Santa

Por Ludmila Ferreri

Argentina, 2021, 85′
Dirigida por Víctor Postiglione
Con Manuel Vainstein, Jonathan Da Rosa, Roly Serrano, Germán de Silva, Moro Anghileri, Daiana ‘Dai’ Hernández

Una temporada en el infierno

El cine de denuncia tiene una larga tradición en nuestro país. A veces un tanto esquiva, ya que los modos elegidos quizás no cierran del todo con la propuesta y el amarillismo en el que muchas de estas películas suelen caer (recordemos el cine de Olivera y Ayala con la productoria Aries en los primeros ochentas y con la recuperada democracia como un ejemplo de esto). Pero en otras ocasiones las decisiones permiten que el ingreso sea lateral, incómodo o por lo menos que no busque cagarnos a cachetazos o aleccionarnos torpemente. Entre el primer y el segundo grupo vive Santa, que tiene sus pro y sus contra a la hora de abordar ese esquivo formato genérico del cine testimonial de denuncia.

El plot, en este sentido, es bastante simple y no aporta demasiado a la trama, ya que lo que nos promete no es algo que nos sea ajeno a lo que podemos haber escuchado en torno al negocio de la trata de personas. Tampoco lo es en relación al modo en el que el cine se ha propuesto narrar ese espanto. Santa, partiendo de este punto, elige el lugar común de salida, ya que narra la búsqueda desesperada de un hermano detrás de su hermana recientemente secuestrada, a la que presume encerrada en un lugar de cautiverio y explotada sexualmente. De ahí en más la búsqueda desesperada con ayuda de un primo, el ingreso en el mundo turbio de la trata y finalmente el encuentro. Pero ahí es donde el asunto cambia.

Si dijimos que Santa tiene un pie puesto en cada una de las formas del cine de denuncia es porque, por un lado, opera todas y cada una de sus decisiones en pos de un dictado moral con el que seguramente concordamos y nos hace horrorizar y maldecir a las formas en las que la trata, las instituciones policiales y el delito en general funcionan aceitadamente. Pero al mismo tiempo la película carga con un tono melancólico, con un pathos trágico incómodo y difícil de elaborar, que se aparta de la necesidad de hacer justicia o de forzar una definición que indefectiblemente es la que terminamos testimoniando.

Los últimos 10 minutos de la película de Postiglione son, en efecto, terribles. No tanto por lo que se muestre o por la miseria con la que se describe un espacio en el que se someten a personas contra su voluntad para el abuso sexual, sino por la sensación inevitable de que nada va a cambiar. En este orden de cosas la aparición del cafishio que interpreta Roly Serrano tiene algo de terrible y algo de trágico a la vez, ya que en voz baja, sin mayores alardes, el personaje perdona el intento de rescate pero descibe la inevitabilidad de lo que sigue. Por eso el plano final de Santa es justo, es preciso y perturbador, porque la respuesta no llega, porque el cierre no cierra y porque la denuncia se desvanece entre los dedos de la tristeza de que el mundo no va a cambiar una mierda. Solo por ese último plano se agradece esta visita al infierno.

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