para la improvisación. Y en ese sentido Rey Richard también es una fábula oscura en la que aquello que salva también puede ser artífice de destrucción, ya que sin mediar explícitos maltratos (más bien parece lo contrario), los padres de las hermanas Venus y Serena Williams disponen una suerte de captura silenciosa, en donde sus hijas no pueden optar por ninguna otra posibilidad que no sea la planificada. Desde ese costado, sobre el cual la película no hace particular énfasis, resulta difícil no observar que también estamos testimoniando la historia de un encierro, la historia de una serie de decisiones arbitrarias y tiránicas. 

Pero poco importa si logramos dar con los hechos reales, con la historia pura y dura. Porque quien gana en Rey Richard es el poder del artificio, capaz de que suspendamos nuestra inverosimilitud y creamos todos y cada uno de los hechos de esta fábula deportiva en la que el tenis, afortunadamente, es recuperado con vigor y muscularidad. En este punto convergen el corazón de una pelïcula emocional y el corazón de una película física sorprendente, pasada por alto. Rey Richard demuestra que los hechos no son sagrados cuando hay una estrategia para narrarlos con furia, sonido y corazón.

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