Rules don’t apply

Por Tomás Carretto

EE.UU., 2016, 126′
Dirigida por Warren Beatty
Con Matthew Broderick,Warren Beatty, Annette BeningLily Collins y Alden Ehrenreich

El factor Warren

A Guillermo Piro le encanta contar la anécdota del biógrafo de Warren Beatty, Peter Biskind que cuenta que el “último gran amante de Occidente” y último (o penúltimo contando a Nanni Moretti o Mel Gilson) hombre orquesta del cine se acostó con 12.775 mujeres. Casi tan impresionante numéricamente y más veraz resulta el hecho de que tardó ¡40 años! en concretar su biopic de Howard Hughes. En el medio pasó una vida: Warren dejó de ser el niño mimado -en la cresta de la ola de Hollywood- al que todos querían complacer (y al que le pedían que concretara esta biopic que estaba llamado a filmar) y se transformó en un “anciano” molesto, incomodo e indeseable. Parece un gesto consciente, como si hubiese esperado todo ese tiempo para terminar de mimetizarse con esa criatura terrible que fue Hughes.

Molesto por su rigor intelectual, incomodo por sus opiniones políticas (vean Reds o Bulworth sino), indeseable por su visión sobre el cine, por sus películas (pocas pero radicales – para los estándares de Hollywood-), y por pretender salir de ese lugar de galán protegido al que no se le pedía nada (excepto ser otra cosa distinta a lo que es) y al que cuando llega a viejo se le pide que no levante la voz, el lugar de Warren Beatty (WB de aquí en más) ha sido de todo menos cómodo en las últimas dos décadas y media o tres. Para colmo Scorsese le ganó de mano por 10 años con su proyecto sobre Hughes, con un retrato demasiado idílico y psicologista, cinematográficamente aséptico (algo que explican las propias fobias de Scorsese y el giro en su cine cada vez menos realista y mas cosmético), tratamiento al que seguramente la honestidad y el humor de Warren jamás hubiesen accedido. Las reglas (como dice el titulo) ni para Warren ni para Hughes aplican. Dejemos de lado cualquier rigor histórico y el panegírico, tiremos la solemnidad a la basura y juguemos con un estilo de comedia lubitschiano donde los dardos screwball escritos por el propio Warren y Bo Goldman, son el sello siempre desafiante del cine de WB. Los datos históricos puestos al servicio de la comedia.

Warren Beatty, a pesar de ser una especie de estrella de rock en abstinencia desde que dejó de lado las películas y se dedicó a su matrimonio con Annette Benning y a la vida de familia y el hogar, es (lo sigue siendo) una de los grandes directores de Hollywood. Grande, grande. El nexo necesario entre Orson Welles y Mel Gibson. Sus films dan cuenta de un estilo personalísimo y de una sabiduría sobre el oficio que es propia de otro tiempo.
La anécdota sobre la cantidad de mujeres con las que se acostó WB hace a esta película a los efectos de que el sexo y el puritanismo religioso son algunos de los grandes temas del film. Warren ya alejado de sus correrías tiene bastante en claro que coger tanto lo hizo otra persona. Una persona mas libre, menos prejuiciosa. Un eslabón imprescindible en su educación intelectual y sentimental. Sin el cual parece decirnos “hubiese sido un idiota”.

Quizás por todo lo anterior WB carga sin contemplaciones con la hipocresía sexual de una sociedad ultraevangélica como es la americana. En ese sentido es importante el protagonismo de la gran pareja principal llena de química conformada por Alden Ehdenreich y Lily Collins reduciendo aquí la propia vida de Howard Hughes a una especie de mcguffin. Alden y Lily podrían ser también los Jesse Eisenberg y Kristen Stewart de Café Society (Woody Allen, 2016) o los Zac Efron y Claire Danes de Me and Orson Welles o los Michael J Fox y Gabrielle Anwar de Por amor o por dinero. Alden (Frank Forbes) particularmente es esa suerte de Pip “el vulgar y tosco pobrecillo” que Charles Dickens retrató sobre el final de su vida en Grandes esperanzas. Warren como Dickens dedide volver a ese hombre que fue, cuando llegó a ese mundo de fantasía llamado Hollywood en 1958. Ese hombre precario, inexperiente y lleno de sueños que se debate entre el éxito profesional (poder transformarse en “alguien”) y el amor noble por una mujer. La disyuntiva universal entre ser y tener. Disyuntiva que viene agravada por los prejuicios, el clasismo, la pacatería y el culto al dinero y el éxito de una sociedad despiadada que parecen condenar todos nuestros sueños mas íntimos. Para Warren, Hughes no es sino otra víctima de esa sociedad que decide proyectar en él todos los males como una suerte de Marqués de Sade, de bestia negra, temida y admirada, de “gangster empresario”, de patriarca hermético y obsesivo y niño prodigio con el que también juega y se identifica (y con el que compartió trono en Hollywood). Hughes (a la mirada de Warren) es ese chico asustado que quedó huérfano, que solo quiere ser querido y que tuvo la mala suerte -para ello- de haber heredado y conformado la fortuna más grande del mundo. Todas las excentricidades de Hughes son suerte de“pruebas de amor” que establece con ese mundo exterior materialista y ruin que corre tras su dinero. Y que por ello no tiene otro destino que recluirse y huir.

Lily Collins (Marla Mabrey) es la starlette, la “estrella” en esta historia, sorprendentemente natural y convincente en su papel de chica lista y bella que también se debate entre satisfacer su vanidad o su esencia. Con Frank y Marla, Warren parece retrotraernos a aquella pareja que formó con Natalie Wood en Esplendor en la hierba (Elia Kazan, 1961), otra pareja de jóvenes acosados por el puritanismo sexual y el deber ser. La comedia es drama más tiempo. También es para destacar la química que se establece entre Howard y Frank. Amo y criado. En su doble faceta. Relación de interés y de afecto y admiración genuina, como Adam Sandler y Seth Rogen en Funny People o Kevin Bacon y Brad Renfro en Telling lies in America otras dos películas que hablan de sueños y complicidades (y que también tienen su veta desencantada y amarga) de la mano de Judd Apatow y Joe Eszterhaz, otros dos corrosivos.  Warren usa el cuarto movimiento de la quinta sinfonía de Mahler como el leitmotiv de ese amor platónico entre Frank y Marla pero que también es la nostalgia de Howard (viejo, maquillado y decadente) por ese niño que fue. La referencia a Muerte en Venecia no es gratuita.

Inconformista, a Warren Beatty siempre le gusta jugar con los “héroes” extremos: John Reed, Jay Bulworth, Howard Hughes. Acido, subversivo, el cine de Warren Beatty es la contracara de esa sociedad a la que ama defenestrar. Es una lástima que esta película, demorada y falsa biopic, haya pasado desapercibida (y tapada por aquel inolvidable gaffe en los Oscars). Sin embargo el bueno de Warren nos advierte: “Todo lo que hagamos ahora recién va a poder ser valorado dentro de quizás 15 años”. Esperemos que tenga razón.

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